—Por supuesto.

—¿Se están quedando acá ? —pregunta Vanesa.

José asiente.

—¿Necesitas un aventón a casa?

José frunce el ceño.

—Iba a pedir un taxi.

—Anita puede llevarlos.

Ana se para, y José luce confundido.

—Ana blanco —murmuro en esclarecimiento.

—Oh… seguro. Sí, te lo agradecería. Gracias, Vanesa .

Poniéndome de pie, abrazo al Sr. Rodríguez y José en rápida sucesión.

—Mantente fuerte, Moni —José susurra en mi oído—. Es un hombre sano y en forma. Las probabilidades están a su favor.

—Eso espero. —Lo abrazo fuerte.

Luego Vanesa toma mi mano.

—Si hay algún cambio, te lo haré saber de inmediato —digo mientras José empuja la silla de ruedas de su padre hacia la puerta que Ana está manteniendo abierta.

El Sr. Rodríguez levanta su mano, y se detienen en la puerta.

—Él estará en mis oraciones, Moni . —Su voz titubea—. Ha sido bueno estar con él después de todos estos años. Se ha convertido en un gran amigo.

—Lo sé.

Y con eso se van. Vanesa y yo estamos solas. Acaricia mi mejilla.

—Estas pálida. Ven aquí. —Se sienta en la silla y me jala a su regazo, acomodándome en sus brazos de nuevo, y voy voluntariamente.

Me acurruco contra ella, sintiéndome agobiada por la desgracia de mi padrastro,
pero agradecida que mi mujer está aquí para confortarme. Gentilmente acaricia mi cabello y sostiene mí mano.

—¿Cómo estuvo Charlie Tango? —pregunto.

Sonríe.

—Oh, ella estuvo perfecta —dice, con algo de orgullo en su voz. Me
hace sonreír apropiadamente por primera vez en muchas horas, y le doy una mirada, desconcertada.

-me parece bien. ¿Qué vamos a hacer ahora?

—Creo que podríamos ver una película en casa y besuquearnos. —
Besa mi cabello y sonrió una vez más.—¿Puedo persuadirte para que comas algo?

Mi sonrisa desaparece.

—No ahora. Quiero ver a Jesús primero.

Sus hombros caen, pero no me presiona.

—¿Cómo estuvieron los Taiwaneses?

—Tratables —dice.

—¿Tratables cómo?.

—Me dejaron comprar su astillero por menos del precio que estaba
dispuesto a pagar.

¿Compró un astillero?

—¿Eso es bueno?

—Sí. Eso es bueno.

—Pero creí que tenías un astillero, aquí.

—Sí. Vamos a usar ese para hacer el muelle de alistamiento. Construir los cascos. Es más barato.

Oh.

—¿Qué sobre la fuerza de trabajo en el astillero aquí?

—Reorganizaremos. Deberíamos poder mantener las redundancias a un
mínimo. —Besa mi cabello.

—¿Deberíamos ver a Jesús? —pregunta, su voz suave.

La UCI en el sexto piso es austera, estéril, una sala funcional con voces susurradas y maquinas emitiendo pitidos. Cuatro pacientes son hospedados en su propia habitación separadas con alta tecnología.

Jesús está en el otro extremo.
Papi. Luce tan pequeño en su enorme cama, rodeado por toda esta tecnología. Es impresionante. Mi padre nunca ha sido tan disminuido. Hay un tubo en su boca, y varias líneas pasan por gotas a una aguja en cada brazo. Una pequeña pinza está atada a su dedo. Me pregunto vagamente para qué será eso. Su pierna esta encima de las sabanas, recubierta por una
escarola azul.

Un monitor muestras su ritmo cardiaco: bip, bip, bip. Esta latiendo más fuerte y estable. Esto lo sé. Me muevo lentamente hacia él. Su pecho está
cubierto por un inmaculado vendaje grande que desaparece debajo de la delgada sabana que protege su modestia.

Papi.

Me doy cuenta que el tubo tirando en la esquina derecha de su boca lleva a un ventilador. Su sonido se mezcla con el bip, bip, bip, del monitor de su corazón en un ritmo de percusión. Inhalando, exhalando, inhalando, exhalando, inhalando, exhalando a tiempo con el bip. Hay cuatro líneas en la pantalla del monitor del corazón, cada una moviéndose constantemente,
demostrando claramente que Jesús aun está con nosotros.

Oh, papi

LIBERADA Where stories live. Discover now