—Me llamo Becky, por cierto.

—Tess —respondo viendo su nuca.

Recorremos uno de los jardines del costado bajo la sombra de una hilera de árboles. Luego damos la vuelta y llegamos al patio trasero. No me da tiempo de fisgonear, la señora me da un jaloncito en el brazo para que ingrese a la casa. Me encuentro en la cocina en un abrir y cerrar de ojos, se mueve tan rápido que apenas puedo entender qué está haciendo.

—Espérame ahí, iré por la ropa al cuarto de lavado —dice mientras camina por un pasillo, la pierdo de vista.

Barro la cocina con la mirada, está dividida en dos: en uno de los lados hay una mesa de madera vieja que desentona entre tantos muebles ostentosos y un frigorífico pequeño; del otro lado de la barra, empotrados a la pared, están los gabinetes blancos que combinan con la encimera de mármol, también hay un refrigerador de techo a piso y una estufa.

Un ruido me roba la atención, primero creo que es la señora volviendo con las prendas, luego me doy cuenta de que los pasos provienen del exterior de la cocina. Alguien entra sin despegar los ojos de su teléfono móvil, mueve los dedos sobre el teclado con rapidez.

Mis párpados se abren con horror al identificarlo, ese cabello carbón y los cortes rectangulares de su rostro son inconfundibles. Me quedo estupefacta, contemplándolo. Está usando bermudas negras y una camiseta gris que se pega a su torso por el sudor. Abro la boca para poder respirar, es tan caliente.

Apenas puedo reaccionar, me agacho justo cuando alza la cabeza. Mierda, debí de haber imaginado que era su casa o quizá no, ¿yo cómo iba a saberlo? Mi corazón late de prisa dentro de mi pecho, pego la espalda a la barra y abrazo mis rodillas.

Mis sentidos cobran vida, puedo escuchar todos sus movimientos, sus pasos yendo al refrigerador, cómo se sirve agua y, después, silencio. No me muevo, ni siquiera para respirar, pues temo que me descubra. Aprieto los párpados cuando distingo el sonido de sus pasos acercándose a la barra, sus zapatillas rechinan.

—¿Estás jugando a las escondidas o debo hablarle a la policía?

¡Joder!

Me armo de valor y, con la poca dignidad que me queda, me pongo de pie. Cuando lo enfrento me topo con esa masa de músculos bien trabajados, me cuesta trabajo no escanearlo, cualquier chica heterosexual pagaría por estar frente a Dan Adams después de hacer ejercicio.

Una chispa salta en sus ojos cuando me reconoce, su comisura derecha se alza y forma una sonrisita de lado que augura problemas.

—Eres muy mala escondiéndote —dice sin dejar de sonreír. Su timbre ronco me hace tragar saliva, espero que no pueda notar lo nerviosa que estoy, hago mi mayor esfuerzo para parecer imperturbable.

Su mirada abandona la mía y desciende por todo mi cuerpo, me siento incómoda porque me hace recordar a cómo me miraba el viernes mientras bailaba en el escenario, lucho con las ganas de cubrirme y darme la vuelta porque le daría la oportunidad de ganar una batalla.

Decido que lo mejor es ignorarlo y seguir a Becky, no puedo responderle como se merece porque mi mamá arreglará las prendas de su madre.

¡Su madre! No creo que mamá sepa quién es su clienta, de lo contrario se habría puesto a saltar por todo el hospital. Cuando mamá estudió costura y confección lo hizo porque soñaba con convertirse en diseñadora de modas, después se casó con mi padre y todo se vino abajo, tuvo que abandonar la escuela y su sueño. La madre de Dan es Helen Adams, la dueña de la boutique que está en el centro, mamá siempre se queda largos minutos pegada a la ventana, admirando los diseños y seguramente fantaseando con su propio lugar. Se va a morir cuando se entere.

Gardenia © ✔️ (TG #1) [EN LIBRERÍAS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora