Capítulo 11

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Le encantó como reaccionó cuando posó sus labios en su zona más húmeda y palpitante, todo su cuerpo tembló con solo la caricia de su lengua. Contrajo sus músculos y gimió. Pequeños y leves ruidos de excitación. Fiammenta deseaba lo que Zabdiel era capaz de darle, lo deseaba a él.

—Tú me haces sentir guapa.— declaró jadeante.

—Lo eres, mi amor, lo eres.— susurró al tiempo que besaba los labios de su sexo tal y como lo haría con los de su boca—. Voy a hacer que te corras de una forma tan rica que te acordarás de este momento toda la semana.

—Hazlo, por favor... Hazlo.— suplicó conteniendo los ganas de mover sus caderas contra la boca del dominante.

Él gruñó contra su sexo antes de introducir su lengua con fervor, no le importaron los gemidos de la chica indicando que se correría pronto. La mantuvo abierta y devoró su sexo suave y tembloroso. Su lengua encontraba el camino a la perfección en su interior, no quiso detenerse hasta que Fiammenta anunció que se corría.

—¡Oh por Dios!— gritó, temblando a medida que llegaba al clímax.

—No, no ha sido por Dios, ha sido por un servidor.— dijo él tomando sus caderas con sus manos—. Pero ya sabes que puedo ser tu Dios siempre que quieras.

No le dio tiempo a recuperarse de su orgasmo, enterró su polla con una fuerte y húmeda embestida. Fiammenta gimió una vez más, un sonido que retumbaría en los oídos de Zabdiel como lo más sexy que había escuchado en todo el día.

Era una simple fantasía para él, contraída y ardiente mientras se adentraba en ella y sus músculos internos lo agarraban con fuerza. Era algo tan bueno que a Zabdiel le aterró el poder que ella ejercía sobre él sin siquiera darse cuenta.

De alguna forma lo mantenía cautivo.

Se movía a sí mismo tiempo, como si ambos lo necesitaran de una forma imprescindible.

—Dilo, Fiammenta.— balbuceó tragando saliva con fuerza.

—¿Qué tengo que decir...?

—Di la verdad... Lo que yo quiero oír.— se inclinó para posar su boca sobre su hombro.

Ella se tensó cuando su orgasmo empezó de sí pero él inmediatamente redujo el ritmo, aminorando las embestidas.

—No sé que tengo que decir.— lloriqueó frustrada, estando completamente a su merced—. Te amo, Zabdiel.

—Eso, si lo mucho que...— gruñó en duras embestidas intercaladas— me... amas...

Soltó un grito ahogado con la última embestida, sintiéndose en la cima una vez más.

—Dilo...

—Te amo...— lloriqueó sintiendo su orgasmo explotar en su interior.

Zabdiel gimió también su nombre al sólo escucharla decir esas palabras, fue suficiente pero alcanzar también su orgasmo y correrse en su interior.

Sin ninguna delicadeza desató la venda de sus ojos, ella fue rápida en abrirlos y buscar su mirada.

Sus manos acunaron su rostro antes de acercar su boca a la suya para comérsela a su antojo.

—¿Por qué querías que dijera eso en tal momento?— cuestionó totalmente perdida.

—De alguna forma eso me prende, no me juzgues.

—No lo haría, tú me enseñaste a no hacerlo.

Él sonrió de forma socarrona mientras se levantaba del suelo y le tendía sus manos para ayudarla a imitar su acción. Fiammenta se dedicó a observarlo mientras él se vestía, ella ya tendría tiempo de hacerlo cuando Zabdiel terminase.

—Sé que quieres más y créeme que yo también, pero tengo asuntos importantes que hacer en el club y quedé con los maestros.— acarició su mentón—. ¿Quieres acompañarme?

—No, señor.— negó ligeramente con la cabeza—. Preferiría quedarme y pasar el rato.

—Diviértete, aunque dudo que lo hagas más que conmigo.— besó sus labios haciendo sonreír a la pelinegra—. Estaré aquí para cuando lleguen las ocho, recuerda que iremos a cenar a casa de tu padre.

—No se me olvida.— murmuró por lo bajo, la idea no terminaba de agradarle del todo pero no lo admitiría en voz alta.

Zabdiel abandonó el lugar dejándola completamente sola, Fiammenta no tenía planeado aburrirse en lo más mínimo, si había algo que adoraba del dominante era que le dejaba experimentar todo lo que quisiese incluso en su ausencia. Y sus ojos habían divisado nuevos juguetes que quería estrenar ese mismo día, no es que se sintiese insatisfecha con lo que él le había dado ni mucho menos pero quería más.

Él sabía que no debía de preocuparse, a pesar de que lo ella hiciera no haría justicia a lo que él podría hacerle, era consciente de que no se aburriría sino todo lo contrario. Cumplió con sus deberes en el club y finalmente regresó a casa cuando eran aproximadamente las siete y media de la tarde.

Subió a su habitación para cambiarse de ropa; decantándose por un calzado negro al igual que su pantalón y una chaqueta larga de vestir de color azul con flores rojas.

—Señor, lo esperaba para dentro de media hora.— dijo la suave voz de Fiammenta al entrar a la habitación, su largo cabello negro estaba suelto y su rostro ya estaba maquillado, el color de sus labios era también rojo como las flores de su chaqueta, e idéntico al color del vestido que llevaba puesto, los detalles negros de este combinaban con sus zapatos de tacón que la hacían verse más alta.

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