La mansión

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El lugar estaba en penumbras, no podían ver ni siquiera la punta de su nariz.

―Prende la lámpara― le dijo Pablo a Alonso.

Su amigo apretó el pequeño botón, pero no ocurrió nada. Lo volvió a intentar unas cuantas veces hasta que la lámpara se encendió. Los cinco quedaron atónitos al ver el lugar donde se encontraban.

Justo como el abuelo de Miguel había dicho, la mansión estaba llena de espejos, eran de todas formas y tamaños. Las paredes estaban adornadas con todos ellos, solo había pequeños espacios dónde se asomaba el viejo papel tapiz que, si tocaban, podría desvanecerse y hacerse polvo. En el techo también había algunos que colgaban como si fueran pequeños candelabros, y en las esquinas de los cuartos había otros de cuerpo completo. Conforme caminaban, los chicos podían ver todos sus movimientos reflejados. Era un lugar bastante tétrico y escalofriante.

Mientras recorrían aquel extraño lugar, podían sentir como si alguien los miraba, pero eran los únicos reflejados en los espejos. Tal vez eran sus mismos reflejos observándolos. Y en todo ese tiempo, no hubo rastros del hombre de negro.

―Tal vez lo inventó tu abuelo― comentó Alonso, quien rompió por fin el silencio, sus palabras resonaron como eco.

―Shhh― dijo Teo tras de él.

―Si aquí no hay nadie― dijo Pablo mirándolo.

―Eso aún no lo sabemos.

Los chicos fueron visitando una a una las habitaciones de aquel lugar. En la primera planta se encontraba un gran salón que tenía en el centro un enorme candelabro de cristales, después había unas puertas corredizas de lo que parecía un estudio o biblioteca, pero los libros fueron reemplazados por más espejos.

―Alguien era demasiado narcisista―bromeó Pablo tratando de aligerar el pesado ambiente que se sentía, pero no tuvo éxito.

Al subir las grandes escaleras, que eran iguales a las que nos muestran en películas como el Titanic, se escuchaba como los escalones rechinaban a su paso. Primero fueron al pasillo que estaba a su izquierda, todas las puertas estaban abiertas, y en cada uno de los cuartos había uno que otro mueble demasiado viejo, carcomido por las polillas. Pero hubo otros donde lo único que había, eran espejos. Después de recorrer la segunda planta, regresaron hasta donde estaban las escaleras, las cuales los llevarían hasta el último piso de aquella siniestra casa.

―Aquí no hay nada, deberíamos regresar―habló Teresa por primera vez desde que habían llegado a ese lugar.

―Aún nos falta una planta― contestó Pablo mientras comenzaba a subir las escaleras.

―Tere tiene razón, Pablo, no hay nada aquí. Será mejor que regresemos― dijo Miguel tratando que su amigo entrara en razón.

―Chicos, si tienen tanto miedo, espérennos en la camioneta― comentó Alonso que iba detrás de Pablo.

—Vamos chicos, solo es una planta más. No sean miedosos— dijo Teo con un tono de burla.

Miguel y Teresa se miraron negando, nunca los convencerían, así que terminaron yendo detrás de ellos. La tercera planta no era diferente a las otras, las puertas de las habitaciones estaban abiertas, como si estuvieran invitándolos a entrar. Y por supuesto, solo había espejos dentro de ellas. Después de unos minutos, comenzaron a recorrer sus pasos de regreso a la salida, cuando Pablo vio que en el fondo del pasillo, había una puerta cerrada.

―Esa está cerrada― dijo señalándola.

―Será por algo. Vámonos― dijo Miguel, pero sabía que era en vano. Pablo y Alonso ya iban de camino hasta donde se encontraba la puerta. Resignado junto con su novia y Teo, los siguieron.

La puerta que estaba frente a ellos era diferente a las otras, la madera parecía negra y era más grande. Tenía unos detalles que parecían haber sido tallados a mano. Y la cerradura, parecía de oro. Pablo trató de girar la perilla, no se movió, estaba cerrada con llave.

―No abrió. ¿Nos podemos ir?― dijo Teresa, quien ya no podía estar un minuto más en aquel lugar que le ponía los pelos de punta.

―Apenas fue el primer intento― dijo Pablo, quien trató de forzar la perilla, pero fracasó en cada uno de sus intentos.

―Déjame a mí― dijo Alonso, quien sacó una tarjeta de su billetera.

―¿Crees que eso va a funcionar?―preguntó Miguel en tono de burla.

―Tal vez.

La tarjeta de Alonso se rompió en el primer intento, los demás comenzaron a reírse por el fracaso de su amigo. Teo inspeccionó la perilla y se dio cuenta de que había algo peculiar en la forma de la cerradura.

―¿Ya vieron?― preguntó a sus amigos señalando la cerradura― Tiene forma de estrella.

Todos observaron la extraña cerradura que tenía la perilla. Miguel pensó que tal vez ahora podrían regresar y olvidar por fin aquel sepulcral lugar. Pero Pablo no iba a rendirse, se acercó hasta donde estaba la cerradura y la alumbró mejor con la lámpara, algo le parecía familiar en aquella forma, entonces recordó. Rápido regresó hasta la primera planta, mientras que sus amigos confundidos lo siguieron pisándole los talones.

—¿Qué pasa?— preguntó Alonso tras de él.

Pablo no contestó, solo señaló el gran candelabro que estaba arriba de sus cabezas. Los cuatro miraron, pero no entendían a qué se refería, entonces Pablo iluminó con la lámpara. El candelabro reflejó la luz en pequeñas lucecitas como si fuera una bola de disco, mientras se reflejaban en las paredes de espejos, los cuales a su vez reflejaron las luces, logrando iluminar todo el primer piso.

Los chicos se quedaron atónitos ante el espectáculo de luces, de alguna manera, era algo bello, algo que no cuadraba con aquel mortuorio lugar. Pablo volvió a señalar el candelabro.

―Los cristales son parecidos a la cerradura― dijo sin quitarles la vista de encima.

Los demás salieron de su trance y observaron con atención, en efecto, los cristales del candelabro eran muy parecidos a la forma que tenía la cerradura de la puerta negra.

―¿Creen que alguno sea la llave?― preguntó Teo mirando con atención.

―No lo sé― contestó Pablo pensativo― Creo que tendremos que averiguarlo.

La Mansión de los EspejosWhere stories live. Discover now