El Callejón Diagon

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Bella se despertó temprano aquella mañana. Aunque sabía que ya era de día, mantenía los ojos muy cerrados.

«Ha sido un sueño —se dijo con firmeza—. Soñé que un gigante llamado Hagrid vino a decirme que voy a ir a un colegio de magos. Cuando abra los ojos estaré en casa, en mi ático.»

Se produjo un súbito golpeteo.

«Y ésa es la señora Carla llamando a la puerta», pensó Bella con el corazón abrumado. Pero todavía no abrió los ojos. Había sido un sueño tan bonito...

Toc. Toc. Toc.

—¡Oye, levántate! —dijo la voz de un niño—. ¡Mira!

—Está bien —rezongó Bella—. Ya me levanto.

Pero, frunciendo el ceño entre su esfuerzo de no querer abrir los ojos, deparó en algo. En la casa jamás había ido un niño.

Se incorporó y se le cayó el pesado abrigo negro de Hagrid, encontrándose con Harry a un lado señalando a la ventana. La cabaña estaba iluminada por el sol, la tormenta había pasado, Hagrid estaba dormido en el sofá y había una lechuza golpeando con su pata en la ventana, con un periódico en el pico.

—¿Por qué hace eso? —preguntó Bella.

Ambos se pusieron de pie.

Fueron directamente a la ventana y la abrieron. La lechuza bajó en picado y dejó el periódico sobre Hagrid, que no se despertó. Entonces la lechuza se posó en el suelo y comenzó a atacar el abrigo de Hagrid.

—No hagas eso —dijo Harry.

Harry trató de apartar a la lechuza, pero ésta cerró el pico amenazadoramente y continuó atacando el abrigo. Bella, que la miraba, sonrió.

—Páguenle —gruñó Hagrid desde el sofá.

—¿Qué? —preguntaron ambos, mirando extrañados.

—Quiere que le paguen por traer el periódico. Busquen en los bolsillos.

El abrigo de Hagrid parecía hecho de bolsillos, con contenidos de todo tipo: manojos de llaves, proyectiles de metal, bombones de menta, saquitos de té...

Finalmente, Bella sacó un puñado de monedas de aspecto extraño.

—Denle cinco knuts —dijo soñoliento Hagrid.

—¿Knuts? —dijo Harry mientras que Bella se agachaba a su lado y le mostraba las monedas.

—Esas pequeñas de bronce.

Bella contó las cinco monedas y la lechuza extendió la pata, para que Bella pudiera meter las monedas en una bolsita de cuero que llevaba atada. Y salió volando por la ventana abierta.

Hagrid bostezó con fuerza, se sentó y se desperezó.

—Es mejor que nos demos prisa, chicos. Tenemos muchas cosas que hacer hoy.

Debemos ir a Londres a comprar todas las cosas del colegio.

Bella y Harry le estaban dando la vuelta a las monedas mágicas y observándolas. Bella acababa de pensar en algo que le hizo sentir que la felicidad en su interior acababa de esfumarse.

—Mm... ¿Hagrid?

—¿Sí? —dijo Hagrid, que se estaba calzando sus colosales botas.

—Yo no tengo dinero.

Harry, que acababa de escuchar a Bella, dejó de mirar las monedas y, en cambio, miró a Hagrid.

—Yo tampoco —habló— y ya oíste a tío Vernon anoche, no va a pagar para que vaya a aprender magia.

Bella Price y La Piedra Filosofal©Where stories live. Discover now