El peso de los años (II)

Start from the beginning
                                    

—¿Manejas esto desde hace mucho? —pregunta.

—Hace un año —digo, tomando la palanca antes de arrancar— ¿Por qué?

Él hace una mueca perturbada que luego intenta disimular.

—Son algo peligrosos —murmura muy bajo después de una pausa.

Yo sonrío ampliamente, tratando de quebrar la incomodidad del ambiente.

—Bueno —digo—, encontrarás que soy una conductora increíble.

Él me observa. Puedo ver de reojo que me mira de una forma diferente. Entrecierra sus ojos y luego asiente con el semblante oscurecido. No dice nada mientras arranco el auto y salgo del estacionamiento. Mis dedos tiemblan al volante, volátiles y nerviosos.

El silencio crece entre nosotros como una gran bruma llena de preguntas y dudas. Tantas dudas. Cuanto quisiera preguntarle en este momento. Aún puedo escuchar el sonido de un disparo a la lejanía. Aún puedo sentir la nieve bajo mis pies cuando percibí cómo mi mundo se venía abajo. Suspiro, mantengo la compostura y me incorporo en mi asiento. Ya habrá tiempo suficiente para resolver todo esto, me digo.

—¿A dónde vamos? —pregunto con mis ojos fijados en el capó del auto.

—Bueno —dice con tranquilidad—. ¿Ya comiste?

—Sí, pero aún tengo hambre. —Miento. No tengo nada de hambre, de hecho, siento que puedo vomitar cualquier cosa que coma en este momento.

Él ladea la cabeza.

—Podemos ir a mi casa o... podemos ir a un bonito restaurante que queda al final de esta carretera —dice, y puedo sentir la ansiedad carcomer mis labios.

—El restaurante suena interesante —suelto con nerviosismo.

Él asiente, ignorando mi reacción nerviosa. No estoy segura si quiero adentrarme tan pronto en su mundo, quizás porque aún estoy asustada de lo que pueda descubrir. Entonces me doy cuenta que me aterra descubir cuan insignificante puedo llegar a ser en su actual universo, en cuánto él ha cambiado, en cuánto me he perdido.

En el camino comenzamos a hablar de temas ligeros y sencillos de manejar. Yo le pregunto sobre desde cuando es profesor aquí, él me dice que menos de un año y me comenta que tiene una casa aquí en Cambridge, en Londres y en París.

—¿Vives aquí o en Londres? —pregunto.

—Recientemente me mudé aquí —responde—. Aunque suelo viajar mucho a Londres. ¿Y tú? ¿Dónde... estás viviendo? —pregunta haciendo una pausa, casi con precaución.

Aprieto mis manos al volante. Aún no puedo creer que me diga esto con tanta tranquilidad. ¿Cómo es posible que hayamos estado tan cerca el uno del otro? Quiero gritarle: ¿por qué nunca me buscaste? Pero me recuerdo que ya no soy esa niña inmadura y volátil. Ahora soy madre, ahora soy más sensata, tengo que repetirme varias veces esto antes de responder:

—Vivo en una villa pequeña a una hora de aquí.

El silencio incrementa.

—¿Cómo me encontraste, Ari? —pregunta finalmente, dando paso a la conversación que tanto habíamos estado evitando desde que nos montamos en el auto.

Observo la carretera y fijo mi mirada en el horizonte. El cielo se torna gris y nublado. Las nubes se mueven como sigilosas sombras a nuestro alrededor.

No he olvidado a Auguste por tan sólo un instante. Desde que encontré a Stèphane, lo único que puedo pensar es en mi pequeño de seis años. Nuestro pequeño. ¿Cómo puedo decirle a Stèphane que tiene un hijo? ¿Cómo lo tomará? ¿Cómo puede afectar este curso de acontecimientos a mi hijo? El miedo crece y crece en mi pecho, tornando el aire gris y pesado, como aquellas nubes que se ciernen sobre nosotros.

Las horas que nos pertenecenWhere stories live. Discover now