▬▬▬ O18 ; CALOR 1/2

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Johnny despertó empapado en sudor y con el pulso acelerado. Miró su reloj, apenas había amanecido. Su pecho subía y bajaba al ritmo de su errática respiración y su piel ardía. En cuanto cerró de nuevo los ojos para tranquilizarse, las imágenes de aquel sueño volvieron a golpearle con una fuerza alarmante. Ten, él era el causante de su agitación. Ten y sus ojos brillantes, Ten y sus labios, Ten y su piel de terciopelo, Ten y su cuerpo esculpido, Ten y...simplemente Ten.

No necesitó apartar las sábanas para darse cuenta del enorme bulto que se alzaba en sus pantalones. Sus manos hormigueaban con anticipación. Apretó la mandíbula, no era un adolescente hormonal, debía controlarse. Pero no podía y, en el fondo, sabía el motivo. Descartó aquella idea, aún no era el momento, pero su lobo lo confirmó: estaba entrando en su calor. Se suponía que aún faltaban más de dos meses para su época de celo y a él nunca se le había adelantado. Aquello no era buena señal, no si no tenía a nadie con quién pasar el celo. ¿Podría Ten ocuparse de él? Decidió no pensarlo demasiado, no en aquel momento, al menos.

La imágen de Ten se había grabado permanentemente en su cabeza, mientras su mano se deslizaba sobre su abdomen hasta rozar la cinturilla de los holgados pantalones de algodón gris. No llevaba ropa interior, y en ese momento lo agradeció. Su lobo gruñía anticipando el momento, un gruñido que se reprodujo en su pecho cuando por fin rozó con suavidad la sensible piel de su erección. Cerró los ojos y dejó volar a su imaginación.

Ten estaba sobre él, repartiendo dulces besos en sus labios, bajando por su mandíbula para acabar contorneando su cuello con la lengua. Johnny se limitaba a dejarse hacer, mientras sus grandes manos amasaban con deleite todo a su omega. Los besos continuaron descendiendo, trazando un húmedo camino sobre su pecho desnudo. La respiración de Johnny estaba acelerada y sus largos dedos se enredaron entre las negras hebras de Ten mientras el chico continuaba su sendero de locura. Los besos se detuvieron abruptamente en la cinturilla de su pantalón. Ten le miró desde abajo, la escena más erótica que Johnny había contemplado jamás. Sus ojos brillando con deseo, sus labios abultados y sus mejillas sonrojadas. ¿Cómo incluso en un acto tan sucio Ten podía parecer la criatura más pura e inocente del planeta? Johnny no lo sabía, él solo quería corromperlo. Las pequeñas e inexpertas manos de Ten rozaron el hueso de su cadera antes de tomar la tela del pantalón y retirarlo lentamente. Ten observó su miembro erguido ladeando la cabeza con inocente curiosidad, y Johnny soltó un gruñido gutural cuando por fin sintió una lamida tentativa sobre la corona de su miembro. Johnny solo podía observar excitado cómo la lengua de su alma gemela trabajaba. Cuando Ten se aburrió de lamer, comenzó a introducirlo poco a poco en su boca. Al principio no podía con todo, y con su mano acariciaba el sobrante pero, poco a poco, consiguió hacerlo desaparecer completamente en su boca. Johnny gimió. Aquello iba a volverle loco, la dulce boca de Ten subiendo y bajando de manera tortuosa en torno a su pene, sus ojos vidriosos y sus mejillas sonrojadas. Tenía el pelo alborotado ahí donde él había pasado su mano. El placentero ritmo de la boca aumentó mientras una pequeña y suave mano acariciaba casi con delicadeza los testículos de Johnny. No aguantaría mucho más. Ten sacó el miembro de su boca y le miró expectante, aún bombeando con su diestra.

— ¿Lo hago bien?

Entonces, Johnny se corrió con un grave gemido, echando hacia atrás su cabeza y con la imagen de Ten aún rondando sus pensamientos. Volvió a la realidad, estaba solo en la habitación, con el único sonido de su respiración descontrolada. Nunca pensó que pudiera imaginar tan vívidamente cómo sería el Edén.

Aun así, cuando consiguió normalizar su ritmo cardíaco, comprobó que aquello no había servido para nada. Su miembro seguía erguido, su lobo enfadado y él, más excitado que antes si es que eso era posible.

No lo pensó mucho cuando se vistió corriendo y subió a su moto, simplemente dejó que sus instintos le guiaran. Quizás luego se arrepentiría. Ten debería haber salido ya hacia el instituto, pero algo le decía que aún estaba en casa.

Cuando llegó a su calle, un embriagador aroma volvió loco a su lobo, sus manos se apretaron con fuerza en torno al manillar de su motocicleta. Nunca había olido nada tan intenso ni tan excitante. Olía a vainilla y a canela, y a sexo y lujuria, olía a hogar y olía a... omega.

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