- capítulo cero

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|Seis años después|

Era la última mañana de Isabel en Suiza, la última vez que tendría que usar el corsé obligatoriamente, zapatos incómodos, peinados ridículos y vestidos apretados. O eso creía ella

Isabel

Cuando llegue a Avonlea podré llevar el cabello suelto, e incluso usar vestidos holgados, o los pantalones que me regaló Mikka (*) , todo será más relajado.

Estaba llegando a la Isla del príncipe Eduardo, mi última parada era Charlettown y luego podría volver a casa.

Le había escrito a mi madre que llegaría hoy, así que supongo que tendré que esperar el carruaje.

Arrivé en la ciudad, un hombre de servicio se encontraba abajo del barco ayudando a bajar a los pasajeros. Yo bajé con mi maleta, no tan rápido como quisiera, ya que el vestido que llevaba me impedía tomar ese lujo.
El hombre ofreció su mano para ayudarme a bajar, pero yo me negué. —Muchas gracias, pero no es necesario. — Respondí con una sonrisa amena. El hombre solo se hizo a un lado.

Ahora soy una mujer capaz, no necesito ayuda de hombres

Caminé hasta adentrada la ciudad, pareciera que hay más gente que la última vez. Muchas caras nuevas.

Pero la cara que más quería ver era la de Gilbert, mi adorado amigo de siempre. Me había escrito que estuvo en un barco hasta Trinidad, pero que ya estaba aquí otra vez.

Tocaron mi hombro mientras yo estaba de espaldas, al darme la vuelta, vi a un señor con traje elegante. —Buenos días, busco a la señorita Isabel Pye.— Habló él, quitándose el sombrero para mirarme. —¿Es usted? 

—Sí, soy yo.— Respondí mirándolo con una sonrisa. Nos dirigimos al carruaje y él subió mi maleta. Yo iba sola adentro mientras que él estaba afuera conduciendo el carruaje. 

Rápidamente salimos de la ciudad y empezamos a recorrer los campos de Avonlea. Tantos recuerdos rondaban en mi cabeza, como cuando corría por aquí, con el cabello suelto y mi madre gritándome desde casa, ya que esas cosas no eran dignas de una señorita. Ella nunca comprendió mi niñez, mis ganas de inventar juegos, de meterme al lago por horas y llegar empapada a casa. 

De a poco comenzamos a adentrarnos en el camino a casa, los grandes abedules a los costados y el jardín de mi madre ya se estaba haciendo notar, lo que significaba que ya habíamos llegado a casa. El carruaje estacionó al frente de mi casa, la cual no había cambiado nada. 

Bajé de a poco del carruaje, inspiré hondo, el aire puro de Avonlea, el aire que no sentía hace casi seis años. El cochero me pasó mi maleta, la tomé firme y caminé hasta la puerta. 

Aquí voy, tranquila, segura, paciente

Toqué la puerta tres veces, luego de un momento, enseguida se abrió. Ni siquiera tuve tiempo de reaccionar, ya que Josie se abrazó a mi rapidamente, haciendome tambalear.

—Te he esperado tanto, Bel, tanto tiempo sin verte querida hermana.— Josie se separó de mi y me miró a los ojos, ambos cristalizados. —¡Mírate por dios! estás hermosa.

Ella me tomó por los hombros y sonrió, yo estaba paralizada. Josie estaba enorme, ya era una mujer, su cabello ondulado y sus ojos azules, más bonitos que nunca. Llevaba un hermoso vestido lila, que resaltaba su cintura y figura.

 isabel pye | ᵃⁿⁿᵉ ʷⁱᵗʰ ᵃⁿ ᵉ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora