El Guardián de las Llaves

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—¿Dónde está? —preguntó con voz gruesa.

—¡Salga de aquí inmediatamente o llamaré a la policía! —dijo la señora Carla, muerta de miedo, sus manos temblaban con mucha fuerza.

Bella mi miró a un hombre gigantesco apareció en el recibidor. Su rostro estaba prácticamente oculto por una larga maraña de pelo y una barba desaliñada, pero podían verse sus ojos, que brillaban como escarabajos negros bajo aquella pelambrera.

—Pregunté ¿que en dónde está la niña? —exigió saber el hombre, apuntándola con su paraguas.

Bella, muy inocentemente salió corriendo escalera abajo, se puso delante de la mujer para defenderla.

—¡No le haga nada! —gritó alto, para que el hombre tan enorme pudiese escuchar a una personita tan chiquita como ella.

El hombre bajó la mirada y entornó los ojos viendo detalladamente a Bella.

—Bella... estás muy grande —dijo el hombre con alegría, bajando el paraguas.

—¿Me conoce? —preguntó Bella con perplejidad.

—¡Claro! ¿Cómo me olvido de ti? —sonrió el hombre, o eso pensó Bella que hacía porque no lo veía bien con toda esa barba.

—Pero yo no lo conozco a usted, señor —dijo, parpadeando un par de veces.

—No puedes, eras tan solo una bebé cuando nos vivos por última vez —el hombre parecía limpiarse una lágrima.

Bella no sabía si le estaban jugando una especia de broma muy mala y el hombre frente a ella llevaba sancos en los pies.

—¿Una bebé? Espere... ¿de qué habla? —preguntó con mucho interés, sonriendo.

—Cuando tus padres murieron yo te traje aquí...

—¿Mis padres? ¿Mis padres dijo? —el hombre asintió con la cabeza. Bella se separó de la señora Carla lentamente y la miró—. ¿Por qué él sabe de mis padres? —inquirió con el ceño fruncido.

La mujer no sabía qué decir, estaba en una especia de shock viendo al hombre dos veces más alto que ella.

—Bella —dijo el hombre, dando un paso hacia adelante, haciendo que la señora Carla se asustara y diera un paso hacia atrás—, sé que dentro de unas horas será tu cumpleaños y por eso traje esto

Bella, que estaba comenzando a ponerse fúrica con la mujer a su lado, miró hacia las manos grandes del hombre a su otro lado y, cambiando el aspecto del rostro a uno de sorpresa, vio que este tenía allí, entre las enormes manos, lo que había estado tan ansiosa de ver.

Era la carta, la carta que le habían impedido leer durante tanto ese tiempo. Bella, insegura de tomarla o no, hacia amagos con la mano para tocarla.

—Vamos, Bella —dijo el hombre—. Cógela de una buena vez.

—¿Puedo en serio? —preguntó un poco nerviosa.

—Vamos, que es tuya te he dicho —dijo el hombre, soltando una carcajada. Le causaba risa la actitud de Bella.

—¡Te... te prohíbo que cojas esa cart...!

—Shuuu!!! —calló el hombre de un chitón a la señora Carla que estaba comenzando a volver en sí—. ¡Usted no puede prohibirle nada!

—¡Soy su madre! —exclamó ofendida.

—¡Usted no es, y nunca la llamaré "mi madre"! —exclamó Bella, tomando la carta y, con esta en mano, señaló a la señora Carla—. Usted es la mujer que me ha tratado pésimo durante todos estos años.

Bella Price y La Piedra Filosofal©Where stories live. Discover now