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Jade brinco en su sitio cuando las espadas de madera de su hermano y Skeppy colisionaron. Sapnap se recompuso del choque, abalanzándose contra el golem de diamante cuando tuvo la oportunidad. Mientras tanto ella solo podía observarlos a la distancia, sentada en el primer escalón de la puerta trasera.

—¡Sigues sin sostener bien la espada! ¡Aplica más fuerza!

—¡La estoy sujetando bien!

—¡No lo parece!

Los gritos se ahogaron bajo el sonido de los golpes entre las armas de ambos chicos. Ya era un hábito.
Suspiró, ver siempre sentada y apartada de las lecciones no era la actividad más divertida de la pelirroja por hacer. Quería aprender a usar la espada también, a cazar con el arco y ballesta; ser una aventurera como su papá. Desde que tenía uso de razón, siempre a amado los relatos de minas infestadas de arañas, zombies y esqueletos, vías de vagón abandonadas, biomas ocultos en cañones y mares, templos submarinos custodiados por guardianes ancianos. Cada una de esas travesías que su tío y padre vivían a diario, Jade quería vivirlas también.

¿Como se supone que lo haría si no se le permitía integrarse a los entrenamientos?

«—Tu no tienes por que preocuparte por eso —le había dicho el encapuchado, el día que le formuló esa misma pregunta—. Todavía eres una niña. Diviértete como una.» Le fue claro que para él sus casi siete años no eran suficiente para convencerlo de dejarla practicar con Sapnap. Quizá el estante de su cuarto lleno de muñecas era el problema, después de todo había oído en alguna parte que "Los niños grandes ya no juegan con juguetes". Pero nunca reunió el coraje para deshacerse de ellas, su hermano se las obsequiaba. La hermana pequeña del mejor amigo del blaze las botaba y él las rescataba, arreglaba y posteriormente, se las daba. Sapnap siempre se comportaba tan cuidadoso y cariñoso cuando se trataba de su hermanita. De entre los pliegues de su vestido de tirantes verde, extrajo la piedra protectora en forma de flor que para variar, el azabache también le dio. Solía apretarla en la mano cuando tenía miedo o necesidad de fuerza y valor para afrontar un reto. Juraba que cada vez que lo hacía, su hermano estaba con ella sin importar que.

Su padre salió al patio con su bolso de viajes al costado y la vislumbró sentada a sus pies.

—Hola, girasol —Bad la saludó. Clavó sus ojos en la figura enigmática del ser de sombras detrás de ella por escasos segundos. Luego regresó la vista al frente.

—Hola, papá.

—¿De nuevo viendo a Sapnap? —su tono no transmitió enojo, sino más bien resignación.

—Yo también quiero entrenar —ignoró la pregunta e insistió como muchas otras veces.

—Jade, ya hablamos de esto. —Responde de la misma manera, quizá algo más tosca que otras veces. Se arrepintió un poco de ello al ver a su hija exhalar fuerte y esconder la cara entre los mechones anaranjados de su cabellera— Oye, ¿qué tal si me acompañas al mercado? Podemos comprar polvo de hueso para tus flores.

La niña descubrió sus ojos e intercaló miradas con Bad y su discreto jardín, oculto por la maleza y matas de moras venenosas.

—¿También rollos de canela? —su papá sonrió.

—Claro. Podemos comerlos con leche y miel cuando volvamos.

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Ojos de cristal [RanbooxReader]Where stories live. Discover now