Capítulo XXI

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Me desperté en una habitación desconocida, rodeada de sábanas blancas y un olor acrílico poco familiar, confundida y desorientada. Mi cabeza dolía, mis párpados se sentían pesados y mi visión se tornaba borrosa cada vez que intentaba pestañear en busca de claridad. Miré a mi alrededor, apreciando el estrecho espacio de lo que parecía ser una cabaña. Había una chimenea a unos metros de mi derecha, el sonido de la madera siendo agrietada por el fuego apagaba el silencio que me cubría. Alguien había agregado leña nueva hacía poco tiempo, probablemente solo unos minutos. Dos cojines marrones estaban colocados de forma horizontal en el suelo frente a la chimenea, dándole un toque acogedor a lo que sería un espacio completamente rústico y frío de otra forma.

Una pequeña, pero moderna cocina se escondía en la esquina este de la habitación, parcialmente oculta por un pilar de madera grueso. El encogido espacio parecía apenas ser capaz de encajar a una persona. Todo el lugar estaba completamente libre de paredes a excepción de las que separaban la habitación de baño del resto, o eso creía que era la puerta cerrada a mi izquierda.

Me senté con cuidado en la cama. Posicioné las suaves almohadas amontonadas a mi lado contra la pared y apoyé mi espalda en ellas. Busqué la habitación por un reloj que me ayudara a descubrir la hora del día, pero solo terminé acumulando más dudas e incertidumbres en mi búsqueda. Las paredes del lugar estaban completamente desnudas.

Era de día –al menos sabía eso–, si los rayos del sol que se colocaban a través de la puerta entreabierta eran indicio alguno.

La puerta rechinó y una mano que conocía tan bien como las mías se coló por la rendija y abrazó la madera, empujándola hasta que los rayos del sol iluminaron toda la habitación. Miguel entró en la cabaña cargado de más madera para alimentar el fuego. Usando su pie, cerró la puerta detrás de él, regalándome una pequeña mirada de preocupación antes de caminar a la chimenea y dejar caer las maderas junto a esta a secar.

Su camisa blanca se adhería a su cuerpo como una segunda piel, casi transparentada por el rocío de la mañana. Su ropa estaba húmeda.

—Te vas a resfriar —le reprimí con el ceño fruncido, las palabras abandonaron mis labios sin haberlas pensado bien.

—Eso no va a suceder, Lilly —respondió Miguel y, tal vez había sido mi imaginación o mi mente conjurando un espejismo, pero podría haber jurado que un deje de diversión era palpable en su voz.

Cerré mis ojos, mortificada por mi estupidez.

—Lo sé, perdona. Se me había olvidado que eres un ángel. Me siento un poco confundida.

—Es entendible.

—¿Dónde estamos? —pregunté e intenté rebuscar en mi memoria las razones de nuestra partida de la ciudad, solo para darme cuenta que mi mente estaba en blanco. Lo último que recordaba era haber llegado a casa después un día largo en el trabajo, anhelando la suavidad de mi cama.

No estábamos en Nueva York, eso lo tenía claro. El aire a mi alrededor olía diferente, era más frío y húmedo, pero a la misma vez más limpio. Y tampoco estaba el familiar sonido de la ciudad en movimiento.

—Sur de Roma —respondió Miguel calmadamente.

Pestañeé repetidas veces, aún más confundida.

—¿Roma?

La palabra dejó un gusto amargo en mi boca. No solo estábamos fuera de Nueva York, sino que estábamos a un mar de distancia de la ciudad que había considerado mi hogar.

—Te dije que no quería dejar Nueva York, Miguel. Pensé que lo había entendido —suspiré, agitada.

Miguel me miró sorprendido desde su lugar a unos metros de distancia.

—¿No recuerdas lo que sucedió antes de traerte aquí?

—Sí… bueno, no sé ¿No entiendo que debería recordar?

Miguel me observó con cautela, repasando cada una de mis facciones con intensidad, buscando algo que yo desconocía en la expresión de mi rostro. Con un suspiro, acortó la distancia que nos separaba en la habitación con largas pisadas, hasta quedar sentado en el borde de la cama con su espalda hacia mí.

—Desearía que no tuviera que contarte la verdad, Lilly, porque siempre he sabido que te haría más daño que bien, pero ya es hora de que sepas todo. Mereces saberlo después de lo que has tenido que pasar.

La voz de Miguel se escuchaba contenida y apenada. Mi corazón dio un brinco en mi pecho, conmovido por sus palabras.

—¿La verdad de que exactamente, Miguel?

—La verdad de tú existencia.

Tomé un respiro profundo y relajé mi espalda contra las almohadas. No sabía en qué momento me había vuelto a sentar, con los músculos rígidos y cargados de tensión. Por fin Miguel me iba a conceder lo que tanto quería. Le había pedido honestidad por tanto tiempo sin recibir nada a cambio que toda esa escena me parecía irreal.

—¿Recuerdas tú comienzo en el Cielo como un Guardián?

—Sí. —Asentí. Lo recordaba como si solo hubiesen pasado un par de años, en vez de siglos.

—¿Y recuerdas lo que Gabriel te dijo antes de que juraras tu lealtad al Padre?

—Dijo que debería estar agradecida por la oportunidad que me habían dado. Que no solo me estaban brindando un lugar en el Cielo, sino que también me habían dado una nueva razón para vivir—repetí palabra por palabra, aun escuchándolas con claridad en mi mente.

—Gabriel estaba en lo cierto, Lilly, porque tú destino no era el Cielo. Nunca deberías haber sido un Guardián —Miguel inspiró, recorriendo la mano por su pelo, un gesto que solo hacía cuando se sentía frustrado—. Rafael tuvo razón todo este tiempo. Deberíamos haberte contado la verdad en el momento que cruzaste las Puertas del Cielo. Tal vez las cosas hubieran sido diferentes ahora.

—No entiendo lo que me quieres decir. No necesito más acertijos, necesito saber la verdad. Después de tanto tiempo me la merezco, ¿no crees?

Mi mente daba vueltas, intentando procesar toda esa información cargada en las crípticas palabras, intentando encontrar el significado escondidos en ellas. Quería las respuestas a todas esas interrogantes que había pasado miles de años componiendo en mi cabeza, dándole vueltas una y otra vez sin parar, pero no estaba segura de que me gustaría el precio que debería pagar para obtenerlas.

—Tú destino es ser la Reina del Infierno, Lilith. Naciste para reinar junto a Lucifer. La Profecía habla de ti, ya lo sabes. Tú tienes el poder de liberarlo del Infierno.

Lilith (Almas Perdidas Libro 1) √Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon