▬▬▬ O19 ; CALOR 2/2

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El dulce olor de las tortitas recién hechas subió serpenteando las escaleras de su casa hasta colarse bajo la rendija de la puerta de su habitación. Su cuarto no tardó en llenarse con el acogedor aroma de un desayuno recién hecho y el lejano tarareo de su madre. Ten sonrió levemente, aquella era una grata sorpresa, hacía más de una semana que no veía a su madre por las mañanas. Aunque, ni siquiera la expectativa de una reconfortante sonrisa maternal y un buen vaso de zumo de naranja recién exprimido, podrían alegrarle aquella mañana que parecía no poder ir peor. A las tres de la madrugada exactas se había despertado por primera vez con un intenso dolor de estómago, algo parecido a un fuerte pinchazo en la parte baja de su abdomen. Eso sumado al infernal calor que sentía. Su ropa estaba empapada en sudor y su piel ardía como si estuviera a punto de combustir espontáneamente. Intentó dormir de nuevo, y entonces, empezó el circo de las vueltas. Piernas sobre el cabecero, apoyadas en la pared, dobladas, estiradas... no había manera de encontrar una postura que le resultara cómoda. Nunca se había sentido tan extraño, cada roce con las sábanas se sentía como una intensa descarga eléctrica directa a cada uno de sus nervios. No podía evitar jadear y ya no sabía si era por el calor o por el intenso dolor en su abdomen. Empezaba a plantearse llamar a emergencias cuando por fin consiguió dormir de nuevo. Fue un sueño ligero e intranquilo, y apenas una hora después sonó la alarma.

Se levantó de la cama con pesadez y arrastró los pies hasta la puerta. En algún momento de la noche, entre el calor, se había deshecho de sus viejos pantalones de pijama y lo único que cubría su cuerpo era una camiseta varias tallas más grandes de la necesaria que llegaba justo a tapar su ropa interior. Ten no se preocupó por eso, su madre no iba a asustarse y tampoco era como si alguien más fuera a verle así. Además de que antes debía preocuparse por su aparente fiebre desmesurada.

Bajó tambaleante las escaleras, sentía su cuerpo pesado, como si sus músculos estuvieran retoriciéndose pajo su piel. El dolor en el abdomen no había remitido y, por algún motivo desconocido para él, tenía unas inmensas ganas de llorar.

—Buenos días, cariño.— Su madre parecía especialmente optimista y alegre aquella mañana, y le saludó con energía en cuanto le vió entrar a la cocina. Él habría deseado haber puesto algo más de ánimo en su respuesta.

—Buenos días...

El ceño de su madre se frunció automáticamente en cuanto vio las marcadas ojeras y la frente perlada de sudor de Ten.

—Cariño, ¿estás bien?

—Creo que tengo algo de fiebre...

Su madre se acercó preocupada y puso su mano sobre la frente de Ten, la diferencia de temperatura le provocó un escalofrío.

—Claro, hijo. Tú tienes "un poco" de fiebre y en la Estepa Siberiana hace "un poco" de frío. Corre a tu cuarto, hoy no vas a clase. Si no se te ha pasado mañana por la mañana, iremos al médico.

Ten no iba a quejarse, realmente se encontraba fatal. Por un momento se planteó hablarle a su madre de sus otros síntomas pero, en aquel momento, una visita al médico no le hacía demasiada ilusión.

—Cómete antes el desayuno, yo tengo que ir a trabajar.— Ten asintió y su madre besó su frente. —Te quiero, hijo. Llámame si te encuentras peor, ¡y ponte unos pantalones!

Eso fue lo último que se escuchó antes del ruido de la puerta al cerrarse. Ten suspiró, su madre era una mujer todoterreno, no paraba ni un segundo. No tenía hambre, y el solo pensar en meter algo en su estómago le dio náuseas, así que optó por regresar a su cuarto e intentar recuperar las horas de sueño perdido. No lo consiguió, cada vez parecía encontrarse peor y el techo había empezado a darle vueltas. Se sentía al borde del desmayo pero, justo en el momento en el que iba a buscar el teléfono para llamar a su madre, sonó el timbre. En otra ocasión, Ten no se habría molestado en abrir, pero antes de que pudiera procesarlo sus pies corrían hacia la puerta, como si su subconsciente ya supiera quién se encontraba al otro lado. Llegó a la entrada y abrió, para encontrarse a un jadeante Johnny con el pelo alborotado y las pupilas dilatadas al otro lado. Quería preguntar, saber qué hacía allí, pero su cuerpo se movió solo y se abalanzó sobre Johnny, hundiendo la cara en su cuello y rodeando su cintura con los brazos. Y entonces, todo el dolor desapareció. Aún sentía su cuerpo arder, pero los pinchazos en el abdomen y la pesadez de sus músculos habían desaparecido, ya no estaba mareado ni sentía ganas de llorar, ahora solo quería... a Johnny.

ALPHA'S OWNER Ꮺ johnten +18 ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora