Otro encargo, otra deuda

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Otro encargo, otra deuda

Mina vagaba por los barrios con menos fama de la ciudad siguiendo a Corazón. Era temprano todavía, a pesar de que era sábado y que debía estar en su cama gozando de más horas de sueño, pero no; allí estaba ella, en una zona de mala reputación en busca de Helio. La habían levantado los alaridos del castaño. Quizás Corazón estaba tan desesperado por hablar con alguien que había decidido quedarse con ella hasta que Helio finalmente lo tomara en cuanta otra vez, y la sala de su casa se había convertido en su dormitorio con el sillón como cama. Sin embargo, esa mañana otro de esos ataques raros lo había golpeado, nuevamente robándole consistencia y visibilidad en medio de un sufrir palpable y por el que no podía hacer nada para menguarlo.

Esta vez duró más de un minuto y algo no le dio buena espina. ¿No se suponía que con las atenciones de Anahí, Helio debía mejorar su actitud? ¿Acaso las cosas entre ellos no estaban funcionando? Quiso preguntarle a Corazón si sabía algo cuando la onda de dolor pasó, pero éste se había apresurado a levantarse tan rápido como pudo, balbuceando cosas como “pub”, “callejón” “problemas” y demás, para después salir de la casa, diciendo que debía encontrar a su amo y ayudarlo. Preocupada y sintiendo extrañamente que lo que padecía su compañero era su culpa, se cambió velozmente para no perder tiempo e ir tras el corazón materializado de Helio.

Así es como llegó a ese vecindario de mala muerte, después de más de una hora y media de camino; menos mal que estaba acostumbrada a caminar, si no ya hubiese perecido de cansancio. Al transcurrir unos minutos en los que fue de aquí para allá detrás de Corazón, sin aparente rumbo fijo, pensó que en realidad él no sabía dónde estaba Helio y cuando iba a iniciar con sus quejas, él gritó:

—¡Es él!

Corrió a uno de los tantos callejones de por allí y la rubia lo siguió. Con perplejidad completa, los dos observaron al agonizante hombre cuya respiración era jadeante y densa, costándole llenar sus pulmones de oxígeno. La sangre en la cabeza y demás partes del cuerpo se había secado y no era más que manchas oscuras que le daban un aspecto mucho más horrible; sobre todo a la cara, la que se mantenía desagradablemente hinchada y morada. Su lecho para reposar eran las bolsas de basura, que no hacían más que amenazar con infectar terriblemente las heridas y apresurar un agusanamiento.

—Está molido —comentó Mina incapaz de salir de su asombro—. Hay que hacer algo por él. Llevémoslos a un hospital.

—No tiene seguro, lo canceló —notificó Corazón con pesar, acuclillándose a un lado de su amo, mirándolo con tristeza.

—¿Lo canceló? —La incredulidad en la voz de Mina se hizo evidente—. ¿A quién se le ocurre cancelar el seguro? ¿Qué pretende este tipo?

—Morir —declaró Corazón con voz vacía. Mina frunció el ceño, inquieta.

—En ese caso, llevémoslo a su casa; algo podremos hacer allá —Mina dejó de hablar al recordar algo nada grato—. Ah, olvidé la cartera; no podré pagar un taxi. Apenas si agarré el celular.

—Quizás él tenga algo de efectivo —opinó Corazón—, revísalo.

—¿No es eso robar? —inquirió ella no estando tan segura; no quería que la vieran esculcando las cosas de un pobre moribundo.

—Técnicamente todo lo de él me pertenece también y te estoy dando permiso, así que creo que está bien, ¿no?

—Supongamos que sí, pero sólo porque la situación lo amerita, ¿entendido?

Corazón asintió y Mina se inclinó para revisarlo, encontrando absolutamente nada, ni cartera, ni dinero; ni un mísero centavo.

—Es raro, él no sale sin dinero —se extrañó Corazón, ladeando la cabeza.

Rescatando a un CorazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora