Lunes semanales

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Hoy me levante en un lunes maravilloso. Pero era lunes, así que no. Pero papá tenía reunión con sus amigos de universidad. Y a él como que le harta interrumpirse en medio de una conversación para irme a buscar. Entonces se cancelaron mis clases, y me envió a la azotea. Yo creí que encontraría diversión. Armada con unos binoculares que encontré arrumbados en el gabinete.

Pero resulta que se torna soso. Quedarse una viendo los áticos de las demás personas. Y solo hay un montón de hojas y ramitas. Una vez pasó un gato, paso detrás de un gordo tinaco y no lo volví a ver. Entonces me aburrí y baje por la escalerita de blanco descascarillado. Pero sin animarme a entrar me quede allí, en los dos primeros escalones. Y ya ahora desde otra altura se ven otras cosas. Hay menos montañas y más gente. Bueno, a pesar de que hacía buen aire solo vi dos personas en la lejanía de un balcón. 

Me acomodé en la barandilla, ajusté la lentilla. La ajuste y la reajuste. Hasta poder verlo. Estaban en la esquina de la plaza, entre una mesa metálica y unas bancas agujereadas. A mí me ha gustado depender de las casualidades y él estaba echado. Sentado, muy casualmente, balanceándose hacia atrás y adelante. Su cabello era como una maraña de oro y oxido. Sonreía, sus labios se entreabrían cuando comenzaba a hablar. 

Hace calor. Un calor terrible que chamuscaría mi piel en filete, si este sitio donde estoy fuese de lámina. Baja el viento raspando los áticos de polvo y entre sus brisas secas, minúsculas ramitas y hojas destrozadas. Los lentes no enfocan bien y suspirando los dejo a un lado. Al cabo me parece ver lo mismo, pero sin tirar de mis nervios. Me abandono sobre el mueble de mis piernas dobladas. Hallando una almohadilla entre mis rodillas donde acomodar mi cabeza. Hay movimiento a los lejos, se paran. Vuelvo a coger los binoculares y los veo irse. Un lunes, vienen cada lunes.

Harto antañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora