-Tal vez deberías leer algunos libros, podría despertar algunas ideas-, dijo Eileen, sus ojos negros centellearon ligeramente, Harry podría no haber dicho nada pero ella lo conocía. Podía ver que se estaba irritando por su falta de progreso en su segunda poción.

-Puede que tenga que hacerlo-, gruñó Harry exasperado, mientras terminaba su taza de café.

-Ponerte nervioso tampoco te ayudará, relájate, diviértete y deja que te llegue. Sé que parece una tontería, pero funciona, desde luego a Severus le funcionó-, dijo Eileen.

-¿Qué hizo?- preguntó Harry curioso por él, con una sonrisa que se abría paso en su rostro.

-Le dije que se relajara, así que salió y se emborrachó, se despertó por la mañana con resaca y una idea para una poción-, dijo Eileen sacudiendo la cabeza con diversión. Por suerte, su hijo no tenía la costumbre de beber; ya había tenido bastante con lidiar con gente borracha durante su matrimonio con Tobías. Su marido había sido un borracho violento; ella había intentado proteger a Severus de él, pero en la mayoría de los casos fracasó.

Harry se rió divertido; no era algo que pudiera hacer, a no ser que consiguiera que Cedric le invitara a unas copas. No, tal vez un día tranquilo junto al fuego, leyendo libros le ayudaría, como había sugerido Eileen. De todos modos, Severus estaba ocupado en el laboratorio; ahora tenía un contrato con San Mungo. Sus pociones eran superiores a las que habían obtenido de otro fabricante, y así tenía aún más dinero. La única desventaja era que le quitaba mucho tiempo, ya que San Mungo era un hospital que estaba en constante demanda. Por suerte, tenían otros dos maestros de pociones trabajando en sus laboratorios personales, lo que le evitaba tener que hacer más trabajo. 

-Madre-, gruñó Severus más allá de la exasperación, de pie en la puerta, con los brazos cruzados, mirándola fijamente, pero sólo a medias. Había tomado algunas decisiones tontas en su adolescencia, ninguna más que tomar la Marca Tenebrosa. Sin embargo, no quería que Harry se enterara de ello, ya que le hacía ver lo joven que era. Le remordía la conciencia, sí, Harry era maduro, parecía saber lo que quería, pero al fin y al cabo sólo tenía dieciséis años. No podía negarle más de lo que podía arrancarse el corazón.

-¿Qué?- dijo con fingida inocencia.

Severus se limitó a suspirar molesto sacudiendo la cabeza; las madres siempre hacían lo posible por avergonzarte de una forma u otra.

-¿Ya has terminado?- inquirió Eileen cambiando de tema.

-Por hoy-, dijo Severus, -¿Y tú Harry?-.

Harry se limitó a gemir cerrando su portátil habiéndolo guardado ya; en él estaban todos los resultados de la poción desbloqueadora de animagos. También lo había anotado en su diario de pociones, que llevaba a todas partes, cosa que no hacía con el portátil. -Voy a leer; tal vez se me ocurra algo-.

-Creí que ya tenías dos-, declaró Severus confundido.

-La otra idea no funcionó-, dijo Harry encogiéndose de hombros.

-Ya veo-, dijo Severus, -me voy a duchar-, añadió antes de salir de la habitación.

Harry se mordió el labio; llevaba semanas soñando con eso, con la sensación de esas manos cayendo en cascada sobre él. Oh, no, ahora no, pensó Harry ahuyentándolos, no queriendo insistir en ello. Ya era suficiente con despertarse con las sábanas mojadas sintiéndose de nuevo un niño de doce años. -¿Sabes dónde está mi capa azul?- preguntó Harry, mirando alrededor de su habitación, los libros de los Black seguían encogidos y en su bolsillo. Llevaban meses allí, había tenido otros libros que leer y se había olvidado de ellos. Además de que había tenido que leer libros relacionados con sus preguntas de Maestría.

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