CAPÍTULO I - Llamar su atención

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Despierto puntualmente cada mañana, el sonido molesto del despertador interrumpe el sueño. Estiro el brazo para apagarlo, y acto seguido, tomo mi medicación, un ritual necesario para comenzar el día. La habitación, escasamente decorada, cuenta con apenas dos ventanas desnudas, un consejo médico para evitar confusiones en mi cerebro. Los rayos del sol se filtran a través de los cristales, proporcionando una luminosidad natural que me ayuda a mantenerme alerta, especialmente cuando me dispongo a dirigirme a la universidad. Mi interés por las computadoras se tradujo en una carrera universitaria gracias a los votos de los habitantes del pueblo, y ahora, estudio en la Universidad Municipal de Nebril.

Agradezco tener al menos la comodidad de una ducha con agua caliente. Cepillar mi cabello con cuidado, buscando mantenerlo liso y sedoso, constituye una de las partes más placenteras de mi rutina matutina. Sin embargo, este pequeño placer suele ser interrumpido por los gritos constantes de mi madre, que resonaban en la casa.

— ¡Oye, se te hará tarde! —grita y al mismo tiempo toca la puerta.

Bueno, no la está tocando, parece que quiere aventarla.

— ¡Si, ya lo sé!

Termino de ajustar mi flequillo con las yemas de mis dedos mientras me observo de reojo en el espejo. Tomo mi mochila y giro en mi propio eje para dirigirme a la universidad. Al salir por el pasillo, mi madre me recuerda mis pastillas y asiento. Siempre lo hace, como si fuera una alarma humana.

La universidad queda a unas cuantas cuadras, pero antes de llegar, hago una parada en una pequeña cafetería con mesas y bancos. Los estudiantes suelen reunirse aquí antes o después de las clases. Aunque su decoración no destaque, es la única cafetería con precios asequibles para estudiantes como yo, que no trabajan.

Saco un billete y lo coloco en la barra para pedir un café sencillo. Dada mi narcolepsia, es crucial mantenerme despierta para asistir a mis clases. Aunque a veces el sueño amenace, mis medicamentos me mantienen más anclada en la realidad que contando ovejas. El dueño me pasa mi café con una cálida sonrisa, me desea un buen día y que no cierre los ojos. Aunque sea un chiste simple, solo yo lo encuentro divertido.

Continúo mi camino por la acera, disfrutando de mi café. Si no tomo mi elixir, temo que no podré sobrellevar las ocho horas de clases, especialmente durante matemática aplicada, donde mis neuronas parecen estar al límite.

Es por eso que amo el café.

Ajusto mi mochila en mi hombro y con la otra mano sostengo mi café. Observo mis tenis y noto que los cordones del zapato izquierdo están desatados. Al agacharme para atarlos, una figura imponente choca conmigo, derramando todo mi café en el suelo. Al menos, me salvo de sufrir una quemadura de segundo grado. Me repongo, ajusto nuevamente mi mochila y lamento la pérdida de mi café. Al alzar la mirada, me encuentro con unos ojos cafés que, sin expresión alguna, se cruzan con los míos.

No hay interés.

Es una mirada de indiferencia, como si la vida y arrojar café accidentalmente a una chica no fueran más que nimiedades. Suelta un suspiro apenas perceptible e intenta alejarse. No obstante, lo detengo, ya que no es común verlo cerca de la cafetería. Es la primera vez que lo tengo tan cerca. No desprende un mal olor; estoy segura de que no usa perfume. Su polo negro destaca su piel pálida, sus ojeras persistentes son evidentes. ¿No tiene intención de tratarlas? Parece un muerto o un ser viviente que emana calor para mantener su cuerpo sin rigidez.

Al tomarlo del brazo, frunce un poco el ceño y se suelta sin decir una palabra, ni siquiera intenta articular alguna.

— Acabas de tirar mí café —le recuerdo por si las ojeras no le dejan ver una puta mierda.

EDUARDO - UN SECRETO ATERRADOR Y SINIESTRO © Próximamente en físicoHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin