Epílogo

34 6 1
                                    

Mis pies descalzos tocaban el frío pavimento de la carretera desierta con cada paso tambaleante, mis respiraciones agitadas eran ahogadas por el torrente de lluvia que empapaba mi piel, haciendo de mi bata blanca y melena oscura otra carga pesada para mi dolorido cuerpo.

Con un grito ahogado, me doblé en dos mientras jadeaba a través de una contracción. Estaban viniendo cada vez más seguidas. Me quedaba poco tiempo, lo sabía, pero la desierta carretera en la que me encontraba hacía poco para avivar mis esperanzas de encontrar refugio pronto.

Alcé una mano temblorosa hacia mi frente, presionando contra la herida para intentar detener el flujo de sangre que escapaba de esta. Ya había perdido demasiada, y los latidos constantes de dolor que me asechaban por todos lados no hacían nada para disminuir mi creciente pánico.

Tenía que encontrar un refugio, no podía permitir que le sucediera nada a mi bebé.

Giré en círculos en la carretera, mirando desesperadamente a mi alrededor. La luz de la luna apenas me brindaba claridad para ver bien. Ya hacía minutos desde que había tenido el accidente y, aunque me hubieran parecido kilómetros, sabía muy bien que apenas había caminado unos pocos metros.

Otra contracción me golpeó de repente y arrancó otro grito desgarrador de mi garganta. Una luz cegadora apareció de entre los árboles y el sonido de hojas secas siendo aplastadas por pies pesados llenó mis oídos. Solté un suspiro cansado, agradecida con Dios por enviarme un último ángel de regalo para salvar a mi pequeña.

—¡Dios mío! ¿Está bien? —una voz urgente preguntó. Dos brazos voluptuosos rodearon mi cintura y enderezaron mi espalda—. Dígame algo, señora, por favor. Ya me está preocupando.

—Necesito un hospital —jadeé entre respiros laborosos—. Él bebé está en camino. Por favor, ayúdeme. No me queda poco tiempo.

—Esto es el medio de la nada, aquí no hay hospitales. Solo un complejo de cabañas que mi esposa y yo compramos hace unos años —replicó el hombre, su voz se escuchaba frenética. Intenté abrir mis ojos para calmarlo, pero mis párpados se estaban volviendo pesados. Ni siquiera recordaba haberlos cerrado.

—Por favor. Ayúdeme a salvar a mi bebé. Por favor —supliqué, gimiendo a través otra contracción.

El hombre me alzó en sus brazos y me abrazó contra su pecho antes de disponerse a correr hacia el lado del bosque. A través de mi vista borrosa pude ver un pasaje estrecho abrirse paso de entre los densos árboles, alumbrado únicamente por la linterna que sostenía el hombre y que se movía parpadeante en todas las direcciones. Una tenue luz cálida apareció al final del pasaje, dando paso a un complejo de pequeñas cabañas en un amplio claro.

—¡Clara! ¡Clara! —gritó el hombre mientras se acercaba apresurado a la única cabaña que estaba iluminada.

—¡Oh, Dios mío! —se escuchó desde la distancia una voz suave y alarmada, ahogada por el rugido de la fuerte lluvia—. Por Dios, mi niña, pero que te ha pasado—. Manos suaves palmaron mi rostro, mis brazos, acunaron mi hinchado estómago y regresaron nuevamente hasta atrapar mis mejillas.

—Me la encontré en medio de la carretera, doblada en dolor, cuando venía de inspeccionar los alrededores. Está muy débil, Clara. Necesita un hospital.

—El hospital más próximo está a tres horas y este bebé va a nacer ya. Tendremos que ayudarla nosotros, Tommy.

<<!No! Necesito un hospital.>> pensé, pero mis labios no refutaron sus palabras. Mis ojos se habían cerrado nuevamente y mi cuerpo se sentía demasiado débil.

—No somos médicos, Clara. Está muy pálida, puede morir —dijo el hombre, apresuradamente.

—Fui trabaje en un hospital por diecisiete años, creeme cuando te digo que, si no traemos este bebé al mundo ahora, ambos morirán. Ha perdido demasiada sangre, no resistirá el largo tramo hacia el Hospital. Tendremos que hacer lo mejor que podamos para salvar sus vidas—replicó la esposa con firmeza —Colócala aquí, ve y trae toallas limpias y agua tibia —ordenó.

Lilith (Almas Perdidas Libro 1) √Where stories live. Discover now