XIV

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El jueves mis nervios estaban a flor de piel, mi corazón latía a una velocidad desenfrenada y mis manos no dejaban de sudar; a pesar de que a lo largo de mi corta vida había jugado cientos de partidos de fútbol, hoy más que nunca temía cometer un error, tenía cometer un error y que todo mi futuro se arruinara porque Emiliano Garcia, el cazatalentos de Barcelona que iba a presentarse en el partido esta tarde me había enviado un mensaje en el cual decía que especialmente esperaba verme deslumbrar la cancha.

—¡Mamá, no puedo encontrar mis canilleras! — grité mientras revolvía todo mi armario volcando la ropa fuera de este. Las llevaba buscando menos de cinco minutos, pero parecía una eternidad.

Las clases se habían cancelado, el grupo de chismes estaba haciendo lo suyo preguntándole por el cambio de último momento que había habido y lo crucial que esto podría ser. Era el penúltimo partido del año y todos estaban ansiosos, sobre todo porque jugaríamos contra Upland, quienes eran nuestra más grande competencia desde hace varios años atrás.

—¡Deben estar en el cuarto de lavado! —gritó mi madre de igual forma desde la planta inferior.

Eran las cuatro de la tarde; me había levantado temprano, había entrenado junto a mi padre, comido lo más saludable posible y esperaba llegar a la escuela a las seis en punto. El partido empezaba a las siete, pero quería tener el mayor tiempo posible para calentar tranquilo, y escuchar el planeamiento de cancha.

Ayer, luego de una eterna sesión de besos que mantuve con Ethan en su departamento, terminé invitándolo a verme, él, claramente accedió. Era una locura, y me había dado cuenta tarde, invitar a Ethan a un partido en el cual estarían todos mis amigos, familiares, y también James me ponía diez veces más nervioso de lo que ya estaba.

Tomo una gran inhalación y terminó de aprontar mi bolso, bajo a la sala, directo hacia la sala de lavandería donde se suponían que debían estar mis canilleras. Las encontró sobre el lavado. Mi madre se encontraba en la cocina preparándole un bocadillo a Thomas, quien esperaba sentado en una de las puntas de la isla de mármol para que a este no se le antojara ninguna de la comida chatarra que seguramente venderían en la cancha.

Mi padre, había ido de último momento a recargar el tanque de la camioneta para no tener retraso al partir.

—¿Cómo estás, cariño? —inquirió mi madre.

—A punto de vomitar.

—Así me sentí cuando me enviaron los resultados de Harvard.

Reí.

—Seb —llamó mi hermano—, te hice un dibujo.

Hora más tarde toda la familia se encontraba dentro del vehículo, mi tía, Olivia, había prometido que nos encontrarían allí ni bien su prometido saliera del trabajo, sin embargo, no había prometido llegar antes de que el partido comenzara. Estacionamos junto al auto de la madre de Nathan en el lugar que se nos había asignado, mis padres se marcharon a las gradas sentándose junto a la primogénita de mi mejor amigo; yo, en cambio, me dirigí a los vestidores para comenzar a aprontarme.

—¡Hermano! —exclamó mi mejor amigo dándome una palmada en la espalda, ni bien me vio atravesar la puerta de entrada— Emiliano, ya está aquí.

—¿Dónde? —pregunte serio. Nathan me guio hasta la puerta que daba hacia la cancha, tras buscar unos minutos con la mirada, señaló a un hombre peli negro de traje azul, tenía una planilla sobre la falda y un bolígrafo en la mano.

—No sé que estaba pesando al usar traje en California —dijo uno de los chicos que se encontraba a nuestro lado también mirando al público.

—¡Necesitó que escuchen todos! —pidió el entrenador Moore entrando al lugar junto a James—, acabo de hablar con el árbitro y se nos han asignado tres cambios, uno adicional si nos vamos a tiempo extra. Vamos a intentar que eso no suceda. Lo que haremos dentro va a ser simple, no quiero a nadie fuera de sus puestos, no quiero a nadie con sanciones, no quiero ni un maldito error. Cada uno va a hacer lo que debe hacer y punto final.

Todo lo que soy [LGBT]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora