Atrapando a Mariel

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Esa tarde, cuando se enteró que las Salvajes iban a tener una nueva hora libre, Mariel tuvo dudas acerca de si ir a espiarlas o no. La vez anterior no consiguieron alcanzarla y descubrirla por muy poco. Consiguió escabullirse a través de los arbustos de la entrada del pasillo a tiempo. Un par de segundos más tarde, habrían notado que era ella, o incluso podrían haberla agarrado. Qué hubiera pasado si hubiese sucedido lo último? Solo Dios y San Expedito sabían. Justo hablando de San Expedito, no tenía ni la más mínima idea de donde había quedado el prendedor del Santo que usaba  como una especie de amuleto. El mismo día de la huída precipitada, al llegar a su casa por la noche, notó que ya no estaba enganchado en su remera. Debió habérsele caído por algún lado, vaya uno a saber. El tema que ocupaba su cabeza en este momento era si iba a ser voyeur de las Salvajes nuevamente, a pesar de todo, o si se quedaba guardada en la preceptoría.

Justo en ese momento hizo su entrada Ruth, con una biblia en la mano. Se sorprendió de ver a Mariel allí, ya que sabía de sus gustos por las caminatas. Hasta le ofreció ponerse a recitar salmos de alabanza a Dios junto a ella, para pasar el rato. Esta propuesta decidió a Mariel. Ante la consulta de su compañera de trabajo, la respuesta fue que prefería estirar un poco las piernas e ir a caminar. Dejó atrás a Ruth con sus salmos y a Silvina con sus grupos de WhatsApp y rumbeó para el jardín del establecimiento.

Al llegar a la entrada del pasillo, tuvo un instante de duda. Meterse allí, ir a espiar tras la puerta, no era una imprudencia después de lo de la última vez? Había una parte suya que sugería no hacerlo, evitar ese pasillo y ese gimnasio para siempre, pero había otra que se desesperaba por mirar, que quería tener en la retina de sus ojos a esos tres cuerpos desnudos frotándose, acariciándose y dándose unos a otros placer y calor. Esta última parte era como la que más fuerza hacía. Ese era el último año de las chicas en el colegio y eran las últimas "funciones". El año que viene ya no estarían allí y no habría nada que mirar. Además, dentro del gimnasio no tenían forma de saber si estaba afuera o no, si no hacía algún tipo de sonido que llamara la atención, como el gemido fuerte. Bastaría con tener la boca bien cerrada como las otras ocasiones en que espió, estar en silencio para no alertarlas y no tendría ningún tipo de inconvenientes. Con este pensamiento terminó de convencerse y, atravesando los arbustos, se introdujo dentro del pasillo con destino hacia la puerta. A través de la cerradura, pudo ver los cuerpos desnudos de Brenda y Jessica, uno encima del otro, haciendo la posición sexual del sesenta y nueve. De Melanie no había ni noticias, pero no le importó. Se quedó contemplando a la China y la Rubia dándose sexo oral mutuamente y bajó la cremallera de su pantalón.

En el fondo del gimnasio, Melanie miraba su reloj. Ya habías transcurrido treinta minutos desde el inicio de la hora libre. Era seguro que Mariel estaba ya apostada tras la puerta chusmeándolo todo como tantas otras veces. No podía comprobarlo, porque no tenía forma de  mirar lo que había en el pasillo, pero dentro suyo estaba convencida de eso. Y mientras Brenda y Jessica oficiaban de carnada, y concentraban la atención de la preceptora; Melanie se deslizaba sigilosamente hacia la puerta, con su cuerpo bien pegado a la pared contigua a la salida, de forma tal que Mariel no pudiera notar su llegada por el ojo de la cerradura. Finalmente, introdujo la llave y la puerta se abrió. Un halo de luz proveniente del gimnasio inundó el pasillo prohibido e impactó de lleno en una curiosa preceptora novata que no pudo mas que sorprenderse de la situación, aunque quizás la intuía. Al ver la puerta abrirse hizo el intento de escapar nuevamente, pero ahora su perseguidora estaba mucho más cerca que la primera vez, a milímetros de distancia. Un brazo moreno la sujetó de una muñeca y la empujó por la fuerza dentro del gimnasio. 

-Así te queríamos pillar, putita! Pasá para adentro- le gritó Melanie a Mariel. Mariel trastabilló y fue a dar de boca contra el suelo, quedando tendida sobre el piso, al lado de las colchonetas.

Luego la puerta se cerró, y el pasillo prohibido quedó vacío como de costumbre.


La preceptora y las alumnas salvajesWhere stories live. Discover now