La biblioteca no le quedaba demasiado lejos así que en menos de cinco minutos entró a esta, saludó a la señora de la limpieza como si fueran amigas de toda la vida y fue directa a la mesa, dejando allí su mochila.

—Layla, me temo que no voy a poder quedarme —se excusó Carla—, mi madre está fuera esperándome y no está de buen humor.

Ella hizo un puchero, no es como si pudiera combatir contra la madre de su amiga, se limitó a asentir y decirle que le enviara un mensaje en cuanto llegara a casa. Paseó por la biblioteca, posando sus ojos en las altas estanterías, llenas de libros, nuevos y viejos, pero todos con una apasionante historia por contar. Tomó uno con sus manos, la portada no le atraía demasiado pero aún así le dio una oportunidad, caminó de vuelta a la mesa con la mirada fija en la cubierta del libro. Al alzar la mirada para saber en donde tenía que sentarse se llevó la sorpresa de que un chico había tomado su lugar, carraspeó para llamar su atención y en cuanto la miró supo que había sido una mala idea.

—Layla, cuanto tiempo que no nos vemos —sonrió de forma cínica—. ¿Sigues siendo una niña aburrida?

—Aburrida pero sana, si —intentó agarrar su mochila pero él se lo impidió al ver sus intenciones—. Dame eso, no te pertenece.

—¿Y si te la doy que me darás tu a mi?

—Te escupiré en la cara como no lo hagas.

—Uy, que miedo —le hizo burla, levantándose con la mochila, dispuesto a irse. Layla dejó el libro encima de la mesa y no dudó en seguirlo—, ¿te crees muy valiente, eh?

Una vez fuera de la biblioteca hizo lo que le había dicho: escupirle en la cara.

Él quedó perplejo, parecía una mosquita muerta pero estaba claro que no lo era.

—¿Qué mierda acabas de hacer? —inquirió, asqueado. En sus ojos chispeó la rabia, en un moviendo impulsivo tiró la mochila lejos de su alcance y se acercó a ella de forma amenazante.

—Chsss, yo de ti me lo pensaba dos veces.

La voz hizo que ambos miraran en su dirección, Erick se encontraba a unos cuantos metros, en su mano derecha todavía llevaba las llaves de su coche, guardó estas en su bolsillo delantero y se acercó a ellos, el joven retrocedió unos pasos al verlo pero la expresión no se borró de su rostro.

—Tener su saliva en tu cara va a ser lo mejor que te pase en la puta visa —chasqueó su lengua contra su paladar—, coge la mochila y dásela.

—No.

—Coge la mochila y dásela —repitió, en un tono más bajo.

—¿Quién eres? ¿Su tío? —interrogó, a su padre lo conocía de sobra y sabía que él no era.

El pelinegro dejó escapar una amarga risa, mirándolo con más seriedad que antes.

—¿Tengo que repetir la orden que te di? —preguntó, alzando una ceja—. Porque si tengo que hacerlo créeme que no será bueno para ti ni mucho menos para mi, golpear a un menor podría traerme problemas.

Tragó saliva con fuerza, a él tampoco le convenía recibir un golpe y al parecer el hombre hablaba en serio. Fue hasta la mochila que él mismo había tirado y se acercó a ellos con timidez, extendiéndosela.

—Pónsela.

—¿Qué...? Señor, no haré... —se calló al ver cómo alzaba su otra ceja, se acercó más a Layla e hizo lo que le había pedido, ponerle la mochila.

—Bien —asintió, pasando uno de sus brazos por los hombros de la joven, después acercó su rostro y besó sus labios—; soy su novio.

Sin darle tiempo a responder entraron de vuelta en la biblioteca, Erick no sabría decir cuál de los dos había quedado más confuso, si su novia o el chico que todavía estaba fuera. Agarró el libro que estaba sobre la mesa y se lo tendió a Layla, ella lo tomó un tanto confusa.

—Ven, obedece y no hagas preguntas —la guió por la biblioteca, llevándola a la sección de libros educativos, nadie los molestaría allí.

Su espalda choca contra una de la estanterías mientras él se agacha para quedar a la altura de su entrepierna, agradecía que llevara falda porque se esa forma solo tenía que deshacerse de sus bragas, las guardó en su bolsillo una vez que las desprendió de su cuerpo y se metió entre sus piernas. Su nariz rozó su vulva, inhalando el femenino olor que esta desprendía, acto seguido presionó su boca contra su clítoris. La mano de Layla fue directa a su cabello, lo que le hizo soltar un gruñido que vibró en su piel.

—Lee —pidió—, empieza a leer el libro como si no te estuviera comiendo el coño en la biblioteca.

El calor quemó su cuerpo, habían hecho cosas calientes y excitantes antes, pero esa se estaba volviendo una de sus favoritas solo por el morbo a que alguien los pillara en tan comprometida situación.

De sus labios empezaron a salir oraciones a medio completar y todo gracias al chico que estaba bajo su falda, le era inevitable no soltar pequeños suspiros placenteros.

—Sigue leyendo, Layla, no te detengas.

Lo hizo, él también siguió con su parte, moviendo su lengua y sus labios a un mismo tiempo. Ella movió su pelvis contra su boca, desesperada por conseguir más, ansiosa por encontrar el borde para tomar el camino hacia el orgasmo. Erick gimió en desacuerdo, dándole una palmada en el coño que por poco la hace saltar.

—Confórmate con lo que yo te doy, vainilla.

Agrega sus dedos al juego, adentrándonos en su vagina y doblándolos para encontrar su punto G. Sus músculos internos se aprietan alrededor de estos y él gruñe. La idea de tenerlo allí de rodillas frente a ella hace que se muerda los labios con fuerza, incapaz de seguir leyendo, centrándose en no gemir porque sabe que su orgasmo está cerca.

El placer no hace más que elevarse y su control comienza a desintegrarse.

—Córrete, Layla, córrete en mi boca.

Pierde el control absoluto, esas palabras eran lo que necesitaba para liberarse y dejar que cada parte de su cuerpo temblara. Tira de su cabeza, derritiéndose en sus labios como le había pedido. Él bebió hasta la última gota de su esencia y después subió para besar sus labios, mojándolos con su excitación.

—¿De que iba el libro?

—¿Cual libro? —cuestionó con una sonrisa burlona.

Lujuriosos PensamientosWhere stories live. Discover now