I. La playa en invierno

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Cualquiera que los viera pensaría que estaban locos.

Tsukishima Kei conducía por la carretera el Nissan Sentra gris que Akiteru le había prestado para el viaje. Hace un año había obtenido la licencia de conducir, pero esta era la primera vez que se atrevía a manejar por autopista, más allá de su natal Miyagi.

Definitivamente estaba nervioso; si bien no había cruceros, ni semáforos o policía de tránsito vigilando, estar sentado frente al volante durante un tramo mayormente recto era una prueba de resistencia y concentración. En las calles de la ciudad debía manejar al menos a 40 o 50 km/h si no quería ser amonestado, sin embargo, al mirar el tablero, la aguja indicadora de la velocidad apuntaba a los 90 km/h, y subía intermitentemente hacia el 100. El doble de lo que estaba acostumbrado.

—Necesitas tener mucho cuidado, maneja a la velocidad que indiquen los señalamientos. Es invierno y el camino puede estar resbaloso, ha estado lloviznando en los últimos días. Si está resbaloso, toma las curvas con cuidado. Carga suficiente gasolina, eso es lo más importante: no olvides la gasolina —su hermano lo había llenado de esos y muchos otros consejos que ya había olvidado. A veces, Akiteru se preocupaba más por él que sus padres.

El camino no estaba resbaloso, pero el asfalto sí se veía mojado. Era una suerte que no hubiera caído alguna nevada, solo lloviznas. Kei aún no pasaba ninguna curva, pero el hecho de pensar que tendría que pasar alguna lo hacía sentir más nervioso.

Llevaba una mano en el volante y otra en la palanca de velocidades (aunque hacía más de 10 minutos que no cambiaba de velocidad) y ambas manos las tenía demasiado tensas, sujetaba el volante con fuerza, la palanca igual.

Hasta que una mano morena se posó sobre la mano que tenía en la palanca.

—Estás muy tenso —sentir el tacto hizo que relajara un poco la mano, era como magia.

—No lo estoy —nunca quitó la mirada del camino.

—Te conozco bien, Tsukki —no estaba viéndole el rostro, pero podía casi adivinar que Yamaguchi tenía una ceja arqueada, incrédulo de su declaración anterior.

—De acuerdo, si lo estoy. Es la primera vez que hago esto —no podía mentirle a Yamaguchi, hacía tiempo había aprendido eso.

—Yo voy en el mismo auto que tú, ¿sabes? También tengo nervios, pero confío en mi Tsukki —intentó entrelazar sus dedos con los que sujetaban con fuerza la palanca de velocidades. Kei lo dejó hacerlo.

Si Akiteru era más padre que hermano, Tadashi a veces solía ser más porrista que novio con tantos ánimos que le daba. No era algo de lo que se quejara, dicho sea de paso.

Después de casi 20 minutos, un señalamiento que decía "Shiogama" anunciaba una desviación a menos de 500 metros. Yamaguchi ya había revisado el mapa con anterioridad, ese desvío era el más pronunciado de toda la ruta, una curva a la izquierda que se hacía muy pronunciada al inicio y luego se encausaba al camino que los llevaba a la ciudad de la costa: su destino.

Mientras más se acercaban, Kei encendió la direccional. El copiloto, aun con sus dedos entrelazados, apretó suavemente la mano como gesto de ánimo a su pareja. La desviación llegó al fin y el conductor bajó la velocidad, junto con la marcha del auto de la quinta a la primera, sosteniendo en todo momento la mano del otro y moviéndola junto con la palanca al hacer los cambios.

Tomó la curva lento y respetando en todo momento su carril. Cuando salió de ella, volvió a subir la marcha. Escuchó como el otro suspiraba de alivio, soltando el aire que estaba reteniendo.

Está prohibido nadar en el mar de inviernoWhere stories live. Discover now