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chapter xliv. ( titan's curse ) ❝ the bane of olympus ❞
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¿Puedo decir que aún estoy enojada con Percy?
¡Pues sí! Lo entiendo, morí, todos creyeron que estaba muerta, y luego volví. Nadie quería que volviera a morir; yo no quiero. Pero eso no significa que quiera que me cuiden como a un frágil jarrón de porcelana que estaba medio colocado en la estantería. No. Sigo siendo capaz de luchar contra los monstruos por mi cuenta. Aún puedo caminar. Soy capaz de mucho más de lo que la gente cree o recuerda.
Así que sí, todavía estaba molesta con Percy. Lo que significa que hubo un insulto causal lanzado entre nosotros, antes de un completo silencio tenso. Si él cree que no puedo manejar las cosas por mí misma, le demostraré lo contrario. Lo que significa que estoy caminando sola, hablando con Thalia, y te estoy ignorando completamente (a menos que se me ocurra una buena respuesta de algo que hayas dicho, porque entonces te llamaré despiadadamente sin contexto.)
Los ángeles nos dejaron en San Francisco, asustando a un vagabundo que salió corriendo, gritando algo sobre ángeles de metal de Marte.
Cuando empezamos a caminar —sin rumbo, en realidad—, habíamos llegado a la costa oeste el día antes del solsticio. Ninguno sabíamos que hacer ahora, pero esperábamos que apareciera algo. Quién sabe. Fue la estúpida idea de Percy.
Thalia le preguntó:
—¿Y tú cómo te has librado de los esqueletos en la sala de los generadores? ¿No has dicho que te tenían acorralado?
Percy nos habló de una extraña mortal que le ayudó; Rachel Elizabeth Dare. No sé por qué, pero la idea de que lo ayudara me hizo hervir aún más de rabia. ¿Cómo podía ayudarlo una mortal? ¿Por qué era especial?
—¿Cómo diablos te ayudó? —crucé los brazos—. Es mortal.
Percy arrugó el ceño.
—Lo dices como si fuera malo.
—Pues casi la matas, si no fuera porque tu espada no es capaz de herir a los mortales —entrecerré los ojos—. ¡Prácticamente acabas de decirle a una mortal que eras un semidiós!
—Podía ver a través de la niebla —dijo—. Estaría muerto si no fuera por ella.
En el fondo de mi mente, una pequeña voz en mi cerebro decía: pues tú estarías muerto si yo no hubiera muerto por ti...
—Como sea.
Percy agitó la cabeza.
—¿Qué tienes contra Rachel? Ni siquiera la conoces.
