III

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Sasuke soltó otro suspiro y se le comprimió la barriga al mismo tiempo que caía el líquido caliente por sus intestinos y Naruto entraba a la sala de nuevo, cabizbajo y con el sombrero siendo doblado de un borde por la fuerza del agarre. Ambos se miraron apenas el rubio levantó la cabeza.

La agonía de sus ojos llorosos le atestó contra el remordimiento de algo que luchaba con su conciencia de inocente y víctima de las circunstancias. Sasuke siempre fue bueno para separar luchas, para no sentirse afectado por emociones ajenas más de la cuenta, para ser una persona funcional en la vida por lo que era un caos terrible mental este deseo de no verlo llorar, de resolverle todo, de alejarlo de su propio padre que caminaba cruzado de brazos y con mal gesto.

Mikoto entró en escena con el cuello estirado y parecía tener dolor de garganta, pujaba entre sus pasos y aceleró hasta que llegó a esa ventanita que separaba cocina de sala, acercando su rostro al de Sasuke.

-Llévalo a una habitación, necesita refrescarse y descansar, después hablaremos con él. –le ordena. Su madre tiene una característica que pasa desapercibida para las personas ajenas al hogar Uchiha, pues ella jamás ha requerido subir el volumen de voz, ni cambiar tonos, había algo en su forma de expresar, con los ojos bien puestos en las pupilas ajenas, que lograba achicar a sus hijos y hacerlos asentir obedientes.

Sasuke dejó la tacita en el borde de la ventana y con las rodillas temblorosas bajo su pantalón de vestir, rodea la pared de la cocina, camina de nuevo hacia la sala, acaricia para limpiarse el sudor la fina tela de su sillón de un solo espacio y carraspea un poco. Naruto le mira de nuevo y parece querer sonreír a pesar de su triste decepción. ¿Qué le habrá dicho su padre? ¿Qué forma tan cruel, fría, ruda o carente de empatía utilizaron para despedazar esa mirada brillosa, inocente y llena de alegría?

Se muerde la lengua unos segundos y abre la boca.

Saliendo de la ducha, acepta con gusto y seguro de la confidencialidad que le regala la soledad del lugar, que sí que lo necesitaba. Aun con la toalla rodeando su cintura, abre la puerta del baño y camina hacia la cama de la habitación. Las paredes son de color amarillo y detalles en morado. La colcha es tejida a mano y llena de flores de colores intensos que le provoca una mueca tachándolo de mal gusto.

Mira sobre la cama un cambio de ropa y sin prisa, usando lamentablemente su misma ropa interior, se pone la camisa de manga larga, color azul intenso, con detalle de cuadro escoses. Se abotona y se pone el pantalón, dos dedos flojos de cada costado pero funcional al final. Zapatos ya limpios del lodo que tuvo que pisar y listo, fresco y recuperado. Aun así, se recuesta unos segundos y cierra los ojos.

Unos segundos y ya.

Unos minutos.

Duerme. No se da cuenta, solo cae como presa del cansancio y el susto que le acababan de atestar. Duerme hasta el punto de moverse y quedar de costado, subiendo la pierna un poco más, doblando las rodillas, pegando el rostro a la almohada de olor particular, luego entendería que es el mismo que tiene la piel de Naruto.

Y al abrir los ojos, ve unos ojos protegidos por gafas, una sonrisa emocionada y un sonrojo latente. Se recupera del susto y se sienta, mirando a todo su alrededor. Mirándola a ella.

-Hola, guapo...

-¿Me dormí?

-Sí, entré a ofrecerte un poco de café pero te vi tan apacible y lindo dormido que no me atreví a despertarte. –se acercó más de un brinquito, Sasuke se alejó. -¿Y? ¿Tienes novia?

-... ¿Qué hora es?

-No es tan tarde, ya casi está la cena.

-Necesito el teléfono.

La irreverente historia sobre cómo Sasuke encontró al amor de su vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora