Capítulo 8

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Willow permanecía inmóvil en el sofá. Sus piernas estaban dobladas y pegadas la una a la otra. Con las manos reposando sobre sus rodillas y los párpados cerrados.
Se notaba el esfuerzo que estaba haciendo.

—La barrera sigue en perfecto estado, tampoco he detectado nada fuera de lo normal. —dijo por fin, abriendo los ojos y dejando su cuerpo caer sobre el respaldo.

Llevaban más de tres horas esperando que algo sucediera, pero nada había pasado.
Cada uno de ellos sostenía entre sus brazos un arma, que no habían utilizado en toda la noche.

Buffy soltó un suspiro y se levantó de su lugar.

—No sé si el que estén tardando tanto es una buena señal...

—Yo diría que no. —concluyó Spike por ella.

—Quizás tienen cosas más importantes que hacer. —intervino Dawn.

—Sea lo que sea, en un par de horas como mucho saldrá el sol. —dijo Willow en un suspiro —Entonces estaremos más seguros.

—Habla por ti. —se burló Spike.

Buffy salió del salón.

—¿A dónde vas? —preguntó el chico alzando un poco la voz.

—Al baño, si no te importa. —contestó sarcásticamente mientras avanzaba, sin volverse.
Estaba cansada y, después de pasar varias horas a la expectativa de un ataque que nunca llegaba, solo tenía ganas de mandarlo todo al traste.

—¿Te acompaño? —dijo él con sorna. No recibió respuesta.
Cada vez se sentía más desinhibido, le resultaba sorprendente el efecto que las palabras de Buffy podían tener sobre él.

—Por favor... —suspiró Dawn mientras se ponía la mano en la cara.

La situación era crítica, pero Willow no pudo evitar reírse por lo bajo. Spike la miró con fingido enfado, tratando de reprimir una sonrisa.

Buffy se lavó la cara y se miró al espejo. Deseaba que aquella pesadilla acabara, pensó que quizás podría contactar con otras cazavampiros, pero la única manera de hacerlo era mediante Giles, o al menos eso pensaba.
Realmente, después de la destrucción de Sunnydale, apenas lo había visto.
A efectos prácticos Giles ya no era su vigilante, pero ella sabía que si acudía a él, le brindaría su ayuda.

Bajó de nuevo al salón y se dirigió a Willow.

—Tenías razón.

—¿Cómo? —respondió la pelirroja confundida.

—Llamemos a Giles, el podrá alertar a las demás cazavampiros de lo que está sucediendo y quizás incluso puedan ayudarnos a deshacernos definitivamente de Glory.
Además, creo que nos vendría bien consultar algún que otro libro. —dijo demasiado rápido.

—Vale, Buffy, tranquila, vamos paso a paso. Primero tenemos que encontrar su número.

—Pero, ¿no lo tenías?

—Sí, pero no sé si seguirá teniendo el mismo.

—Solo hay una manera de averiguarlo. —dijo Buffy señalando la BlackBerry de Willow, que reposaba sobre el sofá.

La pelirroja cogió el móvil y comenzó a pulsar las teclas, para luego ponerlo al lado de su oreja. Se escucharon cinco tonos hasta que alguien contestó.

Mientras tanto, varios miles de metros bajo tierra, Glory caminaba por un largo pasillo, contoneándose, escoltada por cuatro seres de aspecto engañosamente humano. De vez en cuando les dirigía miradas coquetas, disfrutando enormemente al ver cómo aquello los ponía nerviosos.

Al llegar a la estancia frenó elegantemente, apoyando su peso en una pierna.

—Mi señor. —pronunció mientras inclinaba la cabeza hacia delante. Sus ojos volvieron a levantarse, para toparse con los de él.
Lucifer devolvió el gesto, sin moverse de su trono de huesos.
Hizo un pequeño movimiento con la mano y sus secuaces abandonaron la estancia.

El chico de cabello negro la examinó con la mirada.

—Bonito atuendo. —observó, señalando con la cabeza el vestido rojo de Glory.

—Combina con el color de sus ojos. —respondió la Diosa sin apartar la mirada.

—Un detalle por tu parte. —dijo con tono neutro.

—Y bien, señor Lucifer, ¿cuál es el motivo de su llamamiento?

—Almas.

—¿Disculpe?

—Has alterado el orden del infierno, Glory. -dijo con tono sereno, pero imponente.
La diosa sabía a qué se refería.

—Me decepcionas, Samael. —respondió llamándolo por su nombre de ángel.

—Una pena que Samael ya no exista. —dijo con sequedad —¿Qué has hecho con el alma del vampiro?

—Nada.

—Sé que te has llevado su alma, Glory. Aunque por lo menos tuviste la decencia de dejarme la de Ángelus en su lugar. —hizo una pequeña pausa antes de continuar. Glory sonrió levemente. —Pero lamentablemente para ti, las cosas aquí no funcionan así.

La sonrisa de la diosa se esfumó.

—Desde que tu padre te puso al cargo de todo esto te has vuelto un aburrido...

—Yo tampoco te imaginaba haciendo tejemanejes con vampiros, pero aquí estamos. —interrumpió con cierto tono de desagrado -Tienes hasta el atardecer.

El chico se levantó de su asiento, sin apartar sus ojos carmesies de ella.

—¿O sino qué? —desafió Glory.

—Se te impondrá un castigo. —dijo con hartazgo. Ella puso los ojos en blanco y se aproximó a Lucifer con una sonrisa pícara.

—Sabes cuáles son mis planes, cariño. —pasó un dedo por el pecho de él —Solo busco el caos y el sufrimiento de esos asquerosos e insignificantes humanos. —el chico no contestó —Si me lo permitieras podríamos dominar el infierno y la Tierra, juntos. Seríamos imparables.

—Glory... —comenzó apartándola.

—A mí no me engañas, Lucifer, sé que lo deseas tanto como yo. No tienes por qué resistirte. —volvió a acercarse, pasando su mano por el cuello de él.
El chico cerró los ojos y volvió a hablar.

—No va a funcionar, Glory.

—Pero...

—Antes del atardecer, quiero el alma del vampiro. —repitió, ignorando todo lo dicho por la chica. Acto seguido se dio la vuelta y caminó hacia su trono.
Glory soltó una risa, incrédula.

—No puedo creer que seas el mismo Samael que conocí hace unos siglos. —él le echó una mirada de advertencia.
—Incluso cuando estabas en el cielo eras más divertido que ahora, más malo. —hizo una pequeña pausa para mirarlo de arriba abajo y cruzarse de brazos antes de seguir.
—Ahora no eres más que un triste ángel caído, que ni tiene alas ni identidad. ¿Qué pasa? ¿Tanto te duele ser la oveja negra? ¿Tanto te cuesta aceptar que tu papi te mandara a hacer el trabajo sucio?

Los ojos de Lucifer brillaban de ira. Saltó hasta Glory y la cogió por el cuello, levantándola del suelo.
La chica hizo una mueca, pero enseguida sonrió complacida por su reacción.

—Tienes suerte de ser una diosa, sino ya habría encerrado tu asquerosa alma en el infierno. Y créeme, aquí abajo no somos tan compasivos como en la Tierra.

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