Capítulo 10

160 12 16
                                    

•C a p í t u l o  10•

Desde Italia

Dante

Turín, Italia.

Ella solo me pertenecía a mi.

Cada parte de su ser me pertenecía solo a mi.

Nadie me podía negar ante ella.

Ninguna persona era capaz de separarnos.

Eramos el uno para el otro, hechos para estar juntos.

Ella era lo único que pasaba por mi cabeza, todos los días.

Esa chica podía matarme. Tenía tanto poder sobre mi, como yo sobre ella.

Mis ojos oscuros, casi negros, brillaron al recordarla. Su cara, su cabello, sus ojos, sus labios, su cuerpo... No podía seguir conteniéndome de esta manera. El hecho de no tenerla cerca me estaba ocasionando una necesidad inexplicable de querer tocarla.

Observé el vaso lleno de vodka con hielo en mi mano. Le dí un largo trago cerrando los ojos. Cuando el vaso quedó vacío, lo coloque sobre la barra en un movimiento brusco, ocasionando que el vidrio del vaso provocara un sonido contra la cerámica.

La cocina era extremadamente amplia, pero muy solitaria para mi gusto.

Tiré el vaso contra el fregadero. Escuché el sonido de algunos hielos caer en este. No me importó si el vaso se rompía o no. Al final, yo no era quien lavaba los platos.

Pase una mano por mi cabello. Estaba harto de esta situación. Solo había una persona que podría ayudar a que todo mejorara para mi. Mi padre.

Subí las escaleras rápidamente, me dirigía a su despacho, pasaba la mayor parte de su tiempo ahí. Tal vez por cosas de trabajo, yo que sé.

Mi relación con mi padre no era la gran cosa. El hacia lo que le pedía. Aunque a veces llegaba a su límite conmigo. Yo lo hacía llegar a ese límite. Y todavía no lo entiendo, si soy un amor de persona.

Entre a su despacho sin tocar la puerta, eso me haría perder más tiempo. Yo iría al grano, sería complemente directo con él.

—¡Dante! ¿Qué te he dicho sobre tocar la puerta? —me regañó.

—Da igual si la toco o no. —conteste. —¿Tienes noticias?

—¿Sobre qué? —lo miré obvio, él sabía perfectamente a lo que me estaba refiriendo.

—Es lo mismo Dante. Nada ha cambiado. —su repuesta me desespero aún más.

Me senté en el sillón que se encontraba al lado de su escritorio. Comencé a jugar con el piercing en mi nariz con mis dedos. Me relamí los labios y solté un suspiro.

—¿Qué carajos tengo que hacer para irnos a Canadá lo más pronto posible?

—¿No entiendes, verdad? No podemos. Tu tienes que terminar la universidad aquí. Habíamos quedado en que: Cuando la termines, nos vamos. Aparte, no me hables así.

—Ya te lo dije. Puedo continuar mis clases cuando volvamos. Ni que fuéramos a tardar tanto allá. —pase un brazo por detrás de mi nuca.

—¿Qué te cuesta esperar hasta diciembre? —su pregunta causó que frunciera el ceño. La verdad me costaba mucho.

El Color De Sus Ojos ©Where stories live. Discover now