07. Edward Cullen no me claves los colmillos

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—Imagina que hay un amable pajarito que te pide que seas su novio, pero tú estás enamorado de una hermosa gallinita, pero eres pendejo y no eres bueno para acercarte a ella así que aceptas ser el novio del pajarito con la condición de que él te ayudará a conquistar a la gallinita. ¿Del uno al diez, qué tan estúpido fuiste al aceptar esa propuesta y por qué diez?

Juan solo mueve su cabeza de lado a lado y me ve como si estuviera loco. Y la verdad es que yo también creo que lo estoy, después de todo no es tan normal hablarle de tus problemas amorosos a un gallo y tampoco lo es esperar a que él te dé una respuesta. En mi defensa no sé a quién más contarle de mis problemas, mi mamá y Jean no cuentan, ellos dirían algo que haga que me arrepienta de haberles preguntado, así que solo me queda Juan, y eso es bueno porque él no puede hablar y decirme que estoy pendejo.

Punto para mí.

Aunque lo anterior es una verdad que hasta las cucarachas deben saber, eso es obvio. No me sorprendería que mi estupidez sea el tema de conversación de cualquier animal todas las mañanas, imagino a las ratas reuniéndose en el basurero para chismosear sobre mí, algo tipo:

Rata uno: ¿Ya te enteraste de la estupidez que hizo el pendejo de Andy?

Rata dos: ¿Cuál de todas sus estupideces? Ese tonto no aprende.

Rata uno: El pendejo se confundió de casillero y se declaró al homofóbico y por querer solucionar las cosas ahora tiene novio.

Rata dos: Ándale, por andar descalzo.

Me rio con ese estúpido pensamiento, cualquier persona que me viera dudaría de mi salud mental. Si Juan pudiera hablar también diría algo parecido, algo como «en primer lugar, yo no necesito ayuda de un pajarito para conseguir una gallina, ellas vienen a mí con solo respirar, y, en segundo lugar, este wey, estás lo que le sigue de estúpido. Por favor sáquenme de aquí, estoy parpadeando por ayuda, prefiero ser un caldo que seguir escuchando a este pendejo, auxilio, sigo parpadeando».

No sé si los gallos puedan parpadear, pero ustedes comprenden, tampoco tengo pruebas de que diría algo así, pero apuesto todo a que el diría eso, en especial la parte en la que me insulta. Si él pudiera me diría hasta la causa de mi muerte que casualmente sería por su pico en mi yugular por todas las veces que me olvidé de darle de comer, y ahora que lo analizo bien, soy un pésimo dueño, pero apenas me alimento a mí, ¿cómo podría recordar que tengo que alimentar a alguien más? Para la fortuna de Juan (y la mía), mi mamá siempre le da de comer porque sabe que soy olvidadizo, de lo contrario su alma estaría atormentándome desde el más allá.

Solo por hoy he venido a darle de comer y eso porque me puse una alarma, si no lo hubiera hecho probablemente lo hubiera olvidado. Al menos no me olvidé de poner la alarma.

—Tienes razón, yo también creo que fui muy pendejo al aceptar.

Tomo el silencio de Juan como una afirmación y suelto un suspiro por lo ridículo que estoy siendo ahora mismo al hablar con mi gallo. Nunca creí llegar al punto donde mi gallo sería mi consejero, esto se me está saliendo de las manos. Cierro la pequeña puerta de madera de su casa y camino hacia a la mía, él vive en el patio trasero, no hay espacio para tenerlo dentro, pero es un gallo consentido, vive en mejores condiciones que yo, eso es seguro. Aún me pregunto cómo es que mi mamá no me ha sacado de mi habitación para dársela a Juan, porque entre los dos, sé que su favorito no soy yo. Ya se está tardando en echarme, la verdad.

Una perfecta confusión Donde viven las historias. Descúbrelo ahora