Capítulo 34

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Al llegar la noche tuvo cuidado con lo que se pondría, Erick le había enviado el nombre del restaurante para preguntarle si le gustaría comer allí y fue suficiente para saber que necesitaba de la ayuda de su madre para vestirse como era debido. Esta aceptó tras hacerle drama, si es que de tal palo tal astilla.

—No me gusta ninguno de esos vestidos, ¿por qué no me dejas uno de los tuyos? —se sentó en la cama, soltando un largo suspiro.

—Porque no tenemos el mismo cuerpo, cariño —soltó una risa—. No es obligatorio que lleves un vestido, ¿lo sabes?

—¡Pero quiero llevarlo! —exclamó—. Ya sabes, porque así...

—Si, si... Ropa que se quita más fácil o que directamente no se quita, abrir las piernas también es una opción válida —chasqueó la rubia—. ¿Y que me dices de una falda? Tienes una preciosa sin estrenar, igual es el momento indicado para ponértela.

Algo en la mente de Layla se iluminó, recordaba a la perfección de que falda le hablaba, era una de color negro que vio en el escaparate de una tienda y que insistió hasta que su padre se la compró, después de que Cyara los regañara a ambos, una por caprichosa y el otro por consentirla en todo.

Se levantó de un salto para buscarla en el armario y al encontrarla no dudó en ponérsela, le quedaba de maravilla, ahora solo faltaba buscar algo con lo que combinara. Su madre tenía razón al decir que el color negro era de los que quedaba bien con cualquier cosa, incluso con la camiseta de color rosa que se ajustaba a su cuerpo y que era siempre su escape cuando no sabía que ponerse, finalizó el look con unas sandalias también de color negro y ató su cabello en dos coletas.

—Estás muy guapa —halagó su padre cuando la vio bajar por la escaleras.

—Gracias, aunque con un vestido lo estaría más —bufó, mirando a su madre de reojo—. Todavía estás a tiempo de dejarme uno de los tuyos.

—Anda, tira y no me hagas hablar.

El pelinegro no tardó en llegar, no se atrevió a ir a la puerta y saludar a sus suegros como haría cualquier otro chico, él se quedó en el coche y le envió un mensaje avisándole de que ya estaba allí esperándolo. Layla no tardó en despedirse de sus padres para salir casi corriendo, al subirse al coche besó la mejilla del dominante como si fuera lo más normal del mundo, dejándolo estupefacto durante unos segundos.

—¿A qué ha venido eso?

—A que te quiero y que me emociona que tengamos nuestra primera cita.

—Nuestra primera cita —repitió, sonriéndole de forma socarrona.

—¿No lo será? —interrogó, alzando una de sus cejas, él asintió sin decir nada al respecto—. Entonces todo aclarado, podemos irnos.

Volvió a asentir, esta vez sonriendo con los labios pegados. El restaurante al que irían no quedaba demasiado lejos así que poco pudieron hablar durante el trayecto, la guió hasta la mesa que había reservado y le sugirió varias de las recetas que él consideraba las mejores, ella se dejó influenciar y terminaron pidiendo una de esas que tanto le gustaban. Ella también quedó completamente fascinada, no solo por el sabor sino por lo bien emplatado que venía. Claro que tuvo que hacerle una foto, como si de una influencer se tratase, para después subirla a su Instagram.

—Has venido con bragas, ¿verdad? —cuestionó, una vez que el camarero retiró sus platos de la mesa.

—Claro que he venido con bragas —carraspeó—. Ni se te ocurra decirlo, sé lo que estás pensando y no haré semejante cosa.

—Te dije que no las trajeras, te estoy dando la opción ahora de sacártelas o de lo contrario recibirás un castigo cuando lleguemos a casa —se llevó la copa de vino a los labios para darle un pequeño sorbo—, créeme que los castigos no se disfrutan en lo más mínimo.

—¿Qué se hace en los castigos?

—Hay miles de formas de castigar, vainilla —admitió—. Pero ninguna es agradable.

Juntó sus rodillas por debajo de la mesa y agarró con fuerza del borde de su falda, pasó saliva por su garganta al tiempo que pensaba con rapidez. No iba a quitarse las bragas allí, cualquiera podría darse cuenta y eso la avergonzaría muchísimo. Se levantó de su asiento y se dirigió al baño, sin decirle nada al dominante. Este se quedó en la mesa con una sonrisa en los labios, satisfecho porque sabía que había conseguido lo que quería, Layla era buena siguiendo órdenes cuando se lo proponía. Al regresar caminaba con timidez, con sus puños cerrados a ambos lados de su cuerpo, Erick abrió su mano sobre la mesa y miró la palma de esta, indicándole que dejase sus bragas allí.

—Van a vernos.

—Pues que vean —le restó importancia.

Ella suspiró y, con cuidado de que no se viera más de lo necesario, dejó las bragas que se acababa de quitar en el cuarto de baño en la mano del dominante, él asintió en señal de que estaba bien hecho y las guardó en el bolsillo de su pantalón.

Después, cuando comieron el postre, separó sus piernas por debajo de la mesa y acarició estas con las suyas, enviándole un escalofrío al cuerpo de su acompañante.

—Tienes que parar...

—¿O qué?

—O terminaremos teniendo sexo en el baño —gruñó, sin poder creerse que eso había salido de su boca—, o en los asientos traseros de tu coche.

—Que creativa —dejó escapar una risotada—. ¿Y qué pasaría si te acuesto sobre esta mesa y te follo como si no hubiera un mañana? Mientras que tus pequeñas manos agarran con fuerza de este ridículo mantel y las personas a nuestro alrededor nos miran, deseando estar en nuestro lugar. ¿Eso te gustaría?

—No —jadeó—, me encantaría.

—Oh, vainilla... En lo que te he convertido —estiró su mano para acariciar su rostro, los ojos de ella se cerraron con solo sentir su tacto—. No puedo follarte aquí, por mucho que quiera y que mi polla me lo esté pidiendo a gritos, pero tengo una sesión en el club esperando por ti.

—Pensé que iríamos a tu casa.

—Pensaste mal, en el club puedo hacerte más barbaridades de las que podría hacerte en mi casa, tengo más material —le guiñó un ojo—. Y hoy pienso usarlo contigo.

Lujuriosos PensamientosWhere stories live. Discover now