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    William y yo en cuestión de una semana nos habíamos hecho inseparables

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    William y yo en cuestión de una semana nos habíamos hecho inseparables. Desde que nos peleamos el día de la visita turística, hemos estado juntos, y yo había aprendido a verlo como algo más que una cara bonita. Sí, seguía viéndolo guapísimo, pero también veía sus problemas, sus temores. Y era a mí a quien se lo contaba todo. El lunes pasado nos pasamos los teléfonos, y no paraba de llamarme. Hoy, a las diez, me sonó el teléfono.  

—¡Dile al pesado de William que deje de llamar tan temprano! —gritó Alli mientras con la almohada se tapaba los oídos. 

—Voy, voy —con dificultad cogí el móvil sin abrir los ojos. 

—¿Aún en la cama? Eres una dormilona —escuché de fondo el murmullo de las calles londinenses y supe que estaba en la calle. 

—La gente normal acostumbra a dormir —le contesté. 

—Vamos, que te invito a desayunar —bufé—. Venga, levántate ya, estoy en tu puerta en dos minutos. 

Abrí los ojos, y corriendo me deshice de las sábanas para ir al armario y coger un mono verde corto. Fui directamente fuera de la habitación para darme una ducha.

—Aún admiro tu capacidad de ducharte por las mañanas —me dijo Riley desde su cama—. Por cierto, cuando llegues, tenemos que hablar —y yo ya supe de lo que era antes de que ella me dijera nada. Pero decidí aislar mi mente y ducharme lo más rápido que pude. En cuestión de cinco minutos, cogí mi bolso, las llaves de repuesto que Louis nos había dejado y salí de la casa. Él ya estaba esperándome debajo de las escaleras. 

—Cada día más tarde —puse los ojos en blanco y le pegué un puñetazo en el hombro. 

—Lo siento don perfecto —reí—. ¿A dónde me llevas? ¿No será a tu pestilente casa otra vez? —la semana pasada, tras prometerme que su casa tenía mejor aspecto, fuimos a esta y me encontré casi el mismo escenario que la última vez. Entonces, entre los dos, nos pusimos a limpiar, tanto la parte de abajo como la de arriba. Si la de abajo era un desastre, la de arriba era un terremoto. Su habitación estaba llena de polvo y de condones. Le regañé en repetidas ocasiones, pero al final, terminamos tomándonos un café en su sofá ahora limpio. Me prometió que no volvería a pasar y que la próxima vez que fuera, estaría igual o mejor. 

—No, no te llevo a mi casa risitas. Es una sorpresa —caminamos un poco y en cuestión de cinco minutos llegamos a una pequeña cafetería Daylesford con aspecto muy acogedor. Entramos en ella, y dos chicas estaban en la barra. Y una de ellas era... Diana. Increíble, me había traído al trabajo de su ex folliamiga. 

—¿En serio William? —le susurré arqueando una ceja. 

—¿Qué tal, Diana? Ponte dos tés de los tuyos y pancakes especiales. 

—¡Hola! Cuánto tiempo. Ya mismo os lo llevo —William y yo nos sentamos en una mesa donde se podía ver todo el café. Era algo rollo ecológico y apostaba a que hacían más cosas que desayunos. 

Enséñame ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora