La Señora de las Rosas

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Izán salió del mercado silvestre dejando a sus invitados atrás, subió al caballo en el que había llegado el chico de servicio y se fue cabalgando a toda velocidad rumbo a la Ciudadela Rosa. Dejó instrucciones al chico de servicio, para que llevara de regreso a los demás.

Mientras cabalgaba, no podía dejar de pensar en su hermano, conociendo a su madre, estaría reprendiéndolo, después de todo, ninguno le avisó lo que estaba sucediendo en la Ciudadela; pensaban que tendrían más días para resolver todo aquello, antes de que ella regresara de su viaje, pero por lo visto, su tiempo se había terminado mucho antes de lo esperado.

Teo, Alonso, Pablo y el chico de servicio regresaron en el coche, tratando de alcanzar a Izán, pero él ya les llevaba la delantera. Pablo estaba preocupado, por la forma en que Izán se había ido, no parecía buena señal la aparición de su madre, él y su hermano podrían estar en problemas a causa de ellos. Le daba miedo que todo hubiera llegado a su fin, mucho antes de comenzar.

Al llegar a la Ciudadela Rosa, Izán bajó del caballo y entró rápidamente a la casa. Ingresó por la cocina y preguntó por su madre, las muchas de servicio le dijeron que se encontraba en su estudio. Continuó su camino sin perder la compostura, tenía que estar tranquilo, pero conforme se acercaba hasta el estudio, se sentía cada vez más nervioso. Le faltaban unos cuantos pasos para llegar hasta las puertas blancas, y desde donde estaba, se escuchaba la voz de su madre, al parecer, estaba hablando con su hermano. Antes de entrar, hizo unas cuantas respiraciones, se limpió el sudor con su pañuelo y se arregló los rizos con las manos, dio un último, suspiró y tocó la puerta.

―Dije que no quería interrupciones― se escuchó la voz de su madre.

―Soy yo, madre.

Por unos segundos no hubo ninguna respuesta.

―Adelante― dijo su madre fríamente.

El chico de servicio llevó a Pablo, Teo y Alonso hasta el laboratorio de Arán, ya que ahí era donde estaban Miguel y Teresa, al entrar, los vieron tumbados en el sofá, Teresa lloraba y Miguel la consolaba.

―¿Qué ha pasado? ¿Por qué llora Tere?― preguntó Pablo aún más preocupado de lo que ya estaba.

―Está preocupada― dijo Miguel mientras la abrazaba.

―No es la única― dijo Pablo resoplando y después se sentó en el sillón.

―Hay que guardar la calma― comenzó a decir Teo ―¿Puedes explicarnos qué sucedió?

―Estábamos con Arán, Teresa y yo estábamos buscando en los libros que él nos había dado, mientras que él seguía examinando la llave, cuando una de las chicas de servicio entró, se acercó hasta Arán y le dijo que su madre había llegado y que los estaba buscando a él e Izán― hizo una pausa― dijo que parecía muy molesta. Después Arán dejó lo que estaba haciendo y nos dijo que lo esperábamos aquí. Tiene alrededor de una hora que se fue.

Mientras los cinco esperaban en el laboratorio, Izán y Arán se encontraban en el estudio, sentados en el gran escritorio de caoba, mientras que frente a ellos se encontraba su madre, quien se tocaba el rostro con las manos, confundida.

―¿Qué ustedes qué?― preguntó su madre.

―Los estamos ayudando― contestó Izán muy serio, su mirada era impenetrable.

―¿Con el consentimiento de quién?

―Mamá...― comenzó a decir Arán.

―¿Con el consentimiento de quién? ― volvió a preguntar su madre.

―Con el de nadie― contestó Izán― teníamos que actuar rápido, madre.

―¿Actuar rápido?

―Madre, ellos necesitaban ayuda y no me arrepiento de habérselas dado. Ni usted, ni Arán estaban aquí, ¿Qué podría hacer?

La Mansión de los EspejosWhere stories live. Discover now