5-El pájaro enjaulado (2ª parte)

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Tristan no dijo nada pero borró su sonrisa y resiguió con sus dedos las cicatrices de su brazo. Zero iba a bromear para intentar quitar algo de presión, pero su mirada perdida le indicaba que los pensamientos de Tristan estaban muy lejos de ahí en ese momento.

—Si me prometes no acercarte a él hasta que la doctora Nullien te dé permiso, te conseguiré un violín nuevo —prometió.

—Vuelve a decir que no me tratas como un crío —bromeó Zero.

—No te comportes como uno.

—¿Y cómo se supone que debo comportarme? —preguntó—. Va en serio. Ya sabes que no se me da bien tratar a las personas y es la primera vez que… —«Que hago de animal de compañía».

—No necesitas comportarte de ninguna forma especial —dijo Tristan, seguía manteniendo cierta aura distante, como si solo parte de él estuviera allí en ese momento—, solo procura no hacerte daño. Y hacer caso al médico también suele ser una buena idea.

—¿Por qué…?

—Vamos a buscar tu violín —dijo interrumpiéndole.

Zero captó la indirecta, ese no era lugar para preguntas. Asintió en silencio y no se sorprendió cuando Tristan le llevó por los mismos pasillos que había recorrido unos días antes siguiendo a su hermano.

—¿A qué día estamos? —preguntó mientras pasaban por un pasillo estrecho decorado con restos de robots. Era una escena bastante macabra porque todos tenían una vaga apariencia humanoide que ponía los pelos de punta—. Acabo de caer que entre los dos meses, aquellos días, el viaje y ahora esto… no tengo ni idea de a qué día estamos.

—¿Eso es importante? A mí me gustaría poder olvidarme del día en el que vivo. Significaría que no tengo una agenda que cumplir.

—¿Yo estoy en esa agenda? —Zero todavía se sorprendía de la capacidad que tenía Tristan para no responder nunca, ni siquiera, a una pregunta sencilla.

—No exactamente —dijo—. Más bien la desmontas.

Esta vez no hubo avisos por parte de Ulises. Quizá ya se había dado por vencido. Como hiciera Artos la vez anterior, Tristan cogió una de las barras de luz química y la sacudió. De nuevo sintió como el vello de su cuerpo se erizaba al compás de un escalofrío. Esa luz verdosa le daba repelús, y más desde que se había convertido en parte de sus pesadillas recurrentes.

—¿Estás bien? —le preguntó Tristan.

—Sí, claro —dijo intentando esbozar una sonrisa—. ¿Por qué no iba a estarlo?

—Estás…

—¡Bien! Ya te lo he dicho —respondió, quizá demasiado efusivo. Pero, ¿qué iba a responder? «No, no me gusta la luz verde porque me da pesadillas. No te comportes como un crío, Zero».

—Estás pálido —dijo Tristan con brusquedad, sin duda molesto por la respuesta arisca de Zero—. Perdiste mucha sangre; avísame si piensas desmayarte.

Zero agachó la cabeza. Cuando tenía a alguien que se preocupaba por él, él centraba todos sus esfuerzos en ahuyentar esa preocupación. Necesitaba demostrar que era fuerte, que era capaz, aunque se estuviera cayendo a trozos. Así había sido su vida siempre, ¿también con Tristan? «Con él más que con nadie, porque si hay una opinión me importe de verdad, es la suya». Pero al hacer eso sentía que le apartaba, y no quería apartarle. Eso no.

—¿Estamos solos? —preguntó Zero en un hilo de voz, haciendo referencia a la presencia de la inteligencia domótica. Llevaban un par de minutos caminando en la zona oscura pero el sonido podía traspasar el campo de nulidad y los receptores del otro lado estaban bien activos.

Nadie es perfectoWhere stories live. Discover now