III: Inesperado

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—¡Corran más rápido! —grita el entrenador.

Mi vista sigue fija en el pasto artificial de la cancha mientras hago lo que él ha ordenado. Llevamos en el calentamiento un poco más de treinta minutos y eso es lo último que nos hace falta para concluir con éxito nuestro entrenamiento, el sol se ha metido mientras las enormes luces iluminan la cancha completa.

—¡K-I-N-G-S! —deletrean las porristas en sincronía mientras mueven sus pompones.

Tras haber ganado el último partido de la temporada, fuimos elegidos para jugar un partido antes de que comience el verano, según el entrenador, será la jugada que abrirá demasiadas puertas y por eso mismo debemos ganarlo.

—¡Ashton! —el entrenador grita mi nombre —¡Deja de pensar tanto y sigue corriendo!

Algunos ríen mientras pasan junto a mi, palmeando mi espalda. El único que se detiene es Thom.

—¿En qué tanto piensas? —pregunta con un tono de ironía.

—No es de tu incumbencia —escupo con arrogancia pero la verdad es que no pienso en algo en especifico.

Sincronizamos nuestro ritmo con el de los demás integrantes del equipo.

—Eres demasiado amargado para tu corta edad —ríe —. ¿O sigue rondando por tu cabeza ese beso que tu novia me dio?

—Vete al infierno Thomas.

Acelero más mis pasos para alejarme del maldito hijo de puta y con algo de cansancio concluyo esa vuelta que parecía eterna. Exhausto, me dejo caer sobre el pasto tratando que mi respiración regrese a la normalidad. Me levanto avanzando a estancadas grandes hasta donde se encuentra mi mochila, saco la botella con agua y bebo un sorbo para después echarla sobre el rostro.

Por fin, el entrenador grita que todos se detengan y que nos reunamos en donde él se encuentra. En cuanto llego, sus ojos se clavan en mi.

—Necesito que te concentres más, eres el capitán del equipo y necesitamos ganar —aparta su mirada de la mía —. Necesito que todos se concentren en esto.

Da unas cuantas palabras más de aliento para concluir. Regreso hasta mis cosas para tomarlas e irme directo al auto, sin embargo, a mitad de camino el celular comienza a sonar dentro del bolsillo de mis shorts.

Es Sally.

—¿Algún día te detendrás? —pregunto.

Sin querer, doy media vuelta y tomo asiento en las gradas de metal. No creo que la llamada se prolongue más de diez minutos pues no creo que alguna de ellas haya pasado de los tres. En algún momento colgará repentinamente, solo tengo que esperar a que eso suceda.

Quizás... —pronuncia —pero, si tanto quieres que deje de llamar, ¿por qué sigues contestando?

—Porque me distraes luego de un día de mierda —sentencio escuchado una risilla de su parte.

A lo lejos observo a Maddy venir a mi dirección y como es de esperarse, no quiero toparme con ella. Me alejo de las bancas de metal con dirección hasta el estacionamiento para continuar la conversación.

No puedo creer que todos tus días sean una mierda —duda.

—Pues tendrás que hacerlo.

Ella guarda silencio y un estornudo es lo que rompe el mismo.

—¿Tienes gripe? —es lo primero que se me ocurre preguntar, Sally musita un si.

—¡Ashton! —grita Maddy a mis espaldas.

Me giro para confrontarla, aun con el celular pegado a mi oreja para no ser el que concluya la llamada. El rostro de la rubia expresa bastante enojo haciendo que su vena de la frente resalte más de lo normal. Maddy se cruza de brazos esperando a que mi atención recaiga sobre ella, así que por segunda vez, vuelvo a ignorarla y apartarme de ella.

Así que te llamas Ashton.

—Y tú Sally —sonrío victorioso pero esta se desvanece al escucharla soltar una risa cargada de inocencia —. Oh, mierda. Me has dado un nombre falso, ¿verdad?

No eres muy listo al parecer —se burla.

—Supongo que me quedaré con el nombre Sally por un largo tiempo —musito —. Comienzo a creer que eres un acertijo.

Quizás sea porque todos somos acertijos sin resolver —bosteza a través de la línea y concluye la llamada sin una despedida.

Detengo mis pasos para apartar el celular de mi oreja y guardarlo dentro de mi bolsillo. Meto las llaves en el auto y antes de abrir la puerta, Maddy vuelve a colarse en mi campo de visión.

—Maldita sea.

—Te veías muy divertido —murmura y logró oír su voz sin fuerza —. Te veías feliz mientras hablabas por teléfono.

Mi mandíbula se tensa y el ambiente se torna en uno incomodo. Detesto cuando Maddy se pone de esa forma, tan vulnerable por cosas que ni siquiera tienen sentido para mi. Luego de tantas mentiras de su parte, ya no se diferenciar si lo que dice es verdad.

Subo al auto y enciendo el motor.

—No lo estaba —admito —. Solo me causaron gracia algunas cosas que se mencionaron, así como cuando tu dices algo que me da risa.

Maddy eleva las comisuras de sus labios.

—Es exactamente lo mismo —termino —, nos vemos mañana.

Al llegar a casa tomo una ducha con agua fría, me visto con unos pantalones y llevo en mis manos la polera que me podré al irme a dormir. Honestamente el entrenamiento me dejó sin ganas de querer lucirme cocinando, así que lo único que me sirvo en mi tazón es un poco de cereal de chocolate y leche.

Enciendo el televisor en la sala de estar, dejando el canal de noticias. No soy un fanático de ver los siete días de la semana lo que sucede alrededor del mundo pero cada vez que me apetece lo hago y de igual forma con los diferentes comerciales que duran horas mientras promocionan un producto, no me aburren en lo absoluto.

Lehner Association brindará una fiesta este fin de semana aquí en California —anuncia una reportera captando mi atención —, con motivo de la recaudación de fondos de este trimestre, además, el sesenta por ciento del dinero que se recaude será donado a hospitales y orfanatos. La cadena de hoteles más reconocida en cada rincón del mundo...

Antes de que prosiga con su información apago el televisor. Sé que esa cadena de hoteles es lo que mantiene el apellido Lehner en flote, mi padre es el más obsesionado en que todo se haga como debe de ser.

Ni siquiera un puto cereal puedo comer con tranquilidad. Mejor cocinaré algo para mañana.

Regreso a la cocina dejando los trastes sucios sobre el fregadero, abro la nevera y saco un trozo de carne junto a algunas verduras.

Comienzo picando el tomate junto con una cebolla, sazonándolas con algunas especies. En el aire se escucha el sonido del cuchillo rebanando las zanahorias y mi mirada se pierde en el color anaranjado. Sin querer los recuerdos regresan a mi mente como una bomba. Rebano los pedazos de la verdura en trozos grandes y al reaccionar acerca del desastre que ocasioné, suelto el cuchillo.

Presiono mi cabeza en el borde de la barra mientras inhalo y exhalo con pesadez, mis ojos caen en mi estómago específicamente en la cicatriz que hay en el. Vuelvo a tomar el cuchillo encaminándolo hasta mi piel y antes de que se me ocurra hacer una estupidez, el timbre suena.

Tomo mi camisa de deje en el sofá y el timbre no para de sonar.

—Ya voy —aviso.

Al abrirla, la figura de mi madre aparece bajo el marco de la puerta. Su vista me examina de arriba hacia abajo sin una expresión en su rostro.

—Eres tú —le resto importancia.

Intento ir y terminar de hacer lo que estaba cocinando, dejando la puerta abierta para que ella pase, pero no lo hace.

—¿No vas a pasar? —pregunto.

—El sábado quiero tu presencia en Elle —nombra el nombre de uno de los hoteles. —Llega puntual, a las seis, ni un minuto más.

Da unos pasos hacia dentro y jala el picaporte de la puerta para cerrarla. Supongo que ver a su hijo luego de casi tres años no fue suficiente como para extrañarlo.

—Yo también te extrañe, mamá.

EfímeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora