Crag

Playa

Con Nathaniel aún en el hospital y James con el corazón destrozado, la semana volvía a comenzar, el sol brillaba con debilidad, el frío comenzaba otra vez, Junio se hacía notar de a poco.

El pelicastaño rizado se encontraba sentado en su cama hospitalaria, ya harto de estar allí, sin ganas de tener esa intravenosa penetrando su organismo.

El día anterior, James había prometido volver, no fué así, James no paso por esa puerta en ningún momento, no era como si necesitara de su compañía, pero la tarde se volvía amena al estar con alguien que no fuera su enfermera, además, sus amigos nunca lo visitaron.

Casi como si fuera por arte de magia o
como si lo hubiera llamado con la mente, la puerta se abrió y un cuerpo fornido entró con un café y unas donas de contrabando, puesto a qué no lo dejaban comer eso.

-Puedo?- James se acercó tímido a la cama de Nathaniel.
-No... Pero las donas se pueden quedar.- El menor se incorporó en la cama y quitó su pelo algo grasoso de su cara.
-Vengo incluído en la promo, todo o nada.- Rió jugando con su vaso, y se sentó a su lado.

Conversaron está vez un poco más de lo normal, ambos parecían disfrutar de la compañía, aún si se conocían hace menos de una semana.

-Sobre ayer...- Intentó hablar el mayor.
-Que? No me des explicaciones, no somos pareja.- Nathaniel río nervioso, aunque si le interesaba oír alguna razón, no quería hablar sobre eso ahora mismo.

Habían pasado casi dos horas y media, ambos chicos se conocieron y Nathaniel se abrió bastante a James y viceversa.
Parecían amigos de toda la vida, como si no importaran las circunstancias de cuando o donde se conocieron, tampoco el cómo o el porqué.

-Cuando saldrás de esta cárcel?- James estiró los brazos, sentado en el mini sofá de cuero negro.
-Tal vez el martes, pero me niego a volver a mi casa.- Pronunció serio el menor, se veía aterrado y algo molesto de tener que volver a su hogar, como si un monstruo lo esperara al otro lado de la puerta.
-Vé dónde un amigo, o donde tú novia, si es que tienes.- Se encogió de hombros el pelinegro.
-Nadie ha venido a visitarme- Nathaniel se notaba desanimado.-Ni siquiera mi mejor amigo.- Miró con seriedad y algo de melancolía la ventana de aquel cuarto blanco.

La atmósfera se había vuelto pesada, James no podía simplemente decirle al menor que vaya a su casa, no se conocían de nada y la situación seguro sería complicada.

-Ah... No sé que decirte.- Apoyó el vaso de cartón con restos de café sobre la mesita de luz y acomodó su pelo.

James era de las personas que nunca toman decisiones a la ligera y no solía estresarse con facilidad, pero el fin de semana había sido realmente complicado y su mundo estaba de cabeza visto desde cualquier ángulo.

-James- Pronunció el pelicastaño entonces.
-Si?- Aquél pelinegro miró a su acompañante a los ojos con curiosidad.
-Irías conmigo a la playa? Ahora.- Se acomodó en su cama, listo para salir.
-Pero, aún no te dan el alta... Te quedan un par de días en recuperación.- El mayor dijo con inseguridad, como tratando de atajar al pelicastaño.

Hubo un silencio corto en el que ambos se miraron fijo, una pelea a muerte de miradas serias, como viendo a través del otro.

-Hagamoslo.- El mayor dejo de a un lado la coherencia y pensó en la experiencia, la anécdota era lo que importaba.
-Bien!- Pronunció el otro y a continuación se quitó con cuidado y delicadeza la pequeña mariposa de su brazo.

Se preparó con rapidez mientras el mayor tomaba cautela de las enfermeras, en unos minutos terminaría el horario de visita y entrarían enfermeras a decirle que se vaya.

Momentos después salió un pelicastaño de pelo rizado, recargado en los hombros del pelinegro, corriendo por los pasillos del hospital, evitando a cada guardia y doctor que tratáse de detenerlos.
Victoriosos llegaron a la camioneta del mayor y se sentaron en los asientos delanteros.

-Acabo de robarme un paciente del hospital.- Comentó James algo sorprendido.

Nathaniel rió ante tal situación, se encontraba en el auto de un desconocido pero sorprendentemente no estaba nervioso ni preocupado por su salud.

-Deberías arrancar, creo que venían detrás nuestro- El menor se peinaba con la mano mientras recobraba el aliento.

...

Al salir a la carretera, Nathaniel miró afuera como un niño pequeño, era hace tanto que no salía a pasear, ver la costa le producía mucha paz, la radio con la música casi inaudible y la brisa fresca dándole en la cara no sabía que más pedir, ese momento era perfecto.

-Gracias, James.- Pronunció apoyando sus brazos en la ventanilla del auto y cerrando los ojos.
-No hay de qué, Nath.- James sonrió sin mirar al costado y manejo hasta la entrada a la playa más cercana, esa parte de la costa siempre estaba vacía y era muy calma.

Estacionó su camioneta y respiro hondo, Nathaniel se quitó el cinto y contempló la arena por unos momentos, un sentimiento muy hermoso lo atrapó en ese instante y no pudo evitar sonreír con emoción; James se bajó y ayudo al menor a bajarse sin lastimarse, ambos se quitaron los zapatos y bajaron por la blanca y suave arena.
Se sentaron metros después, la brisa tranquila y el sonido de las olas eran un sueño, Nathaniel respiró el aire oceánica y se sintió reconfortado, ya no soportaba el asqueroso olor a hospital, el solo recordarlo le daba náuseas.

-Estás bien? Te ves algo... Pensativo.- Dijo el pelinegro mirando a su acompañante quien se volteo y nego con la cabeza sonriendo.
De repente el menor abrazo a James, el cual correspondió sorprendido.

-Gracias otra vez...- El menor susurró con honestidad, se sentía tan feliz y agradecido con aquel chico, luego de tantos años había vuelto a su lugar favorito, la playa.
-Oh... No hay de que.- Avergonzado, James respondió antes de que el menor se soltará del abrazo.
Ambos permanecieron sentados hasta que el pelicastaño se paró y camino al agua, no se metería, claro está. Solo metió los pies dentro de la fresca agua salada y miro al horizonte con nostalgia.

-Que hubiera sido de mi sin el?- Nathaniel miró atrás, James se encontraba sentado mirándolo con una sonrisa, la cual se convirtió en una risa al notar que lo estaba mirando.