10. Los novios se llaman por apodos melosos

Start from the beginning
                                    

No sé por qué creyó que venir conmigo era una buena idea, hasta el loquito de la esquina era una mejor opción y lo digo en serio.

Sé que lo ayudé con los raspones en sus brazos, pero estamos hablando de raspones, no de heridas que si se infectan te puedes morir y, en definitiva, no quiero cargar con la muerte de Edward en mi conciencia.

Termino de ver el vídeo y repaso un par de veces todo lo que hizo el chico detrás de la pantalla para asegurarme que no he me he perdido de ningún detalle. En eso, Edward suelta otro quejido que me hace olvidar por un momento lo que aprendí. Tengo que tomar aire para no perder la cabeza por la frustración.

—Edward —llamo su atención, conteniendo mi mal humor—, te quiero, pero, ¿puedes quejarte un poquitín más bajo? Sé que debe dolerte, pero no puedo concentrarme y si mi mamá te escucha y se da cuenta que estás aquí, yo duermo con Juan y tú en la calle, así que quéjate en voz baja, por favor.

Giro mi cabeza para verlo ya que la conexión para cargar mi celular está abajo de mi escritorio y le estoy dando la espalda. Él está sentado en mi cama, con las piernas cruzadas y el cabello alborotado. Está sosteniendo un pedazo de papel contra su labio para detener el sangrado. El suéter azul que usa le queda un poco grande por lo que deja a la vista sus clavículas. Además, no sé dónde se ha metido todo este tiempo, pero su cabello está un poco mojado. Y hoy no llovió.

O él sí conoce la palabra «bañarse».

—¡Lo intento, pero duele!

Dice en otro pequeño lamento que ha sonado demasiado fuerte. Mierda Edward, ¿qué parte de mi mamá puede oírnos no entendiste? Llevo mi dedo índice a mis labios haciendo un gesto de «baja la voz» a lo que él alza los hombros, despreocupado. Ruedo los ojos. Es como un niño.

—No es tan difícil lamentarse en voz baja —le reprocho—, solo muerdes el labio y te quejas con la boca cerrada, mírame con atención y aprenderás.

Asiente, acomodándose en su lugar para verme mejor. Por alguna razón me recuerda al meme de Spider-man chiquito aprendiendo de Spider-man grande. Sigo las indicaciones que yo mismo le di y cuando lo hago un sonido muy —ultra, demasiado— extraño sale de mí y ambos nos quedamos viendo con cara de whaaat.

Mierda, ¿ese ruido extraño salió de mí? Ay, me cago en el puto condón roto de mis padres.

Me quedo atónito con los ojos más que abiertos, no puedo creer que yo haya hecho ese sonido y, lo peor de todo, es que lo hice frente a él. Edward está viéndome con mucha atención, tal como le pedí que hiciera. Traga saliva y desvía la mirada hacia otro punto en mi habitación mientras que yo trato de no sonrojarme, no obstante, no soy capaz de controlar mi cuerpo por lo que mis mejillas terminan enrojeciendo.

—Si hago eso tu mamá creerá otra cosa —menciona, aún sin verme y le lanzo el rollo de papel a la pierna por haber dicho esa estupidez.

—Pervertido, báñate en agua bendita por favor, en esta casa somos religiosos y creyentes del señor de las aves, no hay lugar para los malpensados.

Juego con él para quitar el peso de lo que acaba de pasar y para no sentirme más avergonzado de lo que ya lo estoy, pero no me sigue el juego, ni siquiera responde, solo sigue presionando el papel en su labio con tanta fuerza que me preocupa que vaya a hacerse más daño.

Al menos ahora se ha quedado callado. El sonido extraño que salió de mí sin querer (y no tan extraño porque sé que fue un gemido, pero no voy a decirlo de nuevo) hizo que Edward dejara de quejarse. Vale, ya sé cómo callarlo sin decirle que se calle, pero en definitiva no haré eso nunca más, ni porque me paguen, fue demasiado vergonzoso, me sentí como en esos animes bizarros donde todos hacen ruidos y gestos pornográficos exagerados cuando solo están tomando agua o algo así. Niego con la cabeza, qué asco.

Una perfecta confusión Where stories live. Discover now