III. El Faro

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Con cada paso que daba en las escaleras que llevaban a la cima del viejo faro, Kei sentía cómo el pecho se le encogía cada vez más. La sensación se coordinaba con los rechinidos que hacían los viejos escalones de madera al pisarlos.

El faro era la última parada de su visita de invierno a Shiogama.

"Y después de eso..." Intentó ahuyentar los pensamientos, pero esta vez no pudo. El espectro de esa conversación pendiente comenzaba a ser más grande que sus ganas de reprimirse y huir. Lo sentía detrás, respirándole en la nuca.

La cima del faro parecía la cima y el fin del mundo.

La brisa del mar le salpicaba el rostro y, debido a lo frío de la temporada, sentía como pellizcos cada que el rocío lo mojaba. Se apoyó en el barandal de metal y miró hacia abajo. Desde ahí, las olas del mar golpeaban el acantilado con fuerza, como si quisieran derribar el faro e inundar la isla.

Si miraba al horizonte, el cielo y el mar eran color gris, más intenso que el de hace unas horas. De no ser por las olas del mar o por las nubes que se movían en el cielo, Kei habría jurado que ambos eran la misma cosa. Se estaba haciendo de noche.

Kei sintió cómo el otro se apoyó en el barandal, cerca de él. Sus hombros se estaban tocando mientras veían juntos el paisaje.

—No es necesariamente una vista bella, pero... —Tadashi se inclinó hacia adelante y apoyó su mentón en la palma de su mano —...me tranquiliza, de alguna forma.

—Aja... —asintió, distrayéndose en el paisaje e intentando descifrar qué hacer a continuación.

Pasaron así unos instantes, el viento invernal despeinaba el cabello de Kei y le acariciaba la cara con gentileza. Los pellizcos que sentía en la cara persistían.

Escuchó a Tadashi suspirar. Quiso preguntar qué pasaba, pero sintió un nudo en la garganta. Antes de que el otro lo notara, Tsukishima volvió a mirar hacia abajo, intentando huir de nuevo.

"Mierda, ten valor al menos esta vez" Se reprendió y, en cuestión de milisegundos, su cabeza se llenó de regaños que, en última instancia, no lo ayudaron a articular las palabras que tanto quería decir. La tormenta de pensamientos solo hizo que la opresión que sentía en el pecho se hiciera aún mayor. La boca se le puso seca y podía jurar que estaba temblando.

—E-entonces... —dijo en un ínfimo momento de impulsividad, para intentar disipar las horribles sensaciones que lo estaban consumiendo. No tenía idea de lo que seguía a continuación, pero era una buena manera de anclarse y obligarse a decir algo.

Tadashi retiró su mirada del mar que tenían debajo y volteó la cabeza para prestarle atención.

"Ahora o nunca". Pensó. Acto seguido, inhaló y exhaló, para tranquilizarse.

—¿Qué tan lejos queda Canadá? —suspiró, sintiendo cierto alivio.

Tadashi sonrió de lado, era una sonrisa débil.

—En avión, trece horas...

"Trece horas" Esa sería la distancia que los separaría a partir de ahora. El número maldito que pondría fin a la vida que tenían tal y como la conocían.

—¿Y ... —pensó en algo para no perder el valor y evitar que su conversación terminara solo en eso—...estás emocionado?

Los ojos de Tadashi lo examinaron, buscando las verdaderas intenciones de sus palabras.

—Tanto como podría estarlo, si... —se quedó callado unos instantes— la Universidad de Toronto tiene uno de los mejores programas de Ingeniería Electrónica del mundo...

Está prohibido nadar en el mar de inviernoKde žijí příběhy. Začni objevovat