Una preceptora aburrida y curiosa se convierte en espía

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-Es tu caso Ruth, no el mío. Yo todavía soy bastante joven.

-Si es así anda a caminar con ella, Silvina.

-Me es incómodo responder en el grupo de WhatsApp y caminar al mismo tiempo.

No terminaba Silvina de decir la última palabra que Mariel ya había puesto el pie en el patio, iniciando un recorrido por todas las instalaciones del colegio. Cuando llegó a los dos grandes arbustos que tapaban la entrada del pasillo prohibido sintió curiosidad, y a pesar de las advertencias de Ruth y Silvina con sus manos abrió un hueco entre ambos follajes para mirar hacia adentro del pasillo.  La luz se filtraba un poco en la entrada entre las ramas y hojas de los arbustos pero mas hacia el fondo la oscuridad era la regla, a excepción de la parte final, al lado de la puerta del gimnasio, existiendo una claraboya en el techo del pasillo por donde se filtraba la luz del exterior. Mariel pensó que esa claraboya fue creada para que a la hora de abrir y cerrar con llave el gimnasio hubiera algo de luminosidad que permitiese ver mas o menos el lugar donde estaba la cerradura, porque si no habría que ensartar la llave a ciegas. También notó que no se distinguía la presencia de ninguna persona en el pasillo, por lo que justo ese día las Salvajes deberían estar estudiando en el aula. La invadió un deseo de caminar por ese pasillo prohibido, conocerlo palmo a palmo, una forma de romper con una regla no escrita pero establecida que determinaba que en ese lugar solo las Salvajes podían estar. Como una travesura, una pequeña rebeldía. Ella en su niñez y adolescencia había sido todo lo contrario a una niña traviesa , como si no se permitiera portarse mal, al contrario de buena parte de sus compañeritas, que acabarían haciéndole bullying. Era el momento de traspasar los límites, tal vez una de las primeras veces en su vida. Empujó el follaje de los arbustos a los costados con los brazos, y entró al corredor por el espacio vacío que quedaba en el medio.

Caminó unos cuantos metros. En el medio del pasillo la alcanzó la oscuridad. Siguió caminando  hasta el final del mismo y quedó debajo de la claraboya en el techo y al lado de la puerta del gimnasio cerrado. Giró sobre sus pasos y empezó a marchar hacia la salida.

"Bravo Mariel", pensó para sus adentros, con bastante sarcasmo hacia sí misma. "Sos muy atrevida. Meterte a caminar en un pasillo vacío de una escuela donde no hay nada y salir antes de que alguien te vea. Tremenda rebeldía y osadía de tu parte. Si tus ex-compañeras ven esto se quedan horrorizadas. Que dirían? Que guarra que se volvió Mariel? Esto te genera emoción?" Y terminó diciéndose a sí misma:

-Seguís siendo una pelotuda.

Pero justo escuchó unos gemidos. El corazón se le paralizó. 

"Las salvajes!!Esas deben ser las Salvajes que deben estar entrando en este mismo momento al pasillo traspasando los arbustos mientras se tocan a morir!!!Y yo aquí adentro!!!"

La angustia se apoderó de Mariel. Pensó que iba a terminar siendo golpeada como en el secundario o incluso algo peor...si a las Salvajes se les daba por empezarla a manosear a ella? Su cerebro empezó a idear un plan de escape. Luz había al principio y al final del túnel, ya que el pasillo venía a ser como un túnel en la superficie.  La luz del final venia de la claraboya en el techo, la luz al principio venía del patio, y se filtraba entre el follaje de los arbustos que tapaban la entrada. En el medio había oscuridad. Podría mantenerse escondida en el medio del pasillo donde no pudieran verla y llegado el momento salir corriendo hacia la salida. Este plan la tranquilizó. Se quedó a esperar en las sombras mientras esperaba que las Salvajes no advirtieran su presencia. Sin embargo, algo salió mal. Las Salvajes no aparecían. No vio sus cuerpos emerger de entre el muro de ramas y hojas que tapaba la entrada. Obviamente ellas no estaban en el pasillo...pero seguía oyendo los gemidos...de dónde vendrían?

 Una idea surgió en su mente...pero no era posible. El gimnasio estaba cerrado y solo Edith tenía la llave para abrirlo. Pero a todo esto los gemidos continuaban. Finalmente decidió resolver el misterio. Fue hacia el fondo del pasillo, donde estaba la puerta del gimnasio y miró por el ojo de la cerradura al interior del mismo. Lo que vio, no por suponerlo la impactó menos.

Dentro del gimnasio, justo enfrente de la puerta a través de la cual Mariel fisgoneaba la acción, tres mujeres desnudas sobre unas colchonetas daban rienda suelta a su sexualidad. Acariciaban sus cuerpos, besaban sus bocas, chocaban sus lenguas y lamían sus partes íntimas. Una parte de Mariel trató de huir, como asqueada de todo eso, pero otra parte de ella, incluso más fuerte, quería seguir mirando por la cerradura, se sentía atraída y no quería perderse ni un segundo del evento que estaba teniendo lugar en un gimnasio sin usar en una escuela nocturna para adultos de Buenos Aires.






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La preceptora y las alumnas salvajesWhere stories live. Discover now