▬▬▬ O25 ; LA TRAICIÓN

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—Johnny, tienes que venir. Ahora.

Jaehyun sonaba realmente serio, y eso nunca era buena señal. Johnny miró a Ten, que descansaba plácidamente sobre su pecho y frunció el ceño. Lo último que quería en aquellos momentos era separarse de su recién estrenado compañero.

— ¿Qué pasa, Jaehyun?

—La manada sabe lo de Ten.

El color desapareció del rostro de Johnny mientras el móvil resbalaba de entre sus dedos. Cayó sobre el colchón, la voz de Jaehyun aún se escuchaba al otro lado de la línea, pero Johnny no podía contestar. Su mente parecía haberse apagado, mientras un centenar de escenarios catastróficos iban sucediéndose en su cabeza. En todos ellos, Ten resultaba herido. Gruñó, no lo permitiría. Nunca. Johnny se levantó de un salto de la cama, despertando a Ten.

— ¿John? ¿Qué pasa? — Preguntó confundido y adormilado, frotándose un ojo con la mano en puño.

En otro momento, Johnny se habría detenido a apreciar lo jodidamente adorable que era su compañero así, con el aspecto desaliñado propio de las personas bien folladas, pero no tenía tiempo para eso.

—Ten, levantate. Vístete.

—Pero, ¿qué pasa?

—Solo hazlo. Voy a hablar con tu madre, se van.

Johnny salió de la habitación sin esperar respuesta de su compañero, sintiendo su corazón latir a mil por hora y la ansiedad creciendo en su interior. Sus manos temblaban y sus ojos ardían. ¿Cómo se habrían enterado? La rabia invadió su cuerpo, alguien le había seguido. Se encargaría de eso en cuanto se asegurase de que Ten y su madre estarían a salvo.

Por suerte, la mujer no se había marchado, estaba sentada tranquilamente en el sofá, leyendo un libro de páginas amarillentas que parecía bastante desgastado por el uso. Quizá se habría dignado a avergonzarse por haber reducido a su hijo a un manojo de gemidos con ella aún en la casa si el nudo en su estómago no hubiera crecido, ella también estaba en peligro. La mujer era sorprendentemente parecida a Ten, con el cabello negro como la noche cayendo suelto sobre su delgado hombro, los pómulos levantados y las mejillas algo rellenas, haciéndola ver más joven de lo que era. Sus pestañas eran largas y sus ojos menudos y del color del café recién tostado. En una ocasión, Ten le dijo que se llamaba Yerin.

La mujer alzó la vista del libro en cuanto escuchó los apresurados pasos de Johnny bajar las escalera. Cuando vio el rostro descompuesto en preocupación del chico, supo que algo iba mal.

—Señora Lee, tiene que llevarse a Ten lejos de aquí. — Anunció Johnny apresuradamente, nada más puso un pie en el salón. La mujer se levantó automáticamente del asiento y le miró con el ceño fruncido.

— ¿Qué ha pasado?

—Mi manada ha descubierto que mi compañero es un humano. Tiene huir con Ten lo más lejos posible. Cojan lo imprescindible y marchense cuanto antes.

—Se acabam de enlazar, eso les destrozará.

—Necesito ponerlo a salvo.

Yerin asintió ante el afligido tono de Johnny. Sin decir nada más, salió del salón dispuesta a hacer las maletas. Johnny también se puso en marcha, corrió hasta su moto y arrancó, sintiendo una gran bola de plomo instaurándose en su pecho. Se estaba separando de Ten, y dolía, dolía como si le estuvieran arrancando una extremidad de cuajo. Se obligó a retener las lágrimas, no era momento de llorar.

Condujo sobrepasando por mucho los límites de velocidad, condujo hasta adentrarse en los caminos de tierra del bosque, hasta perderse entre los árboles. Condujo hasta llegar a su aldea.

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