—No hice jugo, pero hay Kola Román de ayer, ¿'tás bien con eso?

Ajá —respondió y conjuré toda la paciencia de los últimos años para reprimir las ganas de pegarle. Era mi hermanito menor y estaba bien comportarse como un idiota a su edad.

Fui a la nevera por la gaseosa y nuestros vasos y detuve la música antes de sentarme junto a Louis, que devoraba el desayuno sin mirarme. Suspiré.

—¿Por qué peleaste con el otro pelao? —pregunté.

Ese sería el tema a tratar en la reunión y, ya que el día anterior no quiso dirigirme la palabra más que para informarme que me habían citado, tocaba hacerlo antes de que nos dirigiéramos a su colegio, de modo que pudiera anticiparme.

—Porque me tenía empavao —respondió, a pesar de que creí que no lo haría.

—¿Te estuvo fregando? —insistí con cuidado.

Mi hermano dejó caer su tenedor y me observó por un largo rato. Estaba molesto por mi pregunta. Pude leer en su mirada que se sentía insultado y que esperaba que entendiera que si golpeó a alguien fue porque lo merecía. Sin embargo, tuve que fingir demencia y esperar una respuesta; ni él podía ser un justiciero ni yo podía aprobar un comportamiento agresivo, aunque existieran razones, que él consideraba válidas, para hacerlo.

—Deja la cantaleta, Sofi. Me pegará con sus amigos cuando se cure y ya —murmuró en voz baja, volviendo a atacar su plato.

Y aunque intenté permitirle esa victoria, no pude hacerlo. Esa vez la que dejó caer el tenedor fui yo, pero golpeé la mesa de manera tan ruidosa que incluso mi gaseosa se agitó.

—¿Los pelaos te la tienen monta'? ¿Por qué no le dijiste al profe que se juntan pa' molestarte? —cuestioné, más indignada que molesta.

—¡Porque no importa! —gritó en respuesta, empujando su silla hacia atrás para salir del comedor.

—¡Espérate, Louis! ¡Ven acá y explícame! —pedí, levantándome al notar su obvia intención de adelantarse al colegio.

—No quiero explica', solo ve a la reunión y habla con el profe.

—Puedo ayudarte si me explicaras —ofrecí preocupada—. ¿Necesitas que yo hable con el profe o con los papás del otro pelao, Louis?

—¡Que no! ¡Que no quiero, Sofi!

—Pero...

—¡Mi mamá está muerta,deja de intentar ser ella! —gritó y fue lo último que escuché junto al fuerte sonido de la puerta principal, cuando mi hermano abandonó la casa.

Las lágrimas se me saltaron sin notarlo. Louis no había terminado su desayuno y yo apenas si había probado un bocado, pero ya no tenía hambre. El soundtrack no había funcionado y en realidad comenzaba a ser cosa de todos los días. No importaba qué tan buena fuera la música, estaba destinada a tener mañanas del asco.

La teoría de mamá se había caído hacía tiempo, pero nunca encontraba la manera de eliminar la costumbre de elegir una buena alarma cada día. Abrigaba la esperanza de que alguna vez funcionara y, si no, era igual de aceptable despertar con buena música.

Recogí los platos, poniendo la comida en una caja para el perro de Mariana, mi vecina, y desaté el rodete que me había hecho en el cabello, dejando solo una moña que no hacía nada por controlarlo. Ya no importaba verme mayor y respetable. Todo lo que necesitaba era terminar con la reunión lo más rápido posible e ir al restaurante. Le había avisado a Doni que llegaría tarde, pero era probable que lo olvidara y preguntara por mi ausencia a los chicos del local. La gente del pueblo necesitaba mi atención para empezar el día y la señora Elizabeth que rellenara su café cada vez que se vaciaba, mientras leía o escribía en su libreta hasta la media tarde.

Lejos del cielo [EN CURSO]Where stories live. Discover now