1

54 4 48
                                    


Gianna


—¡Iván!— Me dolían los puños por pegarle al cristal. 

—Las puertas y las ventanas se abrirán automáticamente en dos horas. — El muy imbécil habló. 

—No me dejes aquí —Lágrimas caían descontroladas por mis mejillas mientras suplicaba de forma patética—. No te vayas, no os vayás —miré a Brandon esa vez—. Es una misión suicida.

Insistir no iba a servir de nada. Los rusos habían invadido Reino Unido esa misma mañana. ¿Para qué? Simple. Poder. Perder a los Estados Unidos cómo aliados en 2022 no les había hecho ni pizca de gracia. Vladimir Putin estaba echando humo y decidió pagarlo con un continente entero. Empezó con Europa del Este y se había abierto paso sin problema hasta aquí. Inglaterra no estaba en muy buena posición. Haber abandonado la Unión Europea en 2021 nos había puesto en el punto de mira. Nuestra únicas opciones eran que los grandes líderes dejasen de un lado los asuntos políticos y unirse para la causa o recibir ayuda por parte del ejército americano.  Si, la cosa no pintaba muy bien. 

—No vamos a morir, Gianna. Vamos a patearles el culo a los rusos y cuando vuelva te llevo a las Maldivas. 

—¿Dónde estamos?— Malena se levantó del sofá con una mano en la frente. 

—Primero que nada, no me llames Gianna —le gruñí al imbécil que tenía por marido.— Te explico, Mal. Estos dos nos han encerrado aquí y van a que los maten—. Me crucé de brazos al terminar de hablar. 

—¡Brandon! ¡Ni se te ocurra! —Ahí estaba, metro setenta y cinco de pura ira.—¡Abre la puerta! Jesús, María, José, La Virgen Santa y todos los Santos. Te juro que cómo no abras la puerta te voy a abrir yo la cabeza. 

Me hubiese reído por sus comentarios si no quisiera hacer lo mismo. Tenía ganas de reventar el ventanal y cortarles la yugular. 

—Dejad que nos despidamos por lo menos. 

Las dos teníamos claro que era en vano seguir discutiendo.  Se iban a ir sin tener en cuenta nuestras quejas y suplicas. 

Se miraron el uno al otro por unos instantes y Brandon sacó un juego de llaves de su bolsillo. Apretó un par de botones y un leve pitido se escuchó en el interior de la casa. Mal abrió la puerta sin pensárselo dos veces y salió corriendo hacía Brad. Mi corazón se encogió al ver la fuerza con la que se estrechaban el uno al otro. Ese abrazo, los besos y las lágrimas eran melancólicos. Era una despedida cruel. Me partía el alma verlos de esa manera, y por ello mismo no me quería acercar a Iván. 

Me di la vuelta para abrazarme a mí misma y dejé escapar las lágrimas de impotencia que había estado reteniendo. 

Unos brazos fuertes me rodearon e intenté alejarme, pero él solo me agarró con más fuerza. 

—Volveré. Volveré antes de que podáis echarme de menos —sus manos acariciaban con delicadeza el pequeño bulto de mi estómago. 

Cerré los ojos por unos instantes para disfrutar sus mimos. Me di la vuelta entre sus brazos sin separarme demasiado y alcé la cabeza para mirarlo a los ojos. Siempre había dicho que el color de estos eran cómo el mar, pero no cómo cualquiera. Eran cómo si el sol se estuviese reflejando en el agua en un día de verano. Un azul claro que brillaba como si de magía se tratase. 

—Prométemelo. Prométeme que volverás. Dímelo —Mis uñas se clavaron en su camiseta del uniforme militar color caqui. No era el momento adecuado, pero debía admitir que estaba guapísimo— ¿Por qué no te quedas aquí conmigo? Podemos escondernos aquí los cuatro y nadie lo sabrá.— 

Almas De TintaWhere stories live. Discover now