Capitulo 2

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Soltó algo parecido a una carcajada, que sin embargo no pretendía demostrar alegría.

-Eso es una buena pregunta.

Chasqueé la lengua. Olvidaba que algunos de los pacientes eran un completo misterio para el psiquiátrico, que no se poseía dato alguno. O eso había oído.

La doctora tamborileó con sus dedos sobre su escritorio de ébano, mirándome durante unos segundos. Después desvió la mirada, y añadió:

-Es el Joker.

Supongo que esperaba algún tipo de reacción por mi parte, algo así como tirar aquella montaña de papeles al suelo y salir huyendo despavorida para no volver. Eso o desmayarme, o hacer cualquier cosa presa del no poco justificado pánico. Así pues me explico ahora su asombro ante mi emoción y mi sonrisa complacida.

-Qué apodo tan curioso -comenté, ilusionada, por primera vez en casi un año. Empezaba a olvidarme de cómo sonreír. -Va a ser interesantísimo tratar con él.

Sin entrar en descripciones del grado de perplejidad que mostró el rostro de Keane, le aclararé mi propia reacción. Mi madre era prácticamente un vegetal, yo no tenía más relación humana que la mantenida con mis compañeros de trabajo y las cajeras del supermercado: Un "hola y adiós" lo más frío posible. Tampoco veía la tele, oía la radio ni leía el periódico. ¿Cómo saber, pues, nada de ninguno de los pacientes de Arkham? ¿Cómo ser consciente de que iba a meterme en la boca del lobo? ¿Cómo tener en cuenta que ese lobo no había comido en años?

Quería empezar cuanto antes, aunque me instó a leer los informes y a comenzar al día siguiente, mi impaciencia y emoción no tenían límite. Le supliqué ver al paciente aquella misma mañana. No se ocupó en disuadirme, no creas. Estaba claro que le daba exactamente igual. Y yo, ingenua, no comprendía el significado que ocultaba su sorprendida expresión.

Mientras caminábamos por el blanco pasillo de linóleo por el que se accedía a las habitaciones (nunca he sabido si llamarlas celdas...) de mediana seguridad, le pregunté el por qué de la repentina decisión de asignarme a mi al paciente.

Keane desvió la mirada, nerviosa, pero en aquel momento a penas me fijé, tan eufórica como estaba. Algo parecido a la alegría pugnaba por salir de mi interior, tras tanto tiempo de encierro.

-Bueno... -musitó la doctora. -Su antiguo psiquiatra ha tenido que irse por...motivos personales.

Esta última parte fue casi inaudible.

Quería saber más, pero nos detuvimos frente a una de las puertas metálicas, con una placa gris indicando el número 206.

Un vigilante jurado que se había acercado desde el final del corredor con un tintineante manojo de llaves en la mano abrió la puerta con parsimonia, me entregó un pequeño dispositivo con un botón rojo en el centro.

-Pulsador de emergencia -explicó, dándose cuenta de que era mi primera vez allí por la forma en que miré el aparato. -Si tiene cualquier problema, solo apriete el botón tres veces. Cuando termine y quiera salir, solo una.

Asentí. Cuando la puerta se abrió, la luz blanca proveniente de los fluorescentes del techo, reflejándose en las paredes más blancas aún, me deslumbró momentáneamente. Tomando aire avancé un par de pasos, y la puerta se cerró tras de mi con estrépito.

Cuando mis ojos se acostumbraron a la luz lo observé todo con detalle, girando sobre mi misma. No me dejé llevar por la curiosidad (no es bueno hacerlo cuando vas a hablar con un paciente por primera vez) y lo último sobre lo que posé los ojos, fue la mesa de conglomerado que había en el centro de la estancia tras la cual, manos sobre la blanca superficie, estaba él.

Supongo que esperaba otra cosa, pero la verdad es que su aspecto no me llamó la atención en absoluto. El pelo rubio oscuro con un tinte desgastado con color de matices verdes, cayendo a medias sobre el rostro, piel pálida, 28-30 años a lo sumo. Las hebillas y las correas de la camisa de fuerza colgaban por todas partes, desatadas, como de costumbre durante las sesiones psiquiátricas.

Fue necesario acercarme un poco más para distinguir sus cicatrices. Feas, irregulares, surcando sus mejillas desde las comisuras de la boca hasta los pómulos, como una grotesca eterna sonrisa. Había conocido hacia tiempo a una chica con unas cicatrices parecidas, con la "sonrisa de Glasgow" como decían en la calle. Dos hombres la habían violado y después hecho eso en la cara. La diferencia es que había acudido a un cirujano plástico, y ahora eran marcas limpias y apenas visibles, gracias a tratamientos regeneradores.

El Joker en cambio, parecía haberlas dejado cicatrizar solas o haber sido víctima de una curación desastrosa. Sea como fuere, no dediqué demasiado tiempo a esta característica de mi paciente. Él miraba al vacío y yo me senté en frente al otro lado de la mesa.

Y desde mis manos, alcé la vista hacia sus ojos, algo en él me intrigaba, un toque de miedo y fascinación a la vez, pero hubo algo más, mucho más cuando lo vi a los ojos.

♠♥La Verdadera Harley Quinn♣♦Donde viven las historias. Descúbrelo ahora