Epílogo

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La carretera que ayer estaba húmeda por la llovizna ahora estaba seca. Tsukishima tenía que aceptar que el viaje de regreso era más tranquilo y fácil que el viaje de ida.

Ya se estaba acostumbrando a manejar por la carretera y se sentía con la confianza suficiente para acelerar y superar el límite de velocidad. La aguja en el tablero temblaba mientras señalaba los 120 km/h. Ayer había estado demasiado tenso; hoy, ya no.

Del otro lado del parabrisas, la luz del sol se colaba débil desde el cielo y dibujaba manchas difusas sobre el asfalto. La bóveda gris que cubría el mundo ayer había empezado a derrumbarse. Aun así, seguía siendo invierno y el sol era tímido para salir como en verano.

Al lado del camino apareció un punto verde que no tardó en acercarse. Era un señalamiento. "Shiogama" declaraba con letras blancas y una flecha que apuntaba hacia arriba.

Cinco minutos después de ver el señalamiento, Kei pudo ver la ciudad a lo lejos. Estaba transitando por un acantilado, desde ahí, tenía que bajar una colina para entrar en el asentamiento pesquero. Justo sobre el acantilado, al costado del camino, había una pequeña zona de descanso con vista al mar.

Encendió las direccionales y se desvió, estacionando el auto en el pequeño descanso. Cuando apagó el motor, no pudo evitar mirar hacia el asiento de copiloto. Estaba vacío.

Recordó un timbre lejano, seguido de una voz robótica que hacía un eco frío en su memoria: "Último aviso para los pasajeros del vuelo 810 de Japan Airlines con destino a Toronto, favor de abordar por el Andén B".

Cuando salió del auto, el viento lo hizo estremecer. Lo estaba golpeando directo en la cara. Se apoyó en el costado del automóvil, mirando desde el acantilado el mar. Desde ahí, se podía ver todo: a la izquierda, Shiogama se encontraba tal y como la habían dejado el día anterior; frente a él estaba el mar que ayer había estado gris, en ese momento, era de color lechoso y los tímidos rayos del sol imprimían figuras sin forma sobre el manto acuífero; a la izquierda, estaba Mahanashi y, en ella, el faro en el que habían conjurado su hechizo la noche anterior.

—¿Me prometes que vas a estar bien? —recordó la conversación que habían tenido hace apenas dos horas.

—Por supuesto que sí, Tsukki —se abrazaron una última vez. Tsukishima juraba que había agudizado sus sentidos para recordarlo todo: el aroma, calor y tacto de tener a Yamaguchi entre sus brazos por última vez. —Llamaré en cuanto llegue...

Mirando el mar, las lágrimas volvieron a rodar por sus mejillas. En esos dos días había derrochado más lágrimas que en todo lo que iba del año. Pero Yamaguchi las valía. Todas y cada una de ellas.

Su mano empezó a temblar, impotente. La extendió enfrente de sí, con la palma mirando al mar. Sus dedos no habían cambiado, ni sus uñas, ni las venas que recorrían el dorso de la mano, lo único diferente era el anillo de metal gris con tres estrellas grabadas que estaba ceñido a su dedo anular. Era lo único que le quedaba de Yamaguchi Tadashi.

Con su otra mano, tocó el anillo.

Al hacerlo, recordó la última imagen que le quedó del rostro de la persona que más amaba en el mundo. Estaba a 10 metros de él, a punto de entrar al andén de pasajeros que lo llevaría al avión. Se había dado la vuelta para hacer una seña exagerada de despedida, moviendo su mano efusivamente por encima de su cabeza. Los ojos los tenía rojos por el llanto y las pestañas se le pegaban entre sí por el líquido que derramaban sus lagrimales. Las mejillas salpicadas de las pecas que se sabía de memoria brillaban húmedas bajo la luz del aeropuerto y también estaban rojas, sofocadas.

Pese a todo, estaba sonriendo. Una sonrisa enorme y radiante que le marcaba unos hoyuelos que nunca se le marcaban a menos que estuviera genuinamente feliz o emocionado. Era imposible fingir esos surcos en su rostro.

Dejó de temblar. Su conjuro funcionaba.

—Todo estará bien —se dijo a sí-mismo y a nadie a la vez mientras el rugido del mar a sus pies continuaba.

Se enderezó y entró al auto. Mañana tenía entrenamiento y debía regresarle el Sentra a Akiteru. 

Está prohibido nadar en el mar de inviernoWhere stories live. Discover now