Capítulo 23. Verde de envidia y de otras cosas

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Recorrieron el largo camino que les separaba de North River Drive, una de las zonas más peligrosas de Miami. El asfaltado de las calles estaba lleno de agujeros, por todos lados había coches desvalijados a los que les faltaban las ruedas e incluso algunas puertas y cuando ya pensaban que la situación no podía ser más tensa escucharon lo que a todas luces era un tiro.

—Los chicos del equipo de fútbol deberían venir aquí, esto sí que da miedo y no su ridícula casa del terror— dijo Trish sin poder ocultar un toque de nerviosismo en la voz.

—No debería haberos traído aquí— se quejó el británico —pero tranquilos, ya casi estamos

Andrew señaló un pequeño bloque de pisos al final de la calle, solo tenía dos plantas y aún así parecía que estuviese a punto de derrumbarse.

Cuando llegaron Andrew tuvo que forcejear con la cerradura unos minutos, la llave giraba, pero por mucho que empujaba la puerta no se movía ni un milímetro. Pero gracias a la ayuda, y a los empujones, de Dez lograron abrirla.

—Hogar dulce hogar— murmuró el joven.

Cuando sus amigos entraron casi no podían creer que allí fuese capaz de vivir una persona, era una mezcla perfecta entre un taller abandonado de metanfetaminas y el refugio provisional de un vagabundo. Un sofá tan viejo que se le salían los muelles quedaba a un lado de la estancia, al otro una mesa con un hornillo eléctrico hacía las veces de cocina. Había dos puertas entreabiertas, tras la primera solo se podía ver un colchón y cajas con ropa, tras la segunda una ducha, un lavavo y un vater. Las paredes de la habitación principal estaban negras, como si en algún momento ese lugar hubiera sufrido un incendio y la única ventana de toda la casa estaba rota. A pesar de ello se notaba que todo estaba limpio y cuidado.

Andrew no se atrevió a darse la vuelta, tenía miedo de lo que sus nuevos amigos pudieran decir y también temía que saliesen corriendo.

—Pero... pero...— Carrie empezó a titubear —no puedes vivir así.

—Esto es Miami, si quieres vivir aquí por menos de mil dólares al mes esto es lo que tienes— contestó él encogiéndose de hombros.

Ally no se podía creer lo que estaba viendo, no es que le conociera desde hace mucho pero en ese momento veía a Andrew como un completo extraño, como si estos meses siendo compañeros de universidad, hablando todos los días y acercándose más el uno al otro, hubiera sido otra persona y no el chico amable y encantador que había llevado a tomar cupcakes el primer día de clase.

—Yo... preferiría estar sólo la verdad— murmuró Andrew cabizbajo.

Sin saber que decir los cinco amigos se fueron, dejando al joven en su pequeño piso y meditando sobre la manera de ayudarle.

•••

Al día siguiente, aunque casi no se le podía llamar día porque acababa de empezar a amanecer, Andrew escuchó unos golpes en su puerta. «Día 1, seguro que es el casero» pensó frustrado, le tendría que decir que esperase un par de semanas más y sabía que no le iba a hacer ninguna gracia al viejo y egoísta dueño del edificio.

—¡Ábrenos de una vez!— exclamó una voz mucho más dulce que la de su casero.

Somnoliento caminó los pocos pasos que le separaban de la puerta y cuando la abrió, como si de un tornado de alegría y color se tratase entraron Ally, Trish, Dez y Austin.

—No evitar que vivas aquí, pero al menos conseguiremos que este sitio sea mucho más acogedor— dijo Ally mientras mostraba los botes de pintura que llevaba en cada mano.

—¡Pero tendríais que estar preparando la venganza de Trent!

—Eso es esta tarde, nos deja tiempo suficiente para venir a ayudar— le interrumpió Austin.

When Future Becomes Past.Where stories live. Discover now