《Huir no es una opción》⁴

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No diré tu nombre, pero te llamaré: guerra, arte, templo, gemido.
Joel Montero.


Gianna

El frío adormeciendo todas las partes de mi cuerpo es lo que me hace despertar de ese sueño tan profundo en el que caí.
Mi conciencia no se lo cree, no cree que haya venido hasta aquí detrás de un extraño, pudo haber pasado cualquier cosa.

Mis manos tiesas palpan la nieve bajo ellas para tratar de caer en la realidad. Miro hacia arriba y lo único que veo es el cielo oscuro adornado por algunas estrellas y la luna. Me enderezo sobre mi espalda y me permito por primera vez pensar en todo lo sucedido. Los susurros que no paraban, yo girando como loca en todas las direcciones en busca de una explicación lógica. Recuerdo como su aliento fresco rozaba mi oreja, lo sentía detrás de mí, pero al girarme no había nadie.

Contrarium.

¿Qué significa esa palabra?

Mi sentido común me dice que significa: contrario, pero, ¿a que viene esa palabra?

Agh, mi cabeza comienza a doler de manera exorbitante y para aliviarla un poco paso una de mis frías manos sobre mi cara. No sé cuanto tiempo pasé aquí tendida sobre la nieve, sólo sé que no fue mucho porque no me dio hipotermia y la música de la fiesta en casa se logra percibir todavía.

Muchos se asustarían ante lo que pasé, pero yo me siento perfectamente —excepto por lo de mi cabeza—, no tengo por qué hacerlo. Más que nada, quiero saber quién era.

No sé que fue lo que pasó a aquí pero no me voy a quedar con los brazos cruzados. Investigaré hasta dar con las respuestas.

Me pongo de pie y miro a mi alrededor en busca de mis zapatos para volver a casa, pero no los veo por ningún lado, se han esfumado entre tanta nieve a mi alrededor.

Me doy por vencida y camino a casa a pasos cansados. Por suerte mis pies descalzos no quedan a la vista, están cubiertos bajo mi largo vestido. Antes de entrar sacudo toda la nieve que tengo arriba, enderezo la pose y entro de una vez como si nada hubiera pasado.

Si mamá se enterara de eso que ocurrió se muere de la preocupación, bueno, cualquiera en su lugar lo haría.

El calor revive mis extremidades casi muertas por el frío. Todo está como mismo lo dejé, mamá me ve y se apresura hacia mí. Ok, ha llegado la hora de fingir que todo está bien.

—Gianna, ¿dónde te metiste todo este tiempo? —Pone una de sus manos sobre mi antebrazo con delicadeza y la retira rápidamente como si ardiera—. Dios, estás congelada, ¿dónde estabas?

—Yo... —No sé que excusa decirle para que no entre en una crisis de histeria.

Como si el cielo hubiera escuchado mis plegarias, entran unos hombres por la puerta principal, los reconozco de inmediato, son los veterinarios, y por las expresiones en sus rostros parecen muy preocupados. Ven a mi madre y caminan hacia ella a toda la velocidad.

—Señora Isabella, tenemos un problema muy serio —habla uno de ellos con la voz entrecortada—, uno de los caballos...

Oh no, los caballos. Esto no puede ser nada bueno.

De la nada aparecen a mis espaldas papá y el señor William.

—¿Qué está ocurriendo? —pregunta papá, fruncido el ceño y pasando una mano por su gran barba oscura.

—Un animal salvaje entró a las caballerizas y atacó a uno de sus animales —le comunica el doctor.

Mi corazón duele al imaginarme que es Zaphara.

Peligrosa Verdad [UN NUEVO MUNDO] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora