Capítulo 33: Peligro

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“El silencio me cubre de la fría soledad, terribles son los demonios que habitan en él”

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“El silencio me cubre de la fría soledad, terribles son los demonios que habitan en él”.

—¿Por qué propones eliminar todas las cruces de Annavenim? ¿Quién o qué te ha dado esa idea?

Había dicho Kaden, que se incorporó del piso para hablar interesado con la joven. Aquella propuesta era, sin duda, de lo más curiosa. El hecho de que Viviane le hubiera sugerido ese juego, ocasionó que el varón se sintiera confuso y, a su vez, atraído.

Ella notó signos de debilidad en su rostro. Lucía muy cansado y hastiado. Imaginó que fue por el hecho de haber permanecido en la trampilla, con aquella siniestra y lúgubre oscuridad. El polvo del ático no era bueno para la salud. También se percató que había arrojado en el suelo un crucifijo que intuyó que Kaden lo tiró con molestia. Por lo refinado que portaba el colgante, adivinó que se lo obsequió la madre Prudence.

—Es solo... Una idea —dijo poco convencida de sus palabras.

—¿Una idea? —enfatizó—. ¿Qué sentido tendría para ti eliminar todas las cruces? ¿Le ves algún fin? —interrogó.

—Quizá le veamos el fin cuando lo hagamos —respondió—. No perdemos nada por intentarlo. Además, ¿te has dado cuenta de que hay cruces donde no vienen a cuento? Hay cruces hasta en los baños. Todo este lugar está invadido. Creo que quitando muchas de ellas sucederá algo.

—¿Seguro que esta idea ha surgido de ti y no de alguien más? —inquirió, intrigado.

La estaba interrogando.

Viviane se veía adorable atribuyéndose el mérito como si la luz de su bombilla se hubiera encendido dándole aquella pista cual venida de inspiración inesperada.

—¡Por supuesto! Solo hagámoslo para ver qué pasa. Este lugar no puede estar tan sagrado como dice estarlo. Y... —hizo una pausa—. Por lo que veo, tú sientes aversión por los signos religiosos —señaló el crucifijo tirado en el suelo.

Kaden observó lo que ella indicaba y se defendió:

—Ya te dije que no soy religioso, mucho menos me agrada que madre Prudence me lo obsequiase después de haberme tenido como a una rata de alcantarilla. Lleva muy bien la hipocresía esa señora, la verdad. Hablando de ella...

—¿Qué ocurre?

—Me castigaron en el ático porque quise entrar en la habitación de Sor María y las monjas salieron de allí interrumpiendo mi acto. Creo que se llevaron una nota de ella. La única pista del por qué se suicidó. Mandé al profesor Bowman a que lo examinara, pero aún no he recibido alguna noticia. Tengo que hablar con él.

—De acuerdo. Yo buscaré a Jesse y Denis para comentarle el plan. Nos vemos en un rato.

—Perfecto, mon amour.

Un peligro para sí mismo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora