Capítulo 2: Pissed Of Albus Dumbledore

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-Sí, y algunas galletas también, antes de ir a la reunión-, dijo Crouch distraídamente.

-Ahora mismo vuelvo con ellas-, lloriqueó Fudge.

-No puedo esperar hasta que me haga cargo-, fue todo lo que murmuró Fudge mientras servía el café y ponía las galletas en un plato, todo por medio de la magia, por supuesto. No aprobaba la forma en que el hombre trataba a los mortífagos. Personalmente pensaba que se merecían el Beso, pero lo tendrían cuando él los gobernara a todos. Se convertiría en el Ministro de Magia, y no se daba cuenta de lo pronto que ocurriría.

-¡Cornelius!- gritó Crouch con impaciencia.

-Sí, señor- dijo Fudge, entrando con el café y las galletas.

-Tráeme el formulario para que pueda firmar el permiso de los aurores para llevar a los mortífagos a Azkaban-, dijo el hombre.

-Enseguida, señor-, aceptó Fudge.

-¡Rápido! No tengo toda la noche-, dijo Crouch.

Cornelius Fudge se dirigió al archivador donde estaban todos los papeles, destacando la letra A en negrita, lo que hizo que Fudge se sintiera estúpido, como si no supiera que eran. Al abrirlo, encontró los formularios que necesitaba y se los hizo llegar al señor Crouch tan rápido como pudo.

-Tráeme una pluma decente-, exigió Crouch. La que tenía en ese momento era sólo una ordinaria, y él quería una grande y especial. -Y también tinta-, añadió Crouch como una idea tardía.

Fudge puso los ojos en blanco cuando no pudo ser visto mientras conseguía la tinta negra que tenía un remolino rojo. Consiguiendo la mejor pluma que pudo encontrar, la puso sobre el escritorio de su jefe. Cuando terminó de recoger los artículos que Crouch quería, Fudge se desplomó en una silla; estaba agotado después de hacer todo lo que el hombre le pedía, como siempre. Normalmente ya estaba en casa, pero el hombre se había quedado más tiempo.

-Siento interrumpirle, señor, pero su hijo Barty ha venido a verle-, dijo una mujer que parecía muy nerviosa al entrar.

-Dígale que puede subir, pero sólo un minuto-, dijo Crouch, volviendo al trabajo.

-Sí, señor-, dijo ella, cerrando los ojos al salir de la oficina y dando gracias a Dios por seguir teniendo su trabajo. La última persona que había hecho eso había sido despedida.

-Su padre le recibirá, señor, suba enseguida-, le dijo amablemente. Al fin y al cabo era el hijo de su jefe, y no se parecía en nada a su padre, ya que era simpático, amable y guapo.

-Gracias, señora-, dijo Barty con una sonrisa premiada mientras subía.

-De nada-, llamó la mujer tras él, sonrojándose de lo lindo mientras volvía a pasar por detrás de la recepción.

-Padre, ¿qué está pasando? Mi madre está muy preocupada; sabes que está enferma y que su último deseo es que pases un tiempo con ella-, gruñó Barty mientras entraba en el despacho de su padre con la cara enfadada.

-Estaré en casa pronto-, dijo el Ministro de Magia.

-¿Qué ha pasado?-, volvió a preguntar.

-Voldemort se ha ido gracias a los Potter. Su hijo se deshizo de él-, dijo Crouch.

-¿Qué? ¿Se ha ido para siempre?- preguntó Barty, palideciendo drásticamente y agradeciendo de repente que el Ministro de Magia nunca le prestara atención a su hijo para que no se diera cuenta de que algo iba mal.

-No, tomó medidas para no morir-, dijo el Ministro, creyendo lo que Dumbledore le decía. Ni siquiera escuchó el horror en la voz de su propio hijo. No era de extrañar que se hubiera unido a Lord Voldemort, pues nunca recibió ni un segundo de atención de su propio padre.

-Bueno, deja que los demás se ocupen de ello y, por favor, vuelve a casa con mamá-, dijo el chico, sonando en ese momento como un niño imposiblemente joven, no como un mago adulto y un mortífago, además. Era fácil para todos ver que Barty Crouch Junior realmente quería a su madre.

-No. Estoy ocupado-, dijo el Ministro de Magia como si estuviera negando un dulce a su hijo descarriado, sin decir "no" a su hijo, un joven que suplicaba que su padre viera a su madre moribunda.

-¡No durará mucho tiempo preocupándose por ti!-, gritó Barty con rabia.

-Vete a casa y me ocuparé de ti más tarde-, espetó el Ministro de Magia.

-Ya no soy el niño de doce años que usted controlaba, padre-, gruñó Barty furioso.

-Vete a casa antes de que te haga arrestar-, espetó el Ministro, impacientándose.

-Bien, ojalá no fuera tu hijo-, anunció Barty, saliendo del despacho. No podía ser arrestado o sin duda verían la Marca, ya que incluso tan desvanecida como estaba, seguía siendo obvio lo que era.

El Ministro de Magia firmó los formularios antes de enviarlos. Se les había añadido un hechizo de Traslador, por lo que sabía que los mortífagos se habrían ido por la mañana. Con un suspiro de satisfacción, se sentó, simplemente disfrutando de su café. No quería volver a casa para ver a su esposa consumirse ante sus ojos. Estaba enferma y probablemente no le quedaba mucho tiempo, un par de semanas si tenía suerte. No creía que pudiera soportarlo; su mujer había estado con él en todo momento y le había apoyado mucho.

-¿Quiere que le traiga el abrigo, señor?-, preguntó Fudge.

-No. Nos quedaremos hasta tarde esta noche; quiero asegurarme de que los mortífagos se hayan ido antes de irme-, dijo Crouch.

-Sí, señor-, dijo Fudge con el ceño fruncido; la parte en la que Crouch había dicho "nosotros" no se le escapó.

Fudge se quedó dormido en un rincón de la habitación junto al fuego. Crouch ni siquiera se dio cuenta de que su subsecretario se había quedado dormido, demasiado sumido en sus propios y horribles pensamientos como para darse cuenta de lo que estaba haciendo.

-¡Señor!-, gritó de repente un auror.

Fudge se despertó en un instante, al ver que su jefe solo giraba la cabeza hizo ver que estaba despierto y consciente de todo. El Auror en cuestión que acababa de gritar entró.

-¿Sí?- preguntó Crouch, molesto por haber sido sacado de sus pensamientos.

-Los traslados a Azkaban ya han comenzado. Cinco de ellos están siendo enviados mientras hablamos. Tendremos que hacer horas extras si quieres que se vayan todos por la mañana. No hay suficientes aurores de guardia en este momento. James no ha venido desde que se sometió a Fidelius-, dijo el auror.

-Bien, te pagarán. Sólo hazlo y vete a casa cuando termines-, dijo el Ministro de Magia.

-¡Sí, señor! Lo haremos de inmediato-, aceptó el auror.

-Bien. Ya puedes irte-, dijo Crouch despidiendo al hombre.

En ese momento, el fuego de la chimenea se encendió de color verde, el color de alguien que estaba haciendo una Llamada Floo, y un hombre con una túnica multicolor salió a la chimenea, con los ojos azules como dos cristales afilados, mientras miraba a Crouch con decepción. Minerva McGonagall le acababa de decir que su espía, Severus Snape, había sido arrestado. Si alguien podía realmente intimidar a Crouch padre, ese era Albus Dumbledore.

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