—Esto está delicioso, Cyara —halagó Erick durante el primer plato—, como todo lo que haces.

Layla elevó sus cejas mirando a su madre, mientras que su padre repetía esa misma acción mirando al pelinegro.

Al darse cuenta de lo que había dicho tomó su copa y bebió su contenido de un solo trago, hablar frente a ello siempre suponía un riesgo.

—Hablaba de comida —aclaró, sonriendo de forma tensa.

—Claro que hablabas de comida, ¿acaso ibas a hablar de algo más? —lo retó su suegro, al que prefirió no llevarle la contraria porque no quería que la cena terminase mal.

—No quiero tenedores volando, primer aviso —advirtió la rubia, posando sus manos sobre la mesa y mirándolos a ambos con tranquilidad.

Su hija sonrió al ver como ambos dominantes dejaban de retarse con la mirada para asentir en dirección a su madre, al parecer no eran los únicos que sabían dar órdenes dentro de esa casa.

El resto de la cena pasó con normalidad...

Normalidad. Palabra que no existía en su diccionario.

Por supuesto que hubo frases con dobles sentidos en la hora del postre y claro que se metieron mato por debajo del mantel navideño que decoraba la mesa, pero eso entraba en el apartado de una cena normal.

—Tengo tu regalo de Navidad —susurró en su oído, captando su atención de la manera que más le gustaba.

—Mañana es Navidad, así que dámelo mañana...

—Queda poco tiempo para que el reloj marque las doce en España, déjame dártelo, por favor...

—Las doce en la península, las once en Canarias —lo corrigió mientras se adueñaba de su chaqueta y la volvía a colocar sobre sus hombros, Erick la regresó a mirar con el ceño ligeramente fruncido—. No me digas que querías quedarte a dormir en casa de mis padres...

—Pues si, porque queda más cerca para mañana... —se interrumpió a sí mismo antes de descubrirse—. ¡Déjame darte el regalo!

La joven se carcajeó de su actitud y tras avisar a sus padres subió a la que era su habitación, todavía pasaba tiempo por allí y eso hacía que conservara su esencia. Olía a ese perfume que solía usar, los libros almacenados en la estantería la delataban también, al igual que esos discos de Beret que relucían allí. Cerró la puerta tras ingresar en su cuarto y empezó a quitarse la ropa para sentirse más cómoda, su novio hizo lo mismo por su parte y ambos se dejaron caer en la cama en donde tantos momentos habían compartido.

—Antes de nada tengo que hacerte una pregunta —paseó sus dedos por su abdomen y los ascendió hasta que tocaron una de sus tetas—. ¿Sigues queriendo esa cirugía de aumento de pechos?

—La pregunta ofende —dejó escapar una risa mientras tomaba su otra mano y la llevaba a su otro pecho—. Solo imagínate que fueran más grandes, hasta una rusa podría hacerte, Erick, ¡hasta una rusa!

—Una rusa —repitió divertido, la simple imagen mental lo dejaría con una erección entre las piernas así que intentó no pensar en ello... Claro que se quedó en el intento, pues la imagen de su polla entre las tetas de Layla era lo más erótico que podría imaginarse—. Joder... El poder de la imaginación es brutal.

—¿Sabes que también es brutal? —preguntó con malicia—. Lo dura que se te acaba de poner la polla con solo imaginarme.

Maldijo de forma interna, no es como si no la sintiera dolorida y en busca de ser calmada pero tenía que centrarse y no dejarse llevar. Layla se veía muy dispuesta a bajar esa erección y él, por mucho que le dolía el alma, decidió detenerla.

Lujuriosos PensamientosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora