El espejo

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La biblioteca se quedó en silencio absoluto, lo único que se escuchaba eran las respiraciones de los chicos, no podían moverse, no sabían cómo reaccionar ante lo que acababa de suceder. El pequeño espejo se había roto en cientos de pedazos, justo después de que Pablo pronunciara esas palabras, de las cuales, desconocían su significado.

Durante ese momento no pasó nada más, Pablo levantó su mano para inspeccionar los restos del espejo, cuando algo aún más extraño pasó. Los pedazos de espejo comenzaron a levitar en el aire y se movieron por toda la habitación, era como una víbora de cristales danzantes. Acto seguido, los restos salieron de la biblioteca.

Los chicos estaban sorprendidos, no sabían que hacer, todo lo que estaba sucediendo era demasiado extraño, demasiado irreal. Pablo, siendo el más curioso de todos ellos, siguió los cristales.

―¿Qué haces?― preguntó Alonso tomándolo del brazo.

Pablo se soltó ignorándolo y salió de la habitación. Los demás, con miedo, lo siguieron.

Los cristales danzantes se colocaron debajo del gran candelabro que se encontraba en el salón, formando un pequeño remolino que poco a poco iba tomando más fuerza. Una pequeña luz comenzó a salir dentro del remolino, que después se convirtió en una luz cegadora. Los chicos tuvieron que cubrir sus rostros ante la luz que molestaba sus ojos. Después de unos segundos que se les hicieron eternos, la luz se desvaneció.

Tardaron un poco en acostumbrarse de nuevo a la oscuridad, aquella luz había sido tan fuerte, que parecía que sus ojos aún podían ver pequeñas lucecitas. Ninguno pronunció una palabra, todos estaban demasiado atónitos como para hacerlo, pero después de unos minutos muy incómodos, Teo rompió el silencio.

―¿Qué... acaba... de pasar?― dijo con miedo de que su voz no fuera escucharse.

―No lo sé― contestó Miguel, nervioso.

Pablo, quien había soltado la lámpara de la impresión, la levantó del suelo y trató de encenderla de nuevo, pero batalló para poder prenderla, después de varios intentos, por fin lo logró, poco a poco fue iluminando a cada uno de sus amigos.

―¿Están bien?― les preguntó.

―¿Que si estamos bien?―preguntó Teresa muy asustada ―No lo sé― contestó mordiéndose las uñas.

―¿Qué fue todo eso?― preguntó Alonso, se escuchaba preocupado.

―Eso quisiera saber―dijo Pablo sin poder creer lo que acababa de suceder.

Entonces movió la lámpara al lugar donde había estado el remolino para ver si aún seguía ahí, pero ya no estaba. En su lugar se encontraba una llave.

La llave estaba flotando en el aire en medio de la habitación. Era una larga y de cristal, la parte del mango era circular con pequeñas incrustaciones de lo que parecían ser diamantes y su punta era una estrella.

Todos contemplaron la llave por unos minutos, dudosos de tomarla, pero como era de esperarse, Pablo fue quien terminó tomándola entre sus manos. La inspeccionó con atención, era una llave verdaderamente bella, pero lo que más le sorprendió, era que a pesar de que el cristal era muy duro, la llave era más ligera que una pluma.

―¿A dónde vas?― le preguntó Miguel al ver que se dirigía a las escaleras.

―¿No es obvio?― le contestó con una sonrisa pícara en su rostro.

―Hay que pensar por un momento―dijo preocupado.

―No hay nada que pensar― comenzó a decir su amigo ―hay una puerta cerrada y aquí tengo una llave― y sin más, comenzó a subir las escaleras sin esperarlos.

Podría decirse que los demás se miraron entre sí, pero estaba demasiado oscuro para saberlo.

―¡Con un demonio Pablo!― exclamó Alonso, acto seguido, subió las escaleras tratando de alcanzarlo.

Teo sacó su teléfono, el cual ya no tenía suficiente batería, rogó que la lámparita encendiera. La lámparita se encendió, pero su luz era muy tenue y en cualquier momento se apagaría.

―¿Y sus teléfonos?― les preguntó a sus amigos.

―Olvidé el mío en la camioneta― dijo Miguel recordando que lo había dejado en la consola del coche.

―Ya no tengo batería― dijo Teresa.

―No tenemos otra opción― dijo Teo dirigiéndose a las escaleras.

―¿Piensas dejarnos aquí?―preguntaron sus amigos.

―Ustedes no son quienes me preocupan― dijo Teo pensando en Pablo, pues quién sabe que sería lo que estaba detrás de la puerta negra. Miguel y Teresa, resignados, siguieron a

Teo hasta el tercer piso.

Pablo les llevaba bastante delantera, ya que estaba ansioso de abrir la puerta, caminaba rápido, no sabía por qué, pero algo le decía que tenía que abrir esa puerta. Al llegar hasta donde se encontraba la puerta negra, respiró hondo y metió la llave en la cerradura, después la giró. Se escuchó un pequeño clic, sacó la llave, posteriormente puso su mano en la manija, la giró y la puerta se abrió.

Pablo alumbró la habitación con la lámpara y se quedó sorprendido. Era una habitación enorme, no había ningún mueble, el piso era de madera al igual que el resto de la casa, pero lo más curioso, era que solo había tres espejos.

Las tres paredes que se encontraban frente a él, tenían un papel tapiz parecido al que había en las demás habitaciones, era de un color azul con un estampado de flores, pero este, a diferencia del resto, se veía en mejores condiciones.

Miró uno a uno los espejos de la habitación, los tres eran iguales, tenían un marco de madera con detalles muy parecidos al de la puerta, la única diferencia era que el de la derecha era de color blanco, el de la izquierda era de color negro, mientras que el que estaba en el centro era de color dorado.

Pablo estaba observando el espejo dorado cuando pasó algo que lo dejó paralizado. Se escucharon unas pequeñas campanadas, las cuales hicieron que se estremeciera. No sabía de donde provenían, pero eran parecidas a las que suelen tocar los relojes cucú. Las campanadas se escuchaban por toda la casa, pero así como llegaron se fueron, ocasionando que algo más raro sucediera, cosas extrañas comenzaron aparecer en el espejo dorado.

La Mansión de los EspejosWhere stories live. Discover now