4.-Sombras del pasado (2ª parte)

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—Nunca he creído que fueras estúpido.

—«Ni siquiera tú eres tan estúpido» —recitó de memoria con más amargura de la que quería mostrar. Sus palabras parecieron sorprenderle—. Tengo buena memoria.

—Intentaba hacerte reaccionar —se disculpó Nadie—. Nunca he creído que fueras estúpido. Ni por un momento.

—No es necesario que lo creas tú, ya lo creo yo por los dos. Oye —añadió cambiando de tema. No necesitaba ayuda para sentirse mal—, agradezco que me ayudes. De verdad. Pero… quiero ir a casa.

—¿Ir a casa? Por supuesto, ¿dónde está? —preguntó con fingida inocencia. Zero se sintió como si le hubieran golpeado. A Nadie no se le escapó su reacción—. Lo siento —se disculpó—, no quería echarte nada en cara. —El que fuera su amante se acercó a él y levantó la mano para acariciar su mejilla.

—¡No! —exclamó Zero dando un paso atrás antes de que llegara a tocarle. Nadie frunció el ceño, parecía confuso pero no podía culparle, él mismo se había sorprendido—. ¿Para eso me has traído aquí? ¿Sexo?

—Sería más sencillo si solo fuera eso —murmuró—. ¿Sabes? Esta conversación me recuerda mucho a la que tuvimos la última vez. Cuando me preguntaste por qué había escogido salvar tu vida. ¿Qué te respondí entonces, Zero? Mi respuesta no ha cambiado. Es el mismo motivo por el que estás aquí.

—Dijiste… —Tragó saliva y tomó aire antes de continuar. Tenía la sensación de que aunque sus pulmones se hincharan, no estaban trabajando bien—. Dijiste que te había dado algo que no te había dado nadie —dijo en apenas un susurro. Esta vez no se apartó cuando Nadie acarició su mejilla—. Te busqué, ¿sabes? Te busqué en todas partes. —Nadie le miró sin comprender. Sus ojos oscuros eran afilados como dagas pero no apartó la mirada—. Busqué sentir lo mismo. Te busqué en cada persona que se cruzó en mi vida y no te encontré.

—Zero… —suspiró. Zero se sentía pequeño y perdido como aquella primera vez. Odiaba sentirse tan débil, tan indefenso—. Siempre he sabido dónde estabas. —Nadie bajó la mirada, era como si él también se avergonzara—. Estos tres años he estado allí. Siempre había alguien cerca que te cuidaba. Que te protegía si te metías en líos, que llamaba al servicio médico si tenías un… accidente.

Zero abrió los ojos muy sorprendido. Cuando se despertó en el hospital después de que sus pastillas para dormir reaccionaran con alguna substancia que había consumido la noche anterior, le dijeron que había sido alguien del servicio de habitaciones. Alguien había dicho que tenía un ángel de la guardia cuidando de él.

—Solo tenías que haber pronunciado mi nombre y yo habría movido cielo y tierra por volver a encontrarte. Lo único que sabía era que no quería que te pasara nada —continuó—. Cuando hace dos meses desapareciste… me dije a mí mismo que si te encontraba, no me volvería a conformar con mirar desde lejos.

—Pero no podía llamarte. Eres… Nadie.

—Me gustaría seguir siendo Nadie —dijo con tristeza—. Sin nombres, sin obligaciones… Sé tan bien cómo debo actuar en cada situación, tengo tan asimilado el autocontrol que ya me he olvidado de cómo es sentir. Es como estar anestesiado. Tú me lo recuerdas.

Zero no sabía qué responder. Se había quedado sin palabras. Ni siquiera estaba seguro de haber entendido lo que Nadie intentaba decirle. Lo único que oía con claridad era el sonido atronador de su propio corazón. Pero no necesitaba palabras, su cuerpo tenía las ideas más claras que él. Intentó alzar las manos para acercarse el rostro de Nadie pero sus esposas no le dejaron. Pero eso no le preocupó, acercó tanto su rostro que Nadie supo exactamente lo que pretendía hacer y lo concluyó por él.

Nadie es perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora