17 │De Conversaciones (In)conclusas

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HUNTER

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HUNTER

AHORA:

—Cuando dijiste que tú elegirías el siguiente lugar, pensé que iríamos... no lo sé, no al lugar donde trabajas —comentó mamá, usando un tenedor y un cuchillo para cortar un pedazo de su pizza.

Miré con diversión Flavio sobre el hombro de mamá. Se encontraba atendiendo una de las mesas cercanas, aunque su atención estaba en nosotros. Siendo más específico; en mamá. Le estaba lanzando miradas furtivas con su rostro contraído en una exagerada mueca de horror. Sonreí para mí mismo, recordando que él consideraba que comer la pizza con cualquier cosa que no fuera con las manos debía considerarse un crimen.

—¿Qué tiene de malo Fratelli? —le pregunté, desviando mis ojos hacia los suyos y chupándome ruidosamente los dedos llenos de salsa. Mamá entornó sus ojos cafés con desagrado, pero no me reprendió—. No es como si no te gustara la comida de Enzo.

Ella puso los ojos en blanco y elevó sus labios en una pequeña sonrisa, sabiendo que la había atrapado.

—La comida de Lorenzo está exquisita como siempre, y no es por eso por lo que me estoy quejando, cariño —se defendió, llevándose el tenedor a la boca, haciendo que sus brazaletes dorados chocaran contra la mesa—. Solo pensé que querrías darte un descanso, ¿sabes? Respirar un aire distinto. Últimamente, parece que todo lo que haces es estar encerrado aquí o en tu dormitorio.

Madre, estás haciendo que me arrepienta de haberte hablado de lo que hago, o no hago —le dije, dándole una sonrisa sarcástica.

Era un poco deprimente admitir que durante las últimas tres semanas, había pasado más tiempo saliendo con mi propia madre que con gente de mi edad, pero tenía mis motivos ocultos; me estaba escondiendo.

O bueno, mejor dicho; me estaba confinando.

Después de la inesperada aparición de Saige en Nueva Jersey, necesité espacio para poner en orden mis pensamientos. Nuestra conversación —y toda la jodida situación, la verdad— me había afectado de tal forma que estuve de mal humor por días. Estuve de mal humor con Sawyer; por la estúpida discusión que tuvimos, con Dylan; por sus interminables mensajes de texto para preguntarme si estaba bien.

Conmigo mismo, porque mi cerebro aparentemente no había recibido bien el mensaje de que ella ya no era mi problema y seguía preguntándose cosas sobre ella que no debería estarse preguntando. Como por ejemplo: «¿qué habría pasado si la hubiese dejado hablar?», «¿será que sus padres han seguido comportándose como auténticos hijos de puta?», «¿está ella... bien?». Ya tienen una idea de por qué preferí recluirme entre la universidad y mis horas de trabajo. Trataba de evitar a toda costa esos pensamientos, o en su defecto, buscarles respuesta.

Mi plan fue sencillo; burlar cualquier posibilidad de sufrir otra retorcida emboscada del destino, lo cual significaba que tendría que evitar lugares y personas relacionadas a Saige, al menos hasta que mi estado de chico trágico y sentimental que no aprendió ninguna lección del pasado se tranquilizara.

La Ley de lo (Im)perfecto ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora