Monstruo antropófago

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Como en sus dos anteriores contratados embarazos, para el tercero Idalia acudió al doctor Espinel, el médico del centro de salud de San Vicente de Sumapaz, para que le indicara el día y momento más propicios para cumplir las cláusulas del contrato de gestación con su marido y quedar embarazada en un solo intento. Ella no quería practicar el coital ejercicio contractual más de una vez en cada oportunidad. A Idalia solo la motivaba, solo le importaba el pago en efectivo que su consorte Marco Aurelio le hacía por cada nacimiento vivo que ella le daba, una vez el padre de aquel, su suegro, le escrituraba la respectiva propiedad, en recompensa por prodigarle mayor descendencia. Sin embargo, para esa tercera ocasión, las cuentas del galeno y el muestreo de temperatura vaginal no coincidieron, no funcionaron, ni en la primera, ni en la segunda, incluso, ni en la tercera ocasión, durante los seis meses que lo intentaron, desde luego con la asesoría cercana y científica del médico.

Por supuesto que el evidente malestar y mal humor de Idalia no se hicieron esperar, aunque ello no fue así para Marco Aurelio. Él, en lo más recóndito y callado de su corazón y biológica naturaleza masculina, experimentaba disfrute y alegría por el fracaso y, en consecuencia, por la repetición de la tentativa. Por tal motivo, una vez falló el tercer intento para el tercer embarazo, y pese a las médicas y justificativas razones, Idalia le adicionó al contrato inicial otra cláusula. Estableció que, por cada intento fallido, fuera culpa de quien fuera: biológica suya, estadísticas o controles del médico, o propias de Marco Aurelio, las siguientes cópulas, con o sin éxito, tendrían, cada una, un costo adicional al precio pactado, por lo menos igual al veinticinco por ciento del anterior pago, a ser sufragado, en efectivo y de manera anticipada, por parte de su marido.

Con tan exuberante incremento en el coste variable por cada veloz relación reproductiva con su esposa, Marco Aurelio ultimó detalles al respecto con el doctor Espinel. De igual forma, acordó con su consorte incrementar en un diez por ciento el pago de los honorarios médicos, exigiéndole al galeno que, en las próximas oportunidades, ni él, ni mucho menos ella, estaban dispuestos a aceptar errores. Que tendrían que ser más que efectivas, acertadas, sus conclusiones, de tal suerte que, por cada cópula, el doctor les tenía que garantizar un embarazo; de lo contrario, lo sentenció a su modo Marco Aurelio, que se fuera despidiendo, no solo de su clientela y trabajo de San Vicente de Sumapaz, sino la de toda aquella provincia. Si fallaba la próxima vez, no podría volver a ejercer su profesión por aquellos lares; y, además, que no se le fuera a olvidar que él tenía una bonita familia que dependía de sus oficios.

Aquel próspero negocio no iba a cerrarse, y ni siquiera a suspenderse, por nimiedades, en tanto la infraestructura industrial aún fuera productiva y el cliente estuviera dispuesto a pagar el precio justo por la mercancía pactada. Aquello era un asunto de negocios y la prioridad era la producción, a costas mínimas, para maximizar las ganancias de los propietarios.

Quizá fue la estrategia económica, es decir, el aumento del diez por ciento en los honorarios médicos que pagaban por partes iguales los consortes dentro de aquel enmarañado proceso contractual para la eficacia en la gestación, o la amenaza del desplazamiento del galeno y la seguridad de su familia, o tal vez las dos al unísono, lo que hizo que en lo sucesivo, con meridiana precisión y, desde luego, con más frecuentes y refinadas estadísticas de temperatura vaginal y exámenes de sangre, Idalia quedara embarazada en la primera oportunidad; en la primera, desapacible y fugaz cópula con su esposo.

Dos años antes de que el párroco Aurelio Castelblanco adoptara a Lucracia, el contrato por gestación volvió a ser productivo. En el cuarto intento, para el tercer hijo de aquella pareja, fue concebido Libarelí Alcides Mancipe Gómez. Mercancía esta olvidada por sus fabricantes una vez don Isidoro Mancipe pagó su precio: le escrituró a Marco Aurelio la más grande y costosa, como comercial, casaquinta, ubicada en la esquina del parque principal del casco urbano. Frente a esa propiedad, años más tarde, fue apedreado y muerto Roberto Mancipe Gómez. De esta manera, Idalia recibió su treinta y cinco por ciento respectivo, e igual que cuando Lucracia, una vez asegurada la bolsa, la pareja se desentendió por completo del desventurado infante. Lo dejaron en las inexpertas y toscas manos de las muy seguido cambiadas e iletradas muchachas del servicio, colocadas a servidumbre y casi bajo esclavitud, allá, en El Porvenir. Mujeres estas compelidas a asumir, a encargarse de las paternales, maternales y abandonadas diligencias requeridas por la cría.

La iluminada muerte de Marco Aurelio Mancipe (De mala prosapia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora