Capítulo XXXIX

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Emiliano Russo

—¿Hace cuanto no hacíamos esto?—pregunta Alejandro sujetando el chop mientras el bartender lo rellena con cerveza artesanal.

—Fue hace tanto que no lo recuerdo,  tú eres muy aburrido—lo acuso y me lanza una mirada asesina.

—Hay una diferencia entre ser aburrido y ser promiscuo como tú —contraataca y me encojo de hombros, la verdad no lo pienso negar—¿Por qué no le avisaste a tu compañero de casería?—pregunta Alejandro refiriéndose a John.

—No me menciones a ese idiota—advierto y me mira confundido.

—¿Y ahora por qué se pelearon?

Alejandro, John y yo solíamos ser muy cercanos, en nuestra época universitaria salíamos a divertirnos con frecuencia, Alejandro siempre fue el chico bueno, que era más el pañuelo de lágrimas de las mujeres, entre tanto John y yo nos enfocabamos en llevarnos a las chicas a la cama.

—Se metió con Bianca—gruño.

—¿Como conoce a Bianca?—pregunta aún más confundido —no me digas, tú los presentaste—niega con la cabeza en señal de desaprobación.

—Ella me obligo, tenía que presentarle a un amigo, y pues, no es que tenga muchos—me escuso, y me remuevo en el asiento al recordar como la hizo sentir el muy miserable—se porto como un imbécil con ella—admito entre dientes.

—Lo imagino, sabemos que no es un hombre paciente, pero tú tienes parte de culpa—bufeo, y le hago señas al bartender que me sirva otra ronda de Cuba libre.

—Debí partirle la cara, pero Bianca no me lo permitió—Alejandro sonríe.

—Es una chica ruda—se limita a decir, por lo general evita a toda costa hablar de ella, dice que no es profesional—¿Por qué no me presentaste a mi?—me sorprende su pregunta.

—Ella quería conocer a alguien de la clínica —miento.

La realidad es que si pensé en Alejandro,  pero mi maldito egoísmo lo saco casi al instante de la ecuación, él hubiese sido el hombre perfecto para ella, y en el fondo eso me daba miedo, sabía que la podía perder, y por eso me sentí tan basura cuando John la hirió.

—Recuerdas que te conozco —alardea dándome una palmada en el hombro—además  de que tengo un doctorado en psicología del comportamiento humano.

—No sé de que hablas—me hago el desentendido, pero su mirada me dice que lo sabe todo.

—Cuando dejaras de ser tan cobarde y aceptaras lo que sientes por ella, deja ya  esa estupidez de querer estar solo para siempre, te gusta esa chica.

—Ahora me gusta, pero si luego cambio de parecer, y deja de gustarme, no quiero que sufra por mi, y tampoco quiero que perdamos la conexión que tenemos—admito con total sinceridad.

—Nunca lo sabrás si no te arriesgas—ya comenzó a analizarme, lo apunto con el dedo para que se detenga, vinimos a divertirnos no a hablar de mi.

Detecto a dos chicas hermosas sentadas solas y prácticamente tengo que arrastrar a Alejandro para que nos acerquemos a hablarles, cuando salía con John aplicabamos una técnica para atraer la atención de las mujeres y es que uno de los dos debía derramar un poco de bebida en alguna, y para compensarlas debíamos invitarles un trago, casi nunca fallaba, en esta ocasión le designe la tarea a Alejandro, quien se supone que debía apenas salpicar a la chica de rojo, pero le vacío casi el chop completo, la pobre quedó empapada, y él rojo como un tomate de la vergüenza.

—Por favor disculpen a mi amigo, no sale mucho—trato de salvar la jugada, las chicas se miran entre si, casi podría jurar que están teniendo un dialogo con las miradas, luego de unos segundos voltean al mismo tiempo hacia nosotros y nos sonríen <<salvamos>>

Déjame EnseñarteWhere stories live. Discover now